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La cifra de nuevas infecciones en la India supera las 300.000 por día y unas 198.000 personas habían muerto hasta el 27 de abril a causa de la infección, aunque algunos creen que la cantidad podría ser mucho mayor.
Anshu Sharma trabaja para el servicio en hindi de Noticias ONU. Desde su base en Nueva Delhi presenta este relato personal sobre su vida a la sombra de la pandemia.
“Cuando el COVID-19 comenzó a propagarse en India en marzo de 2020, nadie entendió realmente la gravedad de la situación, pero hoy, más de un año después, la pandemia ha dado un giro muy feo y nos ha afectado a todos, incluida mi familia.
Como reportera de Noticias ONU, primero fui una observadora independiente que analizaba el impacto del COVID-19 en el sur de Asia. Pero eso cambió cuando alguien de mi familia falleció debido a que el sistema de salud se encontraba abrumado y era presa del pánico, retrasando los tratamientos. Fue un momento terriblemente triste y surrealista para todos en mi familia. Lo vivimos mientras nos consolábamos durante el encierro.
Por esta época, mi primo estaba varado en Nigeria; habíamos estado tratando de traerlo a casa durante meses y en julio lo logramos, lo que nos dio un rayo súbito de esperanza en medio de la penumbra. Mi primo empezó la cuarentena en un hotel durante 14 días, según las reglas, pero desarrolló fiebre y fue trasladado de urgencia al hospital. Antes de que los médicos pudieran diagnosticar su condición, falleció debido a una falla orgánica múltiple. Más tarde supimos que había muerto de malaria. Aunque indirectamente, una vez más el coronavirus se había apoderado de otro miembro de mi familia.
Pero los momentos de prueba aún estaban por llegar.
Unos meses después, en septiembre, fui a visitar a mi madre anciana y a mi hermano a otra ciudad y, a pesar de tomar todas las precauciones posibles, mis peores temores se hicieron realidad; todos dimos positivo al virus y pasamos dos semanas luchando contra la terrible infección.
Durante este periodo, temiendo lo peor, solía despertarme por la noche para ver cómo estaban todos. Cada día se sentía como una lucha y experimentaba una ansiedad sin fin. El único alivio fue que nos recuperamos en cuarentena domiciliaria y ninguno de nosotros tuvo que ser hospitalizado.
Juego mental perverso
Ahora puedo decir que debido a las incertidumbres que genera, el COVID-19 causó estragos en mi salud mental, más que en la física. ¡Es un juego mental perverso!
Esta experiencia ha cambiado absolutamente mi perspectiva y ahora comprendo el valor real de la vida. Es importante vivirla al máximo y pasar tiempo con los seres queridos.
Hacia fines de 2020, los casos de COVID-19 comenzaron a disminuir y parecía que India había vencido a la pandemia. Mientras el mundo nos encomiaba por la victoria sobre el virus, el país se preparaba para iniciar la campaña de vacunación más grande del orbe.
Parecía como si el fin de la pandemia estuviera a la vista y la vida volviera a la normalidad. Los mercados y centros comerciales estaban llenos de actividad. Se seguían observando precauciones a gran escala, pero la gente empezaba a descuidarse. Fue la calma antes de la tormenta.
Segunda ola
Luego vino la segunda ola de COVID-19 y nos tomó a todos por sorpresa.
El número de infecciones comenzó a aumentar de unos pocos miles por día a más de 300.000: un tsunami de COVID-19 se extendió por todo el país. Tres miembros más de mi familia inmediata contrajeron el virus y mi corazón se hundió.
Pasé por una montaña rusa de emociones. Al principio, estaba enojada conmigo misma por haber dejado de lado la precaución en las últimas semanas y haber bajado la guardia. Experimenté una impotencia extrema frente al virus y estaba ansiosa por saber si los anticuerpos de mi infección anterior me protegerían de una reinfección.
Mensajes de condolencias
Hoy, muchos estados y ciudades de India están bajo toque de queda y los trabajadores de salud están trabajando día y noche para contener la propagación, mientras que los principales medios de comunicación y las redes sociales están dominados por historias trágicas relacionadas con el COVID-19. Mis manos y mi corazón están cansados de escribir mensajes de condolencias.
El sistema de salud está abrumado. Las súplicas desesperadas por medicamentos, camas de cuidados intensivos en hospitales, tanques de oxígeno e inyecciones dominan las redes sociales.
Esta pandemia ha puesto de rodillas a este país de 1300 millones de habitantes.
El primer cierre a nivel nacional en India fue en marzo de 2020.
Historias de compasión
Mi batalla personal contra el COVID-19 parece carecer de sentido en comparación con lo que están experimentando mis compatriotas, pero hay algunos aspectos positivos.
Al comienzo, los pacientes de COVID-19 eran tratados como intocables y la sociedad los rechazaba. Pero ahora, la gente se ayuda entre sí. Los vecinos se apoyan mutuamente, los comerciantes entregan productos a los necesitados, los lugares de culto se están convirtiendo en centros de aislamiento para satisfacer la escasez de camas de hospital y los barrios locales están recolectando dinero y consiguiendo concentradores de oxígeno.
Hay un sentido de solidaridad y he sabido de muchas historias de compasión que involucran a amigos, vecinos y extraños.
La primera ola separó a los seres queridos, y aunque la segunda ha unido a la gente, no hay un solo hogar en India donde el COVID-19 no haya proyectado su sombra opresiva y ominosa. Como individuos y como país, seguimos buscando esa luz al final del túnel.”
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