Staff/Rossi
El Covid-19 cimbró las áreas urbanas y sus componentes, cuestionando algunos estilos de vida dentro de las mismas. Antonio Di Campli, académico italiano, propone alternativas más éticas, locales y conscientes para tener mejores espacios urbanos en la “nueva normalidad”.
La crisis derivada de la pandemia por el coronavirus y las medidas sanitarias para prevenir más contagios han transformado la manera como diseñamos y vivimos en las grandes ciudades. Los espacios públicos creados para estar congestionados de consumidores y turistas están vacíos. El distanciamiento social obliga a diseñar áreas urbanas más seguras para cuidar la salud pública y se ponen de manifiesto la desigualdad socioeconómica entre quienes pueden hacer cuarentena desde sus casas y quienes deben ganarse la vida cruzando la ciudad.
Antonio di Campli, profesor investigador en planificación urbana del Politécnico de Turín, Italia, compartió con la comunidad académica del ITESO e interesados en el área sus impresiones sobre la dirección que deberán tener las ciudades del mundo tras el gradual desconfinamiento, lo que se conoce como “nueva normalidad”.
A grandes rasgos, la nueva urbanidad deberá atender cuatro puntos: redefinirla desde un sentido de lo local y la proximidad, crear una infraestructura de cuidado con espacios que ofrezcan mejor salud pública y bienestar, ser conscientes de la vulnerabilidad en la que viven las personas en las urbes hoy en día y repensar una relación más ética entre los cuerpos (más sensibles que nunca tras estar expuestos al Covid-19) y el espacio que habitan.
Di Campli sugirió redefinir las grandes ciudades en pequeños espacios donde todas sus necesidades materiales y humanas sean cubiertas. Se trata de pasar de recorrer grandes distancias de las periferias al centro hacia el predominio de los barrios como un espacio multifuncional.
“Significa que cada barrio o colonia debe ser como un pequeño pueblo autosuficiente, que una parques, estancias infantiles, espacios de trabajo; donde estén las viviendas y talleres, y los espacios industriales sean compatibles con el espacio urbano”, describió.
El especialista llamó a que las nuevas reflexiones sobre la ciudad pongan en el centro del escenario las diferencias de movilidad entre quienes sí pueden guardarse en casa (los “ricos y privilegiados”) y quienes deben ganarse la vida trasladándose en las calles, con mayor riesgo de contagio.
“El coronavirus no nos ha hecho a todos iguales, ha exagerado las condiciones de vulnerabilidad de los sujetos”, puntualizó.
Contra el “urbanismo de cuarentena”
Durante estas semanas de aislamiento social por el Covid-19 está surgiendo el “urbanismo de cuarentena” como un proyecto para reestructurar los espacios públicos de las ciudades en la “nueva normalidad” que plantea la pandemia.
Di Campli critica este concepto como “una ilusión de la medicalización del espacio que refleja la larga parábola del ‘higienismo’ en el diseño y la planificación territorial”, y lo califica como “regresivo, ideológico y simplista”.
El académico italiano explicó que el “urbanismo de cuarentena” tiene tres elementos: la vigilancia sobre los objetos y espacios, el auge del silent trade o comercio silencioso y la justicia socioespacial.
El primero de los puntos es especialmente preocupante ya que “la gente está dispuesta a aceptar estar bajo el control del Estado si permite vivir de manera más segura en condiciones de vulnerabilidad”.
Respecto al comercio silencioso, Di Campli señaló que la fusión entre las plataformas en línea y los sistemas de entrega de productos han permitido mantener la cohesión del tejido social. Sin embargo “también produce atmósferas urbanas más enrarecidas y espacios del habitar más densos y multifuncionales”.
En el tercer punto, la cuarentena se ha convertido un lujo para la gente de barrios ricos y quienes pueden hacer trabajo remoto, pero la realidad es que también es injusta para las clases sociales más desfavorecidas, quienes no pueden aislarse de forma estricta sin ver una fuerte afectación económica.
La ciudad neoliberal y sus alternativas
A lo largo de la historia de la planeación de los espacios públicos de las ciudades, han convivido tres conceptos por medio de los cuales se han definido formas de vivir en una urbe: la densidad, a través del cual se articularon respuestas a problemas como el consumo del agua o la contaminación; la rarefacción o la concepción de una ciudad como recurso renovable y capaz de administrar sus propios recursos, y la urbanidad o la experiencia sensorial que se vive al atravesar una gran metrópoli. Además la contracultura de los años sesenta impulsó al espacio público como un lugar de disfrute y bienestar individual.
Sin embargo, desde la década de los ochenta del siglo XX imperó una visión neoliberal de la ciudad, en la que la urbe es diseñada y coordinada por los inversionistas privados, no por el Estado o la sociedad. Esto derivó, según Di Campli, en “el desarrollo de servicios y aumento del peso de las finanzas en la economía urbana, y en la promoción de prácticas del habitar donde la ciudad se ve como un espacio de consumo y el turismo como un estilo de vida”.
Tras sufrir un primer golpe con la crisis financiera de 2008 y con el auge del Covid-19, el paradigma neoliberal está siendo socavado por las exigencias de pequeños grupos sociales que reivindican derechos y espacios propios, pidiendo reducir la vulnerabilidad y desigualdad, además de infraestructuras urbanas más próximas, seguras y saludables. Como ejemplos de estas nuevas exigencias están las ciclovías, los parques públicos con espacios rediseñados para diferentes usuarios o edificios residenciales con espacios multifuncionales.
“La supervivencia de estos grupos y sus reclamos, más allá del final de la pandemia, podría tener un impacto significativo en el futuro urbano y su proyecto”, explicó Di Campli. “La pandemia es una experiencia muy fuerte que nos impone una discontinuidad conceptual en nuestra forma de pensar”.
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