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La policía de Wisconsin no podía creer los elementos que decoraban la caótica la escena: un cinturón hecho con pezones de mujeres, varias sillas y una lámpara tapizadas con piel humana, un corsé elaborado con un torso, narices, uñas, máscaras creadas con rostros, huesos, cráneos, y el cuerpo de su última víctima colgado de los pies, sin cabeza ni tripas. Pero el desorden de la planta baja contrastaba con la pulcritud de la parte superior de la vivienda, donde el asesino que marcó a fuego a la cultura pop había cuidado a su madre hasta su muerte. La historia de Ed Gein, conocido como “El carnicero de Plainfield”, inspiró a los personajes de Norman Bates, de Psicosis, Leatherface, de La Masacre de Texas, y Buffalo Bill, de El Silencio de los Inocentes. ¿Pero cómo se transformó este granjero anónimo con esquizofrenia en un ícono cultural?
Lejos del pecado
Edward Theodore Gein nació el 27 de agosto de 1906 en el condado de La Crosse, Wisconsin, Estados Unidos. Su padre, George P. Gein, era un borracho que tenía una tienda de comestibles y su madre, Augusta T. Lehrk, una ama de casa luterana que le temía a Dios. La familia la completaba Henry, su hermano cuatro años mayor.
Posiblemente porque Augusta consideraba que La Crosse era una ciudad propensa al pecado, los Gein se mudaron 8 años después a una granja de 80 hectáreas en el pequeño poblado de Plainfield, donde poco a poco Ed cosechó la relación de amor-odio que marcó el vínculo con su madre y forjó su historia.
Augusta era una ferviente religiosa que creía en el Apocalipsis y consideraba que las mujeres eran prostitutas creadas por el diablo para tentar a los hombres. Obligaba a sus hijos a leer a diario la Biblia, en especial el Antiguo Testamento, que interpretaba casi literalmente. Sólo había tenido sexo con su marido para procrear. No creía en la amistad y castigaba a sus hijos si los veía jugando con sus compañeros.
Aunque algunas versiones aseguran que Ed fue un buen estudiante, sus vecinos lo desmienten. Apenas llegó hasta séptimo grado y abandonó la escuela para trabajar en la granja. Lo hizo hasta que en 1940 falleció su padre, lo que obligó a los hermanos Gein a salir a buscar trabajo. Ed hacía pequeñas tareas y cuidaba a los hijos de sus vecinos. Siempre se dijo que se entendía mejor con los niños que con los adultos. Aunque era diferente, todos confiaban en él. Lo definían como un “raro inofensivo”.
Ed-ipo
Probablemente la primera víctima de un adolescente Eddie fue su hermano. Los dos trabajaban duro, pero Henry tenía su propia lectura del mundo y había comenzado a criticar la idiosincrasia de Augusta. A Ed le incomodaba escucharlo hablar mal de su madre, pero lo que más le molestaba era que cuestionara el evidente complejo de Edipo que había desarrollado.
Fue en ese contexto que el 16 de mayo de 1944 se produjo un confuso incendio dentro de los campos de la familia. El fuego se descontroló y se acercó a la casa de los Gein. Cuando los bomberos terminaron de combatir las llamas se dieron cuenta de que Henry había desaparecido y lo empezaron a buscar. Su cuerpo fue hallado al atardecer. Estaba boca abajo y tenía signos de haber sido golpeado. Las pericias demostraron poco después que había muerto asfixiado, pero el caso prácticamente no se investigó.
La muerte de Henry le dio vía libre a la relación casi incestuosa de Ed y Augusta. Pero apenas unos meses después, la mujer sufrió una apoplejía que la dejó paralizada. Y en algún momento de 1945 padeció otro ataque. Su hijo la cuidó con devoción hasta su último día.
Augusta falleció el 29 de diciembre de ese año. Ed había perdido su único vínculo con la cordura. No tenía con quien hablar. Se concentró, entonces, en sus fantasías.
Crimen sin castigo
Mary Hogan murió el 8 de diciembre de 1954. Años después, cuando la policía llegó a la casa de Ed, encontró su cabeza en una bolsa. En el siglo XXI el asesino hubiera sido encontrado a las pocas horas, porque había pistas muy concretas, pero en los años ’50 su crimen podría haber permanecido impune.
La víctima había superado dos divorcios y había llegado al pequeño pueblo de Plainfield desde Dallas. Atendía un bar y tenía una personalidad capaz de lidiar con los borrachos del pueblo. Era corpulenta y mal hablada. Insultaba cada dos palabras. En la biografía Deviant (1998), Harold Schechter asegura que para Ed, Mary Hogan era una suerte de versión grotesca de su madre.
Todo indica que a las 16 horas de ese 8 de diciembre, la cantinera cerró el local, pero dejó entrar a tomar un café a Ed, que había empezado a frecuentar el bar. El joven le disparó con un revólver calibre .32.
Esa tarde, el granjero Seymour Lester ingresó a la taberna para comprarle un helado a su hija y encontró en el suelo una enorme mancha de sangre y un cartucho. Se notaba que un cuerpo había sido arrastrado desde atrás de la barra hasta el estacionamiento, donde se veían con claridad las marcas de los neumáticos de un auto sobre la nieve. En el interior del bar había una taza con una mancha de sangre y parte de una huella digital.
El pueblo
El último crimen en Plainfield había sido en 1853. Un siglo después, unas 700 personas vivían allí. Y pasaba lo que ocurre en todos los pueblos en los que “todos se conocen”: nadie imagina que su vecino puede ser un asesino en serie. La violencia, en el imaginario colectivo, está lejos, en las grandes ciudades. Las peculiaridades de Gein pasaron desapercibidas, no porque no fueran visibles, sino porque los demás hicieron la vista gorda.
La desaparición de Mary Hogan comenzó a ser investigada por un inexperto alguacil que sólo había visto cadáveres durante la Segunda Guerra Mundial, pero que poco y nada sabía de criminología y quizás nunca pensó en encontrarse con un caso así. Prácticamente no avanzó.
Los rumores en el pueblo eran de los más variados e incluían la versión de que Mary Hogan había sido secuestrada por la mafia. “No ha desaparecido, está en mi granja”, solía bromear Ed.
Temporada de caza
El crimen por el que Ed Gein finalmente fue descubierto fue sencillamente torpe. Fue brutal, claro, pero a ningún asesino que quiere permanecer impune se le ocurriría dejar tantos rastros. La última víctima fue la dueña de una ferretería, Bernice Worden. En el anochecer el 15 de noviembre de 1957, Ed ingresó al local, del que era un cliente habitual, y pidió un galón de líquido anticongelante. Acordó regresar por la mañana a retirarlo.
Al otro día empezó la temporada de caza de ciervos en Plainfield. La costumbre indicaba que todos los hombres desfilaban hacia el bosque y volvían al atardecer con sus “trofeos”, que colgaban en la entrada de sus establos y exhibían luego de desollarlos y destriparlos.
Aquel día en el pueblo se empezó a rumorear que era raro que Bernice no abriera la ferretería. Cuando su hijo regresó de cazar inmediatamente dio aviso a la policía: como Mary Hogan, su madre había desaparecido. Y no tardó en apuntar a Ed, cuyo nombre figuraba en la última factura de venta. Todos los caminos conducían a la granja de los Gein.
La casa del horror
Ed ni siquiera había escondido el cuerpo de Bernice. Lo había colgado de las piernas en un galpón que lindaba con su vivienda y le había puesto unos ganchos en las orejas, por lo que la policía cree que lo iba a usar para decorar el techo de su casa. Como a los ciervos, Ed la había destripado. Era su trofeo. Frente a una estufa estaba su corazón y en una bolsa, su cabeza.
En medio de la oscuridad, ya que la granja no tenía luz, la policía fue descubriendo con la ayuda de linternas la terrorífica escena que se describe al inicio de esta crónica. Junto a más de una década de basura acumulada posaban fragmentos humanos de lo más variados y objetos que Ed había elaborado con partes humanas, como cuencos hechos con cráneos, y numerosas obras realizadas con piel, como leotardos, una papelera y varias sillas tapizadas. También había una lámpara creada con rostros humanos, además del cordón de una ventana confeccionado con labios. Había incluso un corsé que consistía en un torso despellejado y un cinturón con pezones. En una bolsa estaba el rostro de Mary Hogan y en una caja estaba su cabeza. El desorden de la casa se convertiría con los años en el prototipo de vivienda que Hollywood adoptó para los asesinos seriales de sus filmes.
Cuando la policía llegó a la habitación de arriba, la puerta estaba cerrada. Los uniformados esperaban lo peor. Sin embargo, su interior estaba intacto. Era el lugar en el que Ed había cuidado a Augusta. Más allá de la humedad, estaba todo impecable. La cama estaba tendida y en la mesa de luz posaba una Biblia. Era su santuario.
La confesión
Estuvo 30 horas en silencio. Recién cuando le dijeron que lo iban a poner frente al cadáver de Bernice, Ed abrió la boca. Pidió una tarta de manzana con queso cheddar y confesó. Era el final del psicótico anónimo y el inicio de un ícono cultural conocido como “El carnicero de Plainfield”, cuya historia llegaría al cine e inspiraría a emblemáticos personajes.
Además de los crímenes de Mary Hogan y Bernice Worden, Ed confesó que desde la muerte de su madre hizo unas cuarenta visitas al cementerio de Plainfield. Solía leer los obituarios para saber cuándo y dónde iban a enterrar a mujeres y esa misma noche profanaba las tumbas. En algunos casos robó cuerpos enteros; en otros, sólo algunas partes. Siempre negó haber mantenido relaciones sexuales con los cadáveres o comido carne humana. “Olían mal”, explicó.
No está claro cuál era su objetivo. Algunos estudiosos de su caso aseguran que quería transformarse en mujer y cuentan que usaba las máscaras hechas con piel y que incluso posaba genitales femeninos sobre los suyos. Otros piensan que buscaba recuperar a su madre y llenar el vacío que había dejado en su vida. Posiblemente haya una cuota de verdad en ambas versiones.
Psicosis
A Ed lo evaluaron durante un mes. El 6 de enero de 1958 se realizó una audiencia en la que los peritos informaron su diagnóstico: esquizofrénico, propenso a sufrir alucinaciones. Le había dicho a los psicólogos que se consideraba a sí mismo un instrumento de Dios para resucitar a los muertos. El juez lo declaró incapaz y lo envió al hospital psiquiátrico estatal.
Mientras, Plainfield estaba revolucionado. Los vecinos querían que terminara la pesadilla y se esfumara el torbellino de periodistas y curiosos que los había invadido. El 30 de marzo fue el final. Aquel domingo se iban a subastar la granja de los Gein y los muebles que no habían sido secuestrados e incinerados por la policía. Pero el pueblo amaneció con una densa columna de humo negro. Alguien había incendiado la casa. Sobrevivieron muy pocas cosas, entre ellas, el auto de Ed, que lo compró un empresario para hacer espectáculos.
Cuando se enteró del siniestro, Ed no se inmutó. “Mejor así”, le dijo al enfermero que le transmitió la noticia.
Los empleados del hospital recuerdan que Ed se portaba bien. Solía leer el diario y casi no conversaba. Y así estuvo hasta que en 1968 una junta médica notificó a la justicia que estaba listo para ser sometido a un juicio. Fueron 9 días de audiencias hasta que lo hallaron culpable de asesinar a Bernice Worden. Fue alojado, de nuevo, en un hospital psiquiátrico.
El rey de pop
A esa altura sólo se había estrenado la Psicosis de Alfred Hitchcock, que se inspiró en relación de Ed con su madre, sensacionalmente desarrollada en la serie Bates Motel.
Tras el juicio hubo una sucesión de filmes también inspirados en él. El primero es quizás el menos conocido, Three on a meathook, que vio la luz en 1972. Dos años después se estrenó la primera película de la saga La Masacre de Texas. El asesino, Leatherface utiliza una máscara hecha con piel humana y es lo que un niño podría imaginar de Ed Gein.
“El carnicero de Plainfield” inspiró años después a Buffalo Bill, el asesino al que busca la agente del FBI Clarice Starling con la ayuda del famoso doctor Hannibal Lecter en El Silencio de los Inocentes (1991), aunque en este caso el personaje también tomó piezas de otros famoso criminales seriales.
Hay, además, tres películas biográficas: Deranged (1974), que se convirtió en un filme de culto gore, Ed Gein – In the light of moon (2000), la más fiel a la historia real, y Ed Gein: the butcher of Plainfield (2007), muy alejada de los hechos.
A su vez, Bates Motel no es la única serie inspirada en Ed. El personaje Bloodyface, de la segunda temporada de American Horror Story, también se basa en su vida, lo que queda claro en su devoción por piel humana y la particular relación con su madre ausente.
De vuelta juntos
Ed pasó sus últimos días tumbado en su cama. Murió de un paro cardiorrespiratorio a los 77 años. Lo enterraron junto a Augusta en un cementerio de Plainfield. Poco después alguien robó su lápida, pero la policía la recuperó. Aunque decidieron guardarla en la oficina del sheriff, su tumba sigue siendo fácil de identificar por las cartas y flores que le dejan sus fanáticos.
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