Por María Beatriz Muñoz Ruiz
La moda, una palabra que los grandes escritores desprecian por sentir que estamos hablando de algo superfluo e insignificante propio de gente vulgar. Cuando te etiquetan como escritor o escritora, ya no puedes ser otra cosa, tu vida aparece en la mente de los demás como una mujer que se despierta por las mañanas, se toma su café con tostadas y frente a un enorme ventanal desde el cual se puede divisar el bullicio de la ciudad, escribe sus novelas, poemas, relatos o artículos periodísticos; nadie imagina a una escritora metiendo lavadoras, planchando los uniformes de los hijos, explicándoles el tema de historia para el próximo examen o decidiendo que barra de labios le va mejor con el conjunto que se ha decidido poner.
Pues siento decepcionaros, no sé si soy una escritora rara o simplemente hablo caro, pero os tengo que arruinar el glamour; sí, soy escritora, pero también soy madre, esposa, hija, nieta y me encanta la moda.
Sí, como habéis leído, amo la moda, trabajo en moda y me encanta mirarme al espejo y verme perfecta tal como yo pienso que estoy perfecta. Y digo, tal como yo pienso que estoy perfecta, porque lo que para mí es perfecto para otra persona puede no serlo, y ahí radica la magia de la moda, la diversidad de gustos hace que el mundo esté lleno de colores que reflejan las distintas personalidades de la gente.
Una buena firma, refleja su fiel personalidad y estilo, pero siempre creando diversidad para personas distintas, y ahí radica el éxito; en dar a todo el mundo el placer de lucir distinto, pero con la identidad propia de la marca.
Hace un tiempo, un amigo comentó la noticia de una chica que se había enamorado de un avión, sí, suena a chiste y bastante ridículo, pero… ¿Quién no se ha enamorado alguna vez de un bolso, un vestido, o unos zapatos? Yo lo hago, desde que comenzó la temporada de verano me enamoré de un bolso precioso de Desigual, un bolso que comparado con otros puede pasar desapercibido, pero aquel bolso caló en mí, no pude resistirme a su rojo pasión lleno de grandes flores, y su forro malva también lleno de fantasía. Cuando por fin lo tuve en casa, lo acaricié como si fuera el cuerpo de un surfero rubio tostado al sol y con reflejos dorados californianos.
Bueno, puede que suene raro, pero lo mismo me sucede con los libros, cuando nadie me ve, los abrazo, los dejo sobre mi mesita de noche y los miro con ternura mientras duermo plácidamente pensando en los hermosos versos de Jhon Keat, o Lord Byron, en el atrevimiento valiente de Emily Dickinson o algún otro autor del romanticismo cuyo lenguaje parece flotar como una ensoñación dulce y eterna propia de otra época inalcanzable que añoré conocer y que agradezco poder saborear brevemente a través de la literatura.
Si habéis leído el artículo entero, seguro que a muchos les habrá parecido culto que me enamore de un libro, pero, sin embargo, les habrá parecido absurdo que me enamore de un bolso, ¿por qué? Las dos cosas son objetos que te hacen feliz, soñar, sonreír y enfrentarte a un nuevo día que no sabes cómo va a terminar, pero que puedes saber cómo va a comenzar.
Así que… sí, no estoy cometiendo un sacrilegio cuando digo que al ver un vestido de líneas horizontales negras y blancas con Mickey asomando por un lado con una sonrisa, tuve que adquirirlo, y sí, cuando vi el libro de Mary Wollstonecraft “Vindicación de los derechos de la mujer” tuve que conseguirlo. ¿Existe diferencia alguna? Diréis que uno es cultura y otro no, pero os equivocáis, Cocó Chanel dio un paso hacia la igualdad de la mujer cuando diseñó sus pantalones. La moda ha hecho que la mujer pueda vestir con libertad y la ha ido liberando de sus ataduras y su estricta estética.
Así que gracias a todos los diseñadores y diseñadoras que nos libraron de los corset, hoy somos un poco más libres e iguales.
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