!Cuidado! una extorsión telefónica, de las que abundan en Tlaxcala

Arlette Hernández 

Arturo Tecuatl

Respondo el móvil. Una voz amenazante y llamándome por mi nombre y apellido me plantea respetar mi integridad y la de mis familiares solo si aceptó pagarle una cuota, de acuerdo con mis posibilidades”.

No habla. Ordena. Amenaza. Luego baja el tono y advierte… “nada más le digo señor X, lo tengo investigado. Sé los movimientos, suyos y de su familia, y no quisiera que usted nos conozca por violentos, pero le repito, si llegamos a un acuerdo, yo me encargo de decirle a mi gente que lo dejen tranquilo”.

Dice ser el representante del cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG), lo crea o no, me tiene atorado en el teléfono. Aún peor. Asegura que ya son dueños de la plaza y así nos esperan los próximos seis años. Pagando derecho de piso. Sumisos a la extorsión.

Claro que no funciona la frase de AMLO: abrazos, no balazos. A estos criminales no los deberíamos tener en Tlaxcala. Pero la verdad es que ya están aquí. ¿Compraron la plaza? No sé. Lo único que les puedo decir es que mi boca se puso amarga, y al escuchar la extorsión telefónica se me desencajó cada hueso. Me puse pálido.

Trato de que el miedo no me haga titubear. Trato de responder seguro: “Realmente no soy dueño de ninguna empresa, soy un modesto empleado”, le digo. Y luego pienso: mil 500 quincenales que recibo no han de ser atractivos para esta pandilla de extorsionadores. Sería lo único que me pueden quitar.

Me equivoqué. El sujeto al teléfono se muestra comprensivo: “mire señor X, le voy a aceptar los mil 500. Ahorita mismo le mando a mi gente en una camioneta para que se los dé”.

Le explicó que los tendré pero hasta el día 15. Entonces pídalos prestados. Y me vuelve a decir que manda la suburban para que me lleven a conseguirlo.

Otra vez el frío me recorre de pies a cabeza ¿Cómo sabe mi dirección, y si deveras nos lastima a mí o a mi familia? Ya lo han hecho en Calpulalpan, en Apizaco, en Zacatelco. También llegaron a Contla. Los levantones comienzan a ahuyentar la paz que teníamos como uno de los estados más seguros. Creo que eso siempre fue una gran mentira.

Recuerdo haber escuchado una entrevista con Ricardo Ravello, un periodista que acaba de sacar un libro sobre este tipo de crímenes.

“Es un nuevo sistema -dice Ravello- el crimen, la mafia, los mismos policías estatales o municipales, se agrupan en células que extorsionan, secuestran, roban, siembran el terror”. “Es el crimen organizado poniendo alcaldes, gobernadores.
Y los jefes de la policía son los líderes de esas células que se hacen pasar por cárteles, famosos por sanguinarios, por su crueldad” ¿Eso mismo está pasando en Tlaxcala? Me pregunto, y en fracciones de segundo tengo que responder al criminal que llama. “Esta bien los espero en dos horas”. Me responde ya en un tono más rasposo: “¿tu crees que por pinches mil 500 me voy a esperar dos horas?”.
Colgó. Me regresó el color. Me fui en chinga a la Fiscalía General de la República (FGR).
Me dijeron que tan pronto reciba una llamada así cuelgue, apague el móvil para impedir que me localicen y de inmediato acuda a denunciar a la Fiscalía Especial para la Defensa de Periodistas.
A partir de ese momento me cuido. Instalé una app que identifica llamadas. No contesto a números desconocidos. Hable con mi familia. Todos nos cuidamos.
Maldita la hora en que vendieron la plaza de Tlaxcala. De aquí soy. ¿Por qué unos fuereños o los mismos policías nos han de extorsionar? Malditos criminales. Malditos los que vendieron la plaza.

 

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