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Carlos Denegri valía por lo que callaba. A mediados de siglo XX, quien fue calificado por Julio Scherer como “el mejor y el más vil de los periodistas”, hizo del “chayote” una forma de vida. Poderoso, culto y políglota, tuvo acceso a los líderes de la época, era “el gato de angora”, del periodismo mexicano, dice Enrique Serna (Ciudad de México, 1959).
En El vendedor de silencios (Alfaguara), el narrador convierte a un personaje como Denegri, en el cristal por medio del cual nos asoma a la relación entre la prensa y el poder en nuestro país.
¿Por qué recuperar la vida de Carlos Denegri?
La vida de Denegri es indisociable de la época de oro de la dictadura priísta. Incluso su machismo patológico tiene una clara correspondencia con el carácter autoritario del régimen al que sirvió. En esos años había muchos capos del hampa institucional cortados con la misma tijera como Maximino Ávila Camacho y el magnate Jorge Pasquel, rey del contrabando en el sexenio de Miguel Alemán. La diferencia es que Denegri fue un personaje vulnerable, con un talón de Aquiles que lo arrastró al despeñadero con más fuerza que la ambición.
Suelen atraerte los puntos de quiebre de los seres humanos, los momentos donde envilecen o decaen.
Sí. Los últimos años de Denegri son los de su entrada al Excélsior, el diario más leído e influyente. Ahí coincidió con una generación de periodistas éticos que trataron de dignificar su profesión –Scherer, Granados Chapa y Vicente Leñero. Reporteros que intentaron limpiar al medio de los personajes indeseables, a costa de enfrentarse con periodistas de la vieja guardia. Denegri particularmente, era un vocero extraoficial de la Presidencia. La confrontación resultó letal para él porque su derrumbe emocional coincide con su debacle profesional.
En el fondo de esto hay una reflexión moral y ética.
Hay un planteamiento moral, pero vinculado al amor propio. Cuando empieza a ver con repugnancia a la gente que rodea a Maximino Ávila Camacho asume que está apunto de perder el honor. Sabe que a la larga esto puede causarle mucho daño y no obstante sigue porque reconoce que es un requisito para triunfar. Denegri se entregó alegremente a la deshonra como muchos otros colegas. Era una época en la que casi todos recibían su sobre.
El refrán de la época era: embute que no te corrompe tómalo.
Justo en ese momento Denegri se enfila hacia esa prensa mercenaria lo que en el futuro le acarreará graves consecuencias.
¿Esa prensa mercenaria a la que te refieres ya está erradicada?
Obviamente, no. El modus vivendi de Carlos Denegri persiste, tan sólo en el sexenio pasado, Peña Nieto gastó tres mil millones de dólares en publicidad y sobornos a periodistas. Donde sí hay una diferencia enorme es en el hecho de que ahora los mejores periodistas no son los más viles, sino los independientes, libres y quienes guardan distancia con el poder.
¿En la nueva relación de gobierno-medios ya se erradicó el chayote?
No sé si desaparecerá del todo, pero creo que sí estamos llegando al ocaso del chayote en el periodismo mexicano.
En la novela, exhibes también a la clase política. El motivo de la ruptura entre Denegri y Echeverría es irrisorio.
Ellos frecuentaban una tertulia literaria que tenía Porfirio Barba Jacob en los años treinta, en un cuartito del Hotel Sevilla. Era una época en la que Echeverría tenía inquietudes literarias. Ahí tuvieron un desencuentro que a la postre le costaría muy caro a Denegri. Nunca se imaginó que ese nerd de lentes llegaría a ser presidente de la república.
El ‘perdono pero no olvido’ del político.
Traté de retratar a la clase política de la época. Denegri sólo pudo existir dentro de un régimen de dictadura de partido. Quería mostrar como telón de fondo el proceso degenerativo de un régimen que llegó al poder a balazos. Un régimen que creó un monolito político invencible y una aplanadora electoral que lo mantuvo setenta años en el poder. Únicamente tuvo un paréntesis ético en el sexenio de Lázaro Cárdenas pero nunca pudo renunciar a su ADN autoritario. Necesitaba de una prensa servil y aduladora para crear la impresión de apoyo unánime propio de toda dictadura.
‘El mejor y el más vil de los periodistas’, le decía Julio Scherer.
El mejor porque era un periodista políglota. Al haber sido hijo de un político prominente, embajador en Alemania, Bélgica y cónsul en Nueva York, aprendió varios idiomas y eso le dio una enorme ventaja sobre sus compañeros. Tenía una buena red de contactos internacionales. Colaboraba en Life y Time, y esto lo convirtió en el gato de angora del periodismo nacional.
¿Hoy sería imposible imaginar un periodista como Denegri?
Me parece que sí. El periodismo mexicano ha cambiado para bien, aunque hay cosas que permanecen como el uso de los medios para el chantaje, práctica que probablemente fue la principal fuente de ingresos de Denegri.
¿Cómo ves la nueva relación entre el gobierno federal y los medios?
El drástico recorte del gasto publicitario por parte del gobierno ha causado crisis en muchos medios, pero a mí me parece que ese recorte era necesario. Por otra parte, es evidente que a López Obrador como a todos los presidentes de México, no le gusta la crítica. Sin embargo, no ha habido actos de censura. Si quiere denostar a sus críticos está en su derecho. Quizá abuse de la palabra porque se prodiga demasiado y tiene un gran amor a los micrófonos y los reflectores, pero eso no es ilegal.
¿Qué encuentras en el México de mediados de siglo XX para mantener ahí una parte importante de tu universo creativo?
Es un periodo al que le tengo gran nostalgia, aunque no me tocó vivirlo. Me hubiera encantado conocer la vida nocturna de entonces, donde había una pléyade de cantantes y compositores. Fueron los mejores años del bolero y la canción ranchera. La ciudad de México era más hospitalaria y habitable. Zambullirme en la investigación para la reconstrucción de esa época me fascina.
Ya que estamos en esa época, ¿escuchabas a Camilo Sesto?
¡Ah caray! Nunca fui fan de Camilo Sesto, ese pecado no lo tengo. Siempre me pareció un cantante relamido y engolado. José José se me hace mil veces mejor. De esa época prefiero a Marco Antonio Muñiz. Me gustan mucho las canciones de Roberto Cantoral.
Hay algo de ese ambiente en varias de tus novelas.
Sí, porque además es una música relacionada con la educación sentimental de los mexicanos. El bolero y canción ranchera son un arte de amar. Curiosamente el arte de amar de las canciones de José Alfredo Jiménez es la antítesis del machismo patológico de Carlos Denegri. En todos sus boleros el amante derrotado es un buen perdedor que le desea a la mujer que le vaya bonito. Se lame las heridas sin soltar zarpazos. Creo que los machos contemporáneos deberían escucharlo mejor y aprender de él.
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