Historia National Geographic
Especialmente en México y en varios países de Latinoamérica, el Día de Muertos es una de las tradiciones más representativas del otoño. Esta celebración para recordar a los familiares fallecidos surgió de una mezcla única de tradiciones indígenas y cristianas después del siglo XV.
halloween, Noche de Finaos, castañadas, Magosto… Entre las celebraciones en recuerdo de los difuntos que se celebran en todo el mundo, el Día de Muertos es seguramente una de las más coloridas y alegres, una forma única de recordar a los familiares fallecidos. Esta tradición hispanoamericana hunde sus raíces en costumbres precristianas que, tal como había sucedido en Europa durante la cristianización del Imperio Romano, fueron moldeadas por los evangelizadores hasta dar lugar a una celebración mestiza y única en el mundo.
El Día de Muertos es originario de la región mesoamericana, aunque también se ha extendido a algunos países de Sudamérica. Pero es en México donde está más arraigada y es más espectacular, con grandes celebraciones públicas que algunos critican como una deriva comercial de lo que debería ser una fiesta familiar para recordar a los seres queridos.
EL ORIGEN DEL DÍA DE MUERTOS
Ya antes de la llegada de los europeos, los pueblos mesoamericanos realizaban sus propias celebraciones en honor a los difuntos. El Día de Muertos tiene su origen en las culturas nahuas y en particular la mexica, que a lo largo del año tenía una serie de fechas dedicadas a ellos. Es posible que sus raíces sean incluso más antiguas y que los mexicas las hubieran adoptado de los pueblos que les precedieron.
Aunque se conoce poco de estas celebraciones y por lo que se sabe no tenían muchos parecidos con la actual, sí que estaban presentes algunos elementos centrales del Día de Muertos, como la costumbre de colocar un altar con ofrendas a los difuntos. Sin embargo, mientras que en la actualidad la comida tiene un papel protagonista, las ofrendas de la tradición mexica eran muy variadas e incluían también ropa, mantas, algodón o perfumes, entre otros. También se acompañaba con objetos que el difunto hubiera apreciado en vida.
El objetivo era, por una parte, que este dispusiera de todo lo necesario para su viaje por el Más Allá, y por otra proporcionarle ofrendas generosas para los dioses que encontraría al final de su viaje. Con el objetivo de acompañarle se sacrificaba a un perro Xoloitzcuintle, una raza autóctona cuyo nombre en lengua náhuatl significa “perro sirviente”, endémica de la región mesoamericana y reconocible por su ausencia de pelaje: esta raza se asociaba con el dios de la muerte Xólotl, por lo que los mexicas creían que podía guiar y proteger al difunto de las criaturas infernales.
UNA TRADICIÓN MESTIZA
Los misioneros europeos encontraron en estas costumbres varios elementos inaceptables por la doctrina cristiana, empezando por el sacrificio de los perros, que desaparecieron por completo. Otros, sin embargo, eran más o menos asimilables a la celebración cristiana de Todos los Santos, principalmente el altar de muertos y las ofrendas de comida.
La costumbre de tener un altar doméstico para los difuntos era aceptable, sobre todo al ser provisional. Los elementos que lo componían en la tradición mexica fueron sustituidos por otros usados en la liturgia cristiana, como las velas o las flores, de modo que para los indígenas mantenía su significado a la vez que adoptaba un aspecto más cristiano. Por su parte, las ofrendas de comida se mantenían aunque con la aportación de nuevos ingredientes procedentes de Europa.
El alimento más característico de esta fiesta, el pan de muerto, es un ejemplo de este mestizaje gastronómico. Su origen es una mezcla de las tortas de maíz que ofrecían los mexicas a sus difuntos y de un producto europeo que antiguamente formaba parte de las celebraciones de Todos los Santos: el llamado pan de ánimas, un panecillo dulce con muchas variantes según la región. El pan era un alimento central en la liturgia cristiana al asociarse con el cuerpo de Cristo, por lo que su presencia en una festividad dedicada a los difuntos era no solamente lógica sino también deseable.
LA CATRINA, UN ICONO DEL DÍA DE MUERTOS
No obstante, con el tiempo se añadieron otros elementos nuevos que no pertenecían ni a la tradición mexica ni a la cristiana, aunque aparentemente guardaban alguna relación con la primera. El más significativo son las calaveras pintadas, que a pesar de que podían recordar a los sacrificios realizados en épocas precolombinas, tienen otro significado: que el difunto, al volver a la tierra por unas horas, se sienta cómodo al encontrar la casa decorada con rostros semejantes al suyo (puesto que él mismo será un esqueleto).
Su popularidad aumentó especialmente en el siglo XX con la figura de la Catrina, un esqueleto de mujer vestida de forma ostentosa, que caricaturizaba a la gente de clase alta. Apareció por primera vez en 1912 en un dibujo del muralista José Guadalupe Posada y en su origen era conocida como “la Calavera Garbancera”, un nombre que parodiaba a los vendedores de garbanzos que se vestían a la europea para aparentar ser ricos. En 1947, el artista Diego Rivera la rebautizó como Catrina; es decir, una mujer que viste de forma lujosa.
La Catrina y su contraparte masculina, el Catrín, se han convertido en uno de los símbolos del Día de Muertos. Son un recordatorio de que la vida es transitoria para todos sin importar la riqueza o la clase social y que, como señaló el propio Posada, “la muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”. Aunque sea un día dedicado a los difuntos, el alma del Día de Muertos es, al fin y al cabo, disfrutar de la vida mientras se pueda y especialmente disfrutarla junto a la familia, incluyendo a aquellos que ya no están.
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