La seducción de la narcocultura: Ricardo Homs

Ricardo Homs

Fue difundida por el gobierno de Colombia la noticia de la detención de Dairo Antonio Úsuga, denominado también como Otoniel, quien es el líder del Clan del Golfo, de ese país, -considerado por el presidente Iván Duque como el capo más importante de Colombia-, equivalente a lo que representó en su momento Pablo Escobar Gaviria.

Sin embargo, ha pasado desapercibido que, en una de las fotografías que describen la captura de este capo, quien está rodeado por los soldados que lo detuvieron, todos están en un ambiente de camaradería, incluso el detenido, quien sonríe al dispositivo. Los militares se están tomando selfies con él, en un evidente homenaje de reconocimiento y admiración hacia este delincuente que fue extraditado hacia Estados Unidos.

La admiración evidente de los soldados nos describe este fenómeno psicosocial de deterioro moral y pérdida de valores, donde la maldad se admira. ¿Cuántos colombianos asesinó o mandó a eliminar con sus sicarios?

El poder seduce y genera admiración, por encima de las consideraciones morales y éticas y esto hoy representa un gran peligro. El poder que se deriva de la violencia que genera la delincuencia tiene un impacto social poco dimensionado.

Esta admiración popular por los líderes de los cárteles termina siendo un escudo que les brinda protección a partir del reconocimiento social, lo cual les protege de las acciones policiacas en su contra.

Además, esta admiración se convierte en un fenómeno aspiracional que impulsa a quienes aún no han alcanzado madurez emocional, a ser cooptados fácilmente por los grandes grupos delincuenciales, que les ofrecen la fantasía de una vida glamorosa, excitante y aderezada por dinero, poder absoluto sobre la vida ajena y mujeres. Sin embargo, poco les hablan de los riesgos.

La narcocultura se nutre del rencor social, que como una respuesta reivindicatoria crea sus propios superhéroes, pero que a diferencia de los de Hollywood, estos sí son de carne y hueso y cortan vidas reales, que tienen nombre y apellido.

Existe la suposición de que el riesgo que corre la vida de un sicario, -dentro de una estructura criminal-, puede convertirse en un freno para quienes consideran la posibilidad de integrarse a uno de estos grupos.

Quienes producen narcoseries y telenovelas de este género aducen que fieles a la tradición de las narraciones de buenos contra malos, en sus historias los malos siempre “acaban mal” y esto es un mensaje aleccionador para el público. Sin embargo, esto es totalmente falso. Las denominadas “leyendas precautorias” de las cajetillas de cigarros exhiben cada vez más imágenes crudas del daño que provoca el cigarro a la salud y está comprobado que esto no frena el consumo, si no fuese así, las tabacaleras no las exhibirían.

Más bien, se generan nuevas conductas inconscientes que trastocan el significado.

Así vemos que la visión colectiva de corto plazo, mezclada con desesperanza frente al futuro, además de la pérdida de autoridad moral de las autoridades, a lo que debemos agregar el alto índice de impunidad, generan una mezcla de variables emocionales que llevan a estos jóvenes a tomar la decisión de integrarse a la delincuencia, con pleno conocimiento de los riesgos y de que su vida será corta.

Cada vez cobra mayor fuerza entre los jóvenes la idea de que valen más unos cuantos años de bonanza, poder y dinero, que toda una vida de esfuerzo y limitaciones.

El boom de las series televisivas ha ayudado a crear el fenómeno de la narcocultura, con todos sus simbolismos.

No habrá forma de rescatar el estado de derecho si en la sociedad se vive una fascinación por la figura del capo, al que se le ha idealizado de modo tal, que ante las nuevas generaciones se convierte en una figura aspiracional que representa éxito, poder y dinero.

Esto, sumado al discurso reivindicador de la pobreza como justificación de la delincuencia, -utilizado hoy por los políticos-, puede llevar a nuestro país al caos.

Darle un sentido ideológico de reivindicación social a la delincuencia, aunque esto no sea dicho semánticamente, -o sea a través de las palabras-, sí se trasluce y lo percibe el pueblo, interpretando semióticamente actitudes y mensajes reivindicadores planteados en las mañaneras, que adjudican este contexto de desigualdad socioeconómica, a las políticas neoliberales.

Si a esto añadimos la tibieza con que se combate a los grandes capos, vemos que se proyecta públicamente la actual vulnerabilidad del Estado de Derecho, lo cual se traduce en impunidad y tolerancia al crimen organizado a partir de un doble discurso: el oficial que describe logros de gran simbolismo para justificar el combate a la delincuencia, pero la más poderosa de todas las narrativas es la que se proyecta desde Palacio y esta, es la emocional.

Es un hecho que no hay voluntad política para restablecer el orden que garantice seguridad al ciudadano y a su patrimonio, pues tienen prioridad los proyectos personales del presidente, a los cuales él y todo su gobierno conceden toda su atención y energía, pretendiendo consolidar una utopía política que está fuera de contexto en un mundo globalizado e interconectado como lo es el de hoy.

Por ejemplo, hoy la FGR está más preocupada en la prisión preventiva oficiosa de adversarios del proyecto de la 4T, que por detener a quienes con total impunidad asesinan mexicanos sistemáticamente, como parte de su actividad dentro del crimen organizado.
No hay problema más grave para México, -hoy y en el futuro-, que la indiferencia hacia el grave problema de la inseguridad, pues esto no sólo afecta al patrimonio de los mexicanos, sino que además conlleva un alto costo en vidas humanas.

Por tanto, la atención tanto del poder ejecutivo, como del legislativo, debiese centrarse en este tema, del cual depende no sólo la sobrevivencia física ciudadana, sino también el desarrollo económico del país, pues la inseguridad frena inversiones de capital y esto impacta negativamente la generación de empleos.

La solución del grave problema de la inseguridad exige dos caminos paralelos: el de la aplicación de la ley, sin miramientos ni consideraciones ideológicas y por otra parte debe abocarse el gobierno a neutralizar el fenómeno social de la narcocultura y la protección que un importante segmento de la ciudadanía ofrece a los delincuentes, lo cual se deriva de esa fascinación colectiva.

DOS MÉXICOS PARALELOS

Cada vez que el presidente pretende exhibir los supuestos logros de su administración, pareciera que gobierna a un México paralelo al que vivimos. Este país al que se refiere sería utópico, donde la realidad cotidiana se ajusta a sus deseos personales pues con un chasquido de sus dedos, hasta los problemas más graves se resuelven.

Este es el caso del combate a la corrupción.

¿Dónde están sus asesores y colaboradores cercanos?… ¿Será que ellos manipulan la información que llega al presidente?
Pareciera que se repite la vieja historia de la emperatriz Catalina La Grande, de Rusia, que cuando salía al campo era vitoreada por campesinos felices, que no eran más que gente del gobierno apostada en las veredas de la ruta donde ella transitaría.

El viaje que realizará el presidente a Nueva York para ser testigo de la instalación de México en la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU, evento que se realizará el nueve de noviembre, pretende ser utilizado por nuestro primer mandatario para dar un mensaje a la comunidad internacional sobre los logros de su gobierno en el combate a la corrupción.

¿De cuáles logros hablará? … ¿O de qué país?

¿A usted qué le parece?

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www.ricardohoms.com

 

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