Colombia: Prevenir la pandemia de COVID-19 entre los pueblos indígenas del Amazonas

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En pleno solsticio de verano del 2021, La Chorrera, área no municipalizada de la Amazonía colombiana, da cuenta de la séptima víctima de la pandemia. Se trata del líder Jesús Teteye, quien contrajo el virus en un viaje a Bogotá. Al regresar al Amazonas, convencido de la sabiduría propia, decidió cargar solo con la enfermedad. No quiso purificarse en su territorio, no aceptó la medicina ancestral y se resistió a recibir atención en el centro de salud.

El rechazo a los tratamientos y a las medidas de prevención, incluida la vacunación, es común en los pueblos indígenas de toda la Amazonía, alcanzando también a las comunidades aborígenes en Perú y Ecuador.

“Preservar la vida indígena motivó al gobierno de Colombia a donar recursos a la Comunidad Andina de Naciones para promover la inmunización contra la COVID-19 y salvar vidas, a través de acciones de cooperación técnica de la Organización Panamericana de la Salud”, explica la doctora Gina Tambini, su representante en Colombia.

Por eso, la agencia de la ONU llevó un complejo proceso de concertación con las autoridades de los pueblos indígenas Uitoto, Bora, Okaina y Muinane, en el que se permitió el ingreso de las misiones humanitarias de la Organización y la realización de una serie de capacitaciones en vigilancia en salud pública y talleres en medidas de primera respuesta, primeros auxilios psicológicos y comunicación del riesgo.

La meta consiste en que la población adquiera habilidades para la atención de emergencias, la protección de la salud mental y los conocimientos para la prevención contra la COVID-19 con una adecuada aproximación cultural.

Se trata, en definitiva, de que los 2500 habitantes que están en el territorio puedan tomar decisiones bien informadas que les permitan salvar sus vidas.

Uno de esos habitantes es Damián Funoratofe Dokoe, quien después de haber sufrido la COVID-19, y sentir la fragilidad de la existencia, entendió que su gran misión es ser un buen padre, lo que significa cuidarse de la enfermedad y proteger a sus seres queridos. Y una de esas maneras es inmunizarse. Por eso, apenas llegue la vacuna, sin dudarlo dos veces, asegura que pondrá el hombro para tener un “aire de vida” y así poder envejecer junto a sus descendientes.

Lecciones de la primera ola

Al inicio de la pandemia, el COVID-19 dio lecciones profundas. La enfermedad no distingue fronteras, ni razas, y las selvas amazónicas también fueron testigos de la tragedia. Como a muchos en Colombia, Rosa Inés Herrera y su esposo se contagiaron de la COVID-19 en una fiesta y propagaron el virus a cinco miembros de la familia. El padre de Rosa fue uno de los seis adultos mayores que perdieron el ‘aire de vida’ en el 2020.

Agobiados por la tristeza, las autoridades y sabedores de 22 cabildos de los pueblos indígenas Uitoto, Bora, Okaina y Muinane, que hacen parte de la Asociación Zonal Indígena de Cabildos y Autoridades Tradicionales de la Chorrera (Azicatch), en cada uno de sus pueblos se reunieron en rituales de armonización para encontrar en la medicina tradicional remedios capaces de apaciguar la COVID-19.

En las noches, como hijos del tabaco, de la coca y de la yuca dulce, en el sagrado espacio de la maloca, sabedoras, sabedores y oidores invocaron a los espíritus de la sabiduría y la iluminación, a través de oraciones y bailes a los compases de los sonidos de chaquiras y sonajeros, para encontrar las causas de la enfermedad. Y tuvieron encuentros marcados por el diálogo, en el que intercambiaron conocimientos ancestrales para encontrar en plantas, cortezas y bejucos, bebidas y vaporizantes con los que intentar dominar la enfermedad, definida como reik+, “candela” en lengua Uitoto.

Ocurría lo mismo en otras latitudes. Científicos del mundo se congregaban en centros de investigación, laboratorios y universidades para encontrar en la ciencia y la medicina recomendaciones para evitar la propagación del virus, así como tratamientos y vacunas capaces de salvar vidas.

Cooperar para preservar la vida

Durante varios meses en esta parte de la Amazonía no ocurrieron más duelos por COVID-19, pero eso no impidió que el miedo siguiera recorriendo el territorio. Desde el principio, entendieron que el virus iba a quedarse para siempre, debían aprender a vivir con él y no bajar la guardia.

Algunos, incluso, durante ese lapso decidieron soportaron el rigor de la enfermedad en voz baja, recibiendo cuidados de familiares y amigos, encomendando la vida a las medicinas ancestrales y a la fortaleza espiritual que para algunos les exige el hecho de ser líderes de la comunidad. Otros sintieron los síntomas de la COVID-19 sin la certeza de saber si habían sido contagiados.

Además de la resistencia a hacerse la prueba diagnóstica por miedo a adquirir el virus, no fue posible hacer tamizajes con PCR, ya que el centro de salud de La Chorrera no cuenta con neveras y químicos para poderlas procesar y, a medida que aumentaban los contagios en el país, se hizo cada vez más difícil enviarlas a la capital del departamento. Incluso, algunas pruebas de antígenos se dañaron al no poder conservar las temperaturas adecuadas.

Con el invierno, llegaron las inundaciones y la proliferación de zancudos, malos olores y problemas de salud por enfermedades diarreas agudas, infecciones respiratorias agudas y enfermedades dermatológicas, que pusieron más presión al frágil sistema de salud del territorio. Los indígenas con COVID-19 optaron por no ir al centro de salud ni permitieron ser remitidos al Hospital de Leticia, en la capital del departamento, pues se extendió la creencia que eso significaba ir a morir lejos de casa.

Respetuosa de las creencia, pero así mismo convencidos que la vacunación y las medidas de bioseguridad permiten cortar las cadenas de transmisión del virus y salvar vidas, la Organización Panamericana de la Salud se ha propuesto llevar a cabo acciones pedagógicas con un enfoque étnico para que, en combinación con la medicina tradicional, los indígenas acepten estas soluciones que brindan la ciencia y puedan salvar sus vidas.

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