El uso exagerado del plástico durante la pandemia de COVID-19 afecta a los más vulnerables

PRNewswire

La contaminación plástica afecta de manera desproporcionada a personas, grupos y pueblos en situaciones vulnerables, pone en riesgo sus derechos básicos, salud y bienestar, y planteará obstáculos sustanciales para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, asegura un nuevo informe publicado este martes por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y la ONG Azul.

El documento se centra sobre el tema de la llamada justicia ambiental con respecto a la contaminación plástica, un flagelo que está siendo exacerbado por la pandemia de COVID y que afecta a los más vulnerables y marginalizados y a las comunidades que viven o trabajan cerca de los sitios de producción y desecho de este material.

Los expertos indican que, hasta la fecha, no se han publicado muchos estudios revisados por pares sobre los impactos de la pandemia en el consumo de plásticos, pero la limitada investigación realizada apunta a un aumento en el consumo y eliminación de plástico y materiales médicos, y graves interrupciones de procesos de reciclaje ya defectuosos. Los problemas se han acentuado aún más por los precios del petróleo históricamente bajos que hicieron que las resinas vírgenes para fabricar plástico fueran más baratas que las recicladas.

Además, la pandemia podría revertir cualquier progreso realizado en la reducción del consumo de plástico de un solo uso, con un aumento asombroso en el uso de desechables como mascarillas y protectores faciales, guantes, botellas de desinfectante para manos, trajes médicos protectores, kits de prueba, recipientes para llevar comida, empaques de entrega y muchos otros productos que se han vuelto omnipresentes.

Por ejemplo, un estudio estimó que si la población mundial usará la misma cantidad de mascarillas y guantes que se usaron en Italia en la primavera de 2020, se estarían consumiendo unos 129.000 millones de mascarillas y 65.000 millones de guantes mensualmente en todo el mundo.

Y es que las ventas globales de mascarillas desechables podrían haber alcanzado unos 166.000 millones de dólares en 2020, un aumento de 200 veces en comparación con 2019 cuando se vendieron 800 millones.

El aumento de los desechos plásticos y médicos es una realidad en todo el mundo y ha llegado a colapsar los sistemas de reciclaje existentes en algunos lugares. En Singapur, durante un cierre de ocho semanas, se generaron 1470 toneladas adicionales de desechos plásticos solo a partir de envases para llevar. En Wuhan, China, los desechos médicos aumentaron seis veces a 240 toneladas por día durante la pandemia, sobrecargando la capacidad de incineración de la ciudad de 49 toneladas diarias. Un solo hospital en Jordania produjo diez veces más desechos médicos por día, con solo 95 pacientes de COVID-19, de lo que normalmente produce. En Teherán, la capital iraní, los desechos médicos de los hospitales aumentaron entre el 17,6% y el 61,9% durante los primeros meses de la pandemia (de 52 a 74 toneladas por día a 80 a 110 toneladas por día).

Estos aumentos de desechos médicos están provocando un colapso de las cadenas de gestión de desechos a nivel mundial. En abril de 2020, el 46% de las instalaciones de reciclaje en el Reino Unido habían reducido o suspendido sus servicios de reciclaje.

Una estrategia de venta

El informe detalla que la pandemia se ha visto como una oportunidad para impulsar el consumo de plásticos de un solo uso en países como los Estados Unidos.

En las primeras semanas de la pandemia en marzo de 2020, el Departamento de Salud y Servicios Humanos del país recibió una carta de la Asociación de la Industria del Plástico solicitando un anuncio público del Departamento elogiando los beneficios para la salud y la seguridad de los plásticos de un solo uso y refiriéndose en contra de las prohibiciones de estos tipos de materiales.

La carta se envió una semana después de que se publicara un estudio revisado por pares que demostraba que el coronavirus podría sobrevivir en superficies de plástico hasta 72 horas, en comparación con hasta 24 horas en superficies de cartón, y a pesar de que los expertos en salud afirmaron que los productos desechables presentan problemas de salud relacionados con el COVID-19 similares a los reutilizables.

Un golpe a los sistemas de reciclaje

Por otro lado, las medidas de confinamiento han reducido drásticamente la demanda de petróleo, empujando sus precios a mínimos históricos. Como resultado, el costo de producir plásticos vírgenes puede ser menor que el de los materiales reciclados.

Según el informe, esto tiene un doble efecto negativo ya que aumenta la producción de nuevos materiales plásticos y puede hacer que las instalaciones de reciclaje ya no sean económicamente viables. Por ejemplo, una instalación de reciclaje en Portugal ha visto caer sus ingresos hasta en un 40% desde que comenzó la pandemia. La instalación produce polietileno reciclado, que se utiliza para fabricar bolsas y botellas de plástico.

Estos mismos efectos también se sintieron en California, Estados Unidos. En un esfuerzo por contener la propagación de la contaminación por COVID-19, el estado suspendió la prohibición de las bolsas de plástico durante sesenta días a partir del 22 de abril de 2020. El objetivo de la prohibición era reducir “el riesgo de exposición al COVID-19 para trabajadores que realizan actividades esenciales, como manipular bolsas de comestibles reutilizables o envases reciclables.

Los impactos de la suspensión temporal tuvieron impactos negativos en la producción y reciclaje de bolsas plásticas y empaques. De manera similar a lo que sucedió en Europa, los fabricantes en Estados Unidos rápidamente volvieron a usar resinas 100% vírgenes, ya que cuestan menos que las resinas recicladas. En el sudeste asiático, los recicladores tuvieron que reducir sus precios en un promedio del 21%.

“Los impactos de esta pandemia han sido devastadores (sobre la lucha contra el plástico) y nos va a tomar muchísimo tiempo para realmente entender sus consecuencias a largo plazo”, dijo Juliano Calil, autor principal del informe, durante su lanzamiento.

Los más vulnerables siguen pagando el precio

Los impactos del cierre global también han sido severos para los recicladores más vulnerables. En Manila, la capital de Filipinas, estas personas ya no pueden vender materiales reciclables, ya que la mayoría de los depósitos de chatarra y otros negocios que los compran han estado cerrados durante meses.

En algunos casos, los recicladores son reprendidos por la policía si abandonan sus hogares para recolectar productos plásticos, obligándolos a volver al apoyo gubernamental insuficiente o pedir dinero prestado para sobrevivir. En Vietnam y Tailandia, dos de los primeros países en poner fin a sus medidas de confinamiento, los volúmenes de materiales reciclados aún eran significativamente más bajos que los niveles antes de la pandemia.

Si las cifras históricas indican el futuro, menos del 10% de los plásticos utilizados durante la pandemia se reciclarán alguna vez, y más del 70% llegará a los vertederos o al medio ambiente. Como el COVID-19 puede sobrevivir en superficies plásticas hasta tres días, esto plantea preocupaciones adicionales por la contaminación humana por desechos plásticos.

De 1950 a 2015, se produjeron 8300 millones de toneladas métricas de nuevos plásticos, y si estas tendencias continúan, para 2025, habrá suficiente plástico para cubrir cada metro de costa en todo el mundo con 100 bolsas.

La prevalencia de los plásticos en el medio ambiente ha llegado a tal punto que algunos académicos han comenzado a referirse a la esfera de interacción entre ecosistemas y plásticos como la plastisfera.

El plástico y la degradación ambiental

Los plásticos son persistentes, parte de su atractivo cuando fueron creados, pero también una de sus peores cualidades, explican los expertos del informe.

Los plásticos, que se componen principalmente de monómeros derivados de hidrocarburos fósiles, no son biodegradables. Cuando se desechan, no se descomponen ni se asimilan mediante procesos biológicos. En cambio, liberan rellenos, como plastificantes, gas y líquido contaminado y se descomponen en pedazos cada vez más pequeños que conservan muchas de sus propiedades originales. Esta persistencia permite que los plásticos se acumulen, no solo en cantidad y volumen, sino también como toxinas y microplásticos en el medio ambiente.

Los procesos comunes de gestión de residuos que pretenden eliminar realmente los plásticos, como la incineración, generan productos tóxicos y emisiones de CO2 significativas, lo que plantea desafíos adicionales de contaminación y cambio climático.

Además, la contaminación plástica trasciende las fronteras nacionales, lo que hace que las responsabilidades y estrategias para una limpieza efectiva no estén claras. Combinadas, estas características hacen que la contaminación por desechos plásticos sea un problema considerablemente desafiante, y que va más allá de afectar la salud de nuestras tierras y océanos: tiene un impacto en la salud y los derechos de las comunidades todos los días.

Un tema de justicia

La contaminación plástica impacta el medio ambiente marino y las comunidades humanas. En particular, las comunidades vulnerables soportan de manera desproporcionada las consecuencias de la degradación ambiental causada por la contaminación por plásticos, desde la producción hasta los desechos. Las discusiones sobre este tema rara vez han analizado estos impactos negativos específicamente a través de una lente de justicia ambiental.

Desde la extracción de petróleo hasta la eliminación de plástico, existen tres impactos externos principales: degradación del ecosistema debido a fugas, especialmente en el medio marino; emisiones de combustibles fósiles y sustancias tóxicas de la producción y la incineración de materiales eliminados; e impactos en la salud y el medio ambiente (incluida la pérdida de biodiversidad).

Los desechos plásticos no solo amenazan los medios de vida de quienes dependen de los recursos marinos para trabajar, sino que también pueden generar una serie de problemas de salud para las personas que consumen mariscos infestados de micro y nanoplásticos tóxicos. El desafío de los desechos plásticos, que se ha visto agravado por la pandemia COVID-19, es una parte importante de la crisis de contaminación global, que, junto con la pérdida de biodiversidad y el cambio climático, representan una triple emergencia planetaria que debe abordarse mediante cambios masivos en la forma en que la humanidad utiliza los recursos de la tierra.

“La justicia ambiental significa educar a quienes están en la primera línea de la contaminación plástica sobre sus riesgos, incluyéndolos en las decisiones sobre su producción, uso y eliminación, y garantizar su acceso a un sistema judicial creíble”, dijo la directora ejecutiva del PNUMA, Inger Andersen.

Los casos de injusticia ambiental con el plástico van desde la deforestación y el desplazamiento de los pueblos indígenas para dar paso a la extracción de petróleo hasta la contaminación del agua potable por los fluidos de fracturación hidráulica y las aguas residuales.

La extracción de petróleo y gas natural generalmente sucede en las comunidades más vulnerables, por ejemplo, en Los Ángeles, Estados Unidos, hay problemas de salud entre las comunidades predominantemente afroamericanas y de bajos ingresos que viven cerca de las refinerías en el Golfo de México. A menudo están expuestos a tóxicos, emisiones y derrames.

Además, la manufactura del plástico expone a residentes cercanos a las fábricas no solo a productos químicos tóxicos de la producción, sino también a la fuente indirecta de emisiones de almacenes y uso de camiones. Estas instalaciones suelen estar junto a los ríos o aguas subterráneas, que pueden contaminarse y llevar esa contaminación al océano.

Además, a nivel de consumo, las corporaciones invierten una gran cantidad de dinero para asegurar el máximo de penetración en las comunidades más vulnerables que sufren sus impactos. Inundan comunidades con tiendas de “un dólar” o de descuentos donde las familias sienten que pueden hacer rendir su dinero, enfatizando el “valor” del producto y conveniencia. La mayor parte de la mercancía es de muy baja calidad y se rompe mientras está en uso, y muchas veces también es tóxico ya que puede contener altos niveles de plomo y otros disruptores endocrinos.

Finalmente, a la hora de terminar su ciclo, la mayoría de los plásticos terminan en la basura y convertidos en desperdicio. Incluso si son descartados correctamente de todos modos van camino al océano. Los vertederos además están ubicados en áreas donde viven las familias de bajos ingresos y la gente de color, exponiéndolos a la contaminación del aire, el agua y el suelo.

En muchos países, se ha vuelto popular utilizar la quema de desechos para generar electricidad o calor a los hogares, y la industria lo hace pasar como “verde”, pero los incineradores contribuyen al cambio climático con las emisiones de carbono y generalmente siempre están ubicados cerca de las comunidades más vulnerables.

Las consecuencias sobre las mujeres

Según el informe, la recolección de residuos es un trabajo de mujeres en algunos lugares, lo que las expone más a problemas de desechos y saneamiento, sin embargo, de lo que no se habla tanto, es del impacto que tienen las sustancias tóxicas provenientes del plástico.

Además de los riesgos para los fetos asociados con los plásticos y el Bisfenol A o BPA que algunos contienen, el uso de estos materiales afecta de manera desproporcionada a las mujeres en todo el mundo. La carga de las responsabilidades del hogar tiende a recaer en las mujeres y, a medida que los plásticos se han vuelto más frecuentes en nuestra vida diaria, también lo ha hecho la exposición de las mujeres a sus diversos aditivos tóxicos.

Un estudio de 2019 encontró que las mujeres en México con diabetes tenían niveles más altos de BPA en la orina en comparación con sus contrapartes no diabéticas, y que los niveles de exposición eran más altos para las mujeres mayores. Las dioxinas, asociadas con la quema de desechos plásticos (una práctica común para iniciar incendios en muchas naciones menos desarrolladas económicamente), son extremadamente cancerígenas y tienen un impacto particularmente negativo en las mujeres.

En el caso de las dioxinas y el BPA, estos aditivos plásticos se liberan a altas temperaturas, lo que aumenta la probabilidad de exposición a estos materiales en climas cálidos.

Los ftalatos, que se utilizan a menudo como plastificantes, se han encontrado en niveles más altos en mujeres que en hombres. Estos plastificantes son comunes en los productos cosméticos y se han encontrado en el 86% de los productos para el cuidado femenino probados en China, incluso en las capas externas de las toallas sanitarias. Los ftalatos también pueden aumentar el riesgo de pérdida recurrente del embarazo.

Un estudio de mujeres taiwanesas encontró que aquellas con múltiples abortos espontáneos usaban mecanismos plásticos de almacenamiento de alimentos significativamente más que las mujeres que no habían experimentado una pérdida recurrente del embarazo.

Tales pérdidas de embarazos, o defectos de nacimiento en embarazos llevados a término, pueden tener consecuencias sociales para las madres a las que se puede culpar o abusar de estos resultados negativos.

Más recientemente, se han detectado microplásticos en placentas humanas. Desafortunadamente, los riesgos del uso de plástico a menudo se comunican mal, en particular a las mujeres, y los profesionales de la saludno examinan habitualmente a las pacientes para detectar tal exposición a pesar de los riesgos desproporcionados que enfrentan.

Recomendaciones

Según los expertos, la disrupción provocada por la pandemia de 2020 puede brindar oportunidades para cambios significativos y duraderos en las estructuras económicas y facilitar un movimiento hacia una economía circular donde los desechos se gestionen de manera mucho más sostenible.

Un enfoque basado en los derechos, incluidos los enfoques de justicia social, para la recuperación y respuesta al COVID-19 requiere que se reconstruya mejor y de manera más sostenible. Los expertos explican que las respuestas efectivas a las crisis ambientales deben ser respuestas globales basadas en la solidaridad, la compasión y el respeto por la dignidad humana. Las acciones requeridas deben basarse en las obligaciones de los Estados y otros garantes de derechos en el derecho ambiental internacional y los instrumentos de derechos humanos, así como en los tratados regionales.

Los autores del informe recomiendan que los gobiernos amplíen su control de los desechos plásticos, estudien sus impactos en la salud e inviertan en su gestión. Los gobiernos también deberían adoptar y aumentar la aplicación de las prohibiciones de los plásticos de un solo uso y fomentar la reducción, el reciclaje y la reutilización.

Además, deben sensibilizar y animar a las comunidades afectadas a actuar garantizando el acceso a un sistema judicial eficaz que siga los principios de justicia ambiental, como el consentimiento fundamentado previo libre y el derecho de acceso a la información.

“La contaminación plástica es un problema de justicia social. Los esfuerzos actuales para gestionar y reducir la contaminación plástica son inadecuados para abordar la gama completa de problemas que conlleva. Los impactos dispares en las comunidades afectadas por el plástico, en todos los puntos desde la producción hasta el desperdicio, deberían hacer de la justicia ambiental una consideración habitual dentro del campo de la conservación marina “, asegura la coautora, fundadora y directora ejecutiva de Azul, Marce Gutiérrez-Graudiņš.

El informe revela también como los residuos plásticos están socavando el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible , especialmente el primero 1 sobre la erradicación de la pobreza; el número 2 sobre el hambre cero; el 14 sobre la protección de los ecosistemas marinos; y el 16 sobre el acceso a la justicia para todos y la construcción efectiva, responsable y instituciones inclusivas a todos los niveles.

“Al final, lo que hay que reconocer es que la contaminación plástica viola los derechos humanos”, afirmó Marcos Orellana, relator especial del Consejo de Derechos Humanos, durante la presentación del informe.

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