Proceso
Antes de entregar el poder el peñanietismo se encargó de dejar la hasta entonces residencia oficial con amplios espacios vacíos. Ni cubiertos, cafeteras ni hornos en la cocina; ni lámparas o burós en las recámaras; ni escritorios, engrapadoras o computadoras en las oficinas; ni televisiones ni sus soportes, que fueron arrancados de las paredes… Vaya, ni el teléfono rojo sobrevivió al fin del sexenio anterior en Los Pinos.
El teléfono rojo, mítico objeto de “la red” que comunicaba a los altos funcionarios con el presidente, ya no está. No aparece en el despacho presidencial de la residencia Miguel Alemán, que se ubica a la izquierda del vestíbulo; tampoco está en la casa Miguel de la Madrid ni en el despacho más acogedor, no por ello menos lujoso, de la casa Lázaro Cárdenas.
Símbolo del acceso al poder presidencial, invocación frecuente de novelas y thrillers políticos, no hay rastro del teléfono rojo en la que fue residencia oficial de Los Pinos, como tampoco hay un solo teléfono o intercomunicador en ninguno de los despachos que debió ocupar el equipo presidencial, que se pueden recorrer por todo el pasillo trasero de la casona que durante más de ocho décadas habitaron –y desde donde despacharon– los presidentes de México.
Tampoco hay ni una computadora, impresora, trituradora, engrapadora, engargoladora o perforadora; ni un despachador de agua, una cafetera o algún horno de microondas, objetos todos que se contaban por cientos en el inventario de bienes de la Presidencia de la República hasta un año antes de que la residencia de Los Pinos fuera desalojada.
Y en definitiva, los números no cuadran cuando se procura hacer el contraste, por ejemplo, de las sillas, sillones y credenzas asentadas en el inventario obtenido por Proceso en julio de 2017 sobre el mobiliario de la hoy exresidencia oficial, con las que se pueden observar en los rincones de las tres casas presidenciales y el salón Venustiano Carranza, que desde el pasado sábado 1 cualquier ciudadano puede visitar.
Sede del poder político durante ocho décadas, el perímetro ya no cuenta con el recaudo del Estado Mayor Presidencial; está custodiado ahora por efectivos de la Primera Brigada de Policía Militar que fungen como agilizadores de visitas, empleados de la Secretaría de Cultura.
No hay guía de turistas ni explicación de algún tipo, excepto por las etiquetas en algunos cuadros de artistas célebres o muebles de cierta importancia; y algunas descripciones, como la del “búnker”, cuya sala de crisis fue construida en el sexenio de Felipe Calderón, en el sótano de la casa Miguel Alemán; y naturalmente los letreros que acompañan numerosas piezas en los que se lee: “Así se recibió”.
La ausencia de objetos es notoria en relación con lo registrado por la Oficina de la Presidencia de la República hasta el 2 de mayo de 2017, fecha en la que este semanario hizo una solicitud de información (folio 0210000037317), con el fin de documentar el inventario de la residencia oficial de Los Pinos para contrastarla con lo entregado una vez ocurrido el cambio de gobierno.
Hasta entonces era imposible saber cuál sería el resultado de la elección presidencial y mucho menos que Los Pinos fuera a quedar abierta al público, como ocurrió este mes, al arribo de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia y cuya administración aún no logra conocer el destino de miles de objetos faltantes.
El pasado lunes 3 Proceso solicitó formalmente a la Coordinación de Comunicación Social de la Presidencia de la República que se le permitiera consultar el inventario.
Un día después los senadores Geovanna del Carmen Bañuelos de la Torre y Alejandro González Yáñez, del Partido del Trabajo, presentaron un punto de acuerdo para que la Oficina de la Presidencia y la Secretaría de Cultura informaran sobre el inventario de bienes. La respuesta en ambos casos fue que se debe esperar hasta enero, cuando concluya el plazo de revisión de lo recibido.
Para entonces la falta de menaje en la exresidencia oficial ya era un escándalo:
En la cocina no había ni un cubierto. En las recámaras no quedaron lámparas, sillones, burós ni objetos decorativos; nada de ropa de cama, tapetes o blancos. No había una pantalla de televisión, algún escritorio o secreter, en sus enormes clósets no se localizó ni un gancho, mientras que las paredes fueron resanadas de manera tan minuciosa que, literalmente, no quedó ni un clavo.
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