The New York Times
Parecía una historia sacada de una novela de narcos: uno de los mayores capos de la droga de México subió a un avión, cruzó la frontera y fue presentado a los agentes federales estadounidenses por el hijo de su antiguo socio criminal.
Pero al final, según las autoridades de dicho país, fue traicionado por un adversario insólito: el hijo de su aliado criminal, Joaquín Guzmán Loera, el infame capo de la droga conocido como el Chapo, quien ahora cumple cadena perpetua en una prisión federal estadounidense.
Según las autoridades de Estados Unidos, Joaquín Guzmán López, uno de los hijos del Chapo, engañó a Zambada García para que subiera al avión diciéndole que iban a ver propiedades inmobiliarias en el norte de México. El anciano no tenía ni idea de que en realidad se dirigía a Texas, donde caería en manos de agentes estadounidenses que le seguían los pasos desde hacía tiempo.
La dramática detención transfronteriza se produjo después de años de contactos discretos entre Guzmán López y un pequeño equipo de agentes de las fuerzas de seguridad del FBI y del Departamento de Seguridad Nacional, que lo habían perseguido tenazmente a él, a sus tres hermanos y a Zambada García tras la histórica condena de Guzmán Loera por conspiración de narcotráfico hace cinco años.
Al final, independientemente del papel que desempeñaran, los agentes estadounidenses lograron lo que querían: detuvieron a un objetivo criminal de enorme importancia que había eludido su captura y que durante mucho tiempo habían dudado que las autoridades mexicanas pudieran —o quisieran— atrapar.
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