Delincuencia familiar: Ricardo Homs

Ricardo Homs

Mientras el gobierno se solaza y regodea deteniendo a grandes figuras políticas que representan lo oscuro y podrido de los gobiernos anteriores, como lo es sin duda la detención en España de Emilio Lozoya, entre otros funcionarios públicos, en la sociedad mexicana se están gestando grandes cambios que pueden alterar nuestro futuro.

Parece ser que la única delincuencia que hoy preocupa a nuestras autoridades es la de “cuello blanco”, pues combatirla es muy rentable política y electoralmente.

Los escándalos de corrupción política tienen gran simbolismo y generan noticia.

Sin embargo, debemos reconocer que la corrupción en las altas esferas políticas ha sido una práctica global, que incluye a las grandes potencias. Cabe aclarar que cuando en esos países se descubre corrupción, termina siendo un escándalo mediático que culmina con renuncias, juicios políticos o incluso cárcel para grandes y poderosas figuras políticas y empresariales.

En contraste, cuando la corrupción permea hacia la sociedad y se convierte en una actividad practicada popularmente, como lo es en México, donde es tolerada públicamente, impulsa la delincuencia. Entonces su impacto realmente es devastador, pues socava las estructuras del estado de derecho y se corrompen la moral pública y los valores, además de poner en riesgo la integridad física de la gente, así como el patrimonio familiar.

Ese es el nuevo escenario que vive México.

Cada vez crece más y se desarrolla el modelo de la delincuencia familiar, o sea que hay familias que operan como bandas en las cuales participan desde los papás, hasta los niños y los abuelitos y cada quien ejerce un rol que es determinante para el éxito del robo, el secuestro, la extorsión o algunos otros delitos vinculados con el patrimonio. De este modo es que ahora vemos el incremento de la participación infantil en los delitos.

Si en el seno de la familia se puede desarrollar el germen de la violencia de género y quizá hasta de la pederastia, en contra de los niños, vemos también que dentro de la familia se pueden generar estructuras delincuenciales básicas, altamente rentables, eficientes e invisibles para las autoridades.

Este modelo familiar es altamente engañoso frente a sus potenciales víctimas, pues manipulan emociones que derriban cualquier precaución que podamos tener frente a una extorsión o robo. De esta forma, la posible víctima se pone frente a sus agresores en posición de indefensión y vulnerabilidad.

Este fenómeno está surgiendo en los segmentos de población vulnerable, donde hay poco qué perder y mucho por ganar.

Esta es una de las grandes consecuencias de la demagogia política que vemos todos los días, que manipula los rencores y resentimientos inconscientes y les da una salida moral interpretada como reivindicación social. Esto permite que actos delincuenciales sean practicados sin remordimiento. Los valores tradicionales de la familia mexicana, que fueron motivo de orgullo en generación anteriores, hoy han sido contaminados por esa demagogia política que estimula la “lucha de clases”, dividiéndolos en “chairos” por un lado y “fifís” por otro.

La tradicional cultura del esfuerzo, que fue un pilar de la resiliencia mexicana en contra de las adversidades, hoy ha sido sustituida por la cultura del “dinero fácil”, que es el gen de la delincuencia y la corrupción.

Mientras el gobierno federal muestra como un valioso trofeo de la lucha contra la corrupción la detención de Emilio Lozoya, ex director de PEMEX, la retórica gubernamental socava los valores tradicionales de la sociedad mexicana, convirtiendo a los pequeños delincuentes en víctimas de la pobreza.

Este discurso emocional y manipulador que se sustenta en los rencores y agravios ancestrales, está transformando a la sociedad mexicana y pronto será un viaje sin retorno, pues ese gran capital humano que durante las últimas décadas fue la base de la productividad de nuestra economía, hoy se está perdiendo a través de una tendencia al rescate de una obsoleta, vieja y desgastada lucha de clases.

Este segmento vulnerable de población, que debemos reconocer sobrevive con limitaciones económicas, ahora prefiere acogerse a los beneficios de la seguridad social y sus dádivas, manteniéndose en el mejor de los casos en su zona de confort, pero en otros casos, dando escape a la frustración y el resentimiento en contra de quienes considera “fifis”, a través de la delincuencia y el despojo, fenómeno social moralmente justificado por esta nueva visión ideológica, transformadora.

Como ejemplo básico, podemos considerar a la estructura familiar participando en acciones de vandalismo y robo de mercancía a camiones y ferrocarriles, aprovechando los accidentes viales que sufren las unidades de transporte de carga, o quizá hasta lo provocan.

Hoy se están dando conductas delincuenciales de tipo familiar planificadas, como el video que circula en redes sociales donde una persona relata que circulando en una carretera de Tabasco, fue interceptado por una familia que pedía ayuda, conformada por papás, niños y abuelitos. Cuando este hombre descendió del coche fue secuestrado por esta familia y retenido en el campo hasta que su familia pagó el rescate. Mientras esto sucedía, el secuestrado era vigilado y atendido en sus necesidades básicas por los niños y los abuelitos.

En otro video una joven narra cómo fue abordada después de retirar dinero del cajero de banco por una familia campesina que no sabía cómo cobrar unos cheques que llevaba consigo y por ello le pidieron ayuda.

A partir de que la abordaron, fingieron la desaparición de los menores de edad que les acompañaban, lo cual permitió a esta familia inducir a su víctima a alejarse del lugar donde estaba, para colaborar en la búsqueda de los niños. De este modo, lejos de donde estaba originalmente, esta mujer fue despojada del dinero retirado en el cajero del banco.

Las familias que utilizan niños para delinquir con impunidad nos muestran un fenómeno social grave, pues un niño que empieza a delinquir enseñado por su familia, cuando sea adulto será un profesional del delito y quizá un sicario implacable.

La delincuencia está formándose hoy en el seno de las familias.

El gobierno debe poner mucha atención en estos fenómenos sociales, que tarde o temprano tendrá que resolver para rescatar la seguridad y neutralizar la violencia.

La fuerza seductora del lenguaje emocional, puesto al servicio de la ideología política, distorsiona la moral y puede generar grandes cambios sociales que pueden llevarnos a ser un país controlado política y socialmente por la delincuencia.

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