Rossi A. G.
· La feminista concedió una entrevista a la IBERO, en el marco de su participación en el ‘Congreso Internacional. Violencias, resistencias y espiritualidades’
· Para la también antropóloga, en una década México se imposibilitó como sociedad
En su educación formal, Rita Laura Segato (Buenos Aires, Argentina, 1951) se decantó por el estudio de la música y de la antropología. De ello dan cuenta sus egresos del Conservatorio Superior de Música ‘Manuel de Falla’ y de la Escuela Nacional de Danzas; su Especialidad en Etnomusicología (Instituto Interamericano de Etnomusicología y Folklore –INIDEF-); su Licenciatura en Ciencias Antropológicas (Universidad de Buenos Aires) y su Doctorado en Antropología Social (Queen’s University Belfast).
Con tan amplia formación, no resultó extraño que se sintiera atraída por la academia, y se desempeñara como investigadora del Archivo de Música Latinoamericana del INIDEF y como profesora del Departamento de Antropología de la Universidad de Brasilia.
Pero hoy en día la Dra. Segato es ampliamente reconocida en el ámbito universitario latinoamericano como antropóloga y feminista, debido a sus notables aportaciones a la investigación sobre violencia contra las mujeres, que comenzó a analizar en 1993, por encargo del gobierno de la capital de Brasil.
Y es precisamente este tema sobre el que accedió a hablar con la IBERO, en su más reciente visita a esta Universidad, la cual la invitó a compartir su saber con una conferencia magistral en el ‘Congreso Internacional. Violencias, resistencias y espiritualidades’.
-Uno de sus libros lo tituló ‘La guerra contra las mujeres’; ¿en qué consiste esta guerra contras las mujeres?
Para serle absolutamente sincera, el título lo original no era exactamente ese. El título se lo puso, para hacerlo atractivo, la primera editorial que lo publicó, que fue Traficantes de Sueños.
Pero mi idea no es que hay una guerra contra las mujeres, no lo veo así, no representa mi pensamiento. Yo creo que hay una guerra entre los dueños de los pedazos de territorio, de los dueños jurisdiccionales, como digo en mi ensayo sobre Ciudad Juárez (‘La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez: territorio, soberanía y crímenes de segundo estado’); unos dueños que son caciques, que pertenecen a mafias, a pandillas, al crimen organizado.
Es una guerra también contra la sociedad y contra el Estado, que se realiza en el cuerpo de las mujeres; que no es lo mismo. O sea, no es que sea una guerra contra nosotras; es una guerra mediante nuestros cuerpos, porque es en el cuerpo de la mujer que se expresa el poderío de esos dueños.
-¿Cómo se expresa ese poderío?
Con la discrecionalidad, con la arbitrariedad. Si yo mato con crueldad, desaparezco, torturó, al soldadito de la corporación armada enemiga, de la pandilla enemiga; yo estoy en guerra. Pero si yo aplico esa crueldad en el cuerpo de las mujeres, yo simplemente digo al mundo mi posibilidad, mi omnipotencia, mi capacidad de hacer cualquier cosa.
La violencia que se realiza en las mujeres, de la que evidentemente somos las víctimas, es una violencia que a través de nosotras se dirige a toda la sociedad. Porque el cuerpo de la mujer es un vehículo para un mensaje que se dirige a toda la sociedad; un mensaje de omnipotencia, de impunidad, de la capacidad de ser violentos de manera arbitraria, sin razón, sin una lógica utilitaria.
Aquí en México se habla de que todas las mujeres desaparecidas, secuestradas en el Metro, son llevadas a la trata; y aunque es fácil entenderlo así, yo lo dudo. Si yo quiero llevar a una mujer a la trata no la secuestró en el Metro. El secuestro en el Metro es un secuestro espectacular, que llama la atención de la sociedad; pero es más que nada un espectáculo de impunidad, de dominio, de arbitrio. Si yo quiero hacer algo así por una razón instrumental, utilitaria, como ganar dinero con ese cuerpo, la secuestró en otro lugar.
-¿Esta arbitrariedad, este dominio, son propios del patriarcado, que tiene una de sus mayores manifestaciones violentas, contra las mujeres?
Es uno de los desarrollos recientes, contemporáneos, del orden patriarcal. El orden patriarcal se ha casado, se ha articulado, de una manera muy perfecta, con la fase contemporánea del capital; a la que yo le llamo una fase de dueñidad. O sea, ya no más de desigualdad, porque hablar de desigualdad es poco, pues debemos considerar que estamos en un mundo de dueños. Y como el orden patriarcal siempre fue un orden de dueños, casa perfectamente bien con el orden económico del presente.
-¿Qué ha permitido la vigencia y permanencia del patriarcado?
Es el más arcaico de los órdenes políticos. El orden patriarcal funda todas las otras formas de desigualdad, y es el primer entrenamiento para la desigualdad, de prestigio y de poder, entre los seres humanos. Es el entrenamiento que damos a los niños en la casa o cuando ven televisión, cuando se dan cuenta que la palabra de un hombre vale más que la palabra de una mujer, que la inteligencia de un hombre es más potente que la inteligencia de una mujer, que la fuerza física de un hombre es mayor que la de la mujer, que el prestigio está asociado al ícono del cuerpo masculino.
Pero el feminismo ha tenido en los últimos tiempos un momento de esplendor, porque las mujeres, en su pluralidad de voces, en sus diferencias entre sí, son un movimiento poderoso que ha llegado con gran estrépito a tomar el espacio público. Ahí las mujeres mostraron cuántas somos, cómo estamos juntas y el afecto que corre por las arterias de este movimiento; y eso ha asustado a nuestros antagonistas de proyecto histórico.
Esos antagonistas quieren defender un orden de poder, que es el orden del capital, el orden de los dueños del mundo, de los dueños del planeta y de los dueños de la vida también, porque sus decisiones afectan la vida y la muerte de todas las personas.
La posibilidad de transformar la sociedad, de desmontar ese orden desigual fundacional, asustó a nuestros antagonistas de proyecto histórico, y han puesto a sectores del catolicismo y a sectores del protestantismo, pero no a la integridad del protestantismo ni a la integridad del catolicismo, a trabajar para ver si consiguen derrocar el riesgo que ven en nuestro movimiento.
-Usted creó el concepto femigenocidio; ¿por qué y qué significa?
Femigenocidio se dirige a poder nombrar la idea de que hay mujeres que no mueren por razones domésticas, que no mueren como consecuencia de una interacción en la intimidad o no mueren a manos de conocidos. La tendencia del sentido común, la manera en que pensamos los crímenes contra las mujeres, siempre está empañada por la idea de que existe el deseo, la libido, el celo, el odio; una emocionalidad que emerge de interacciones próximas entre personas conocidas.
A partir de mi visita y análisis de la situación en Ciudad Juárez, en 2006, me di cuenta que los feminicidios que ahí ocurren no tienen nada que ver con el orden de la intimidad. Existen feminicidios del orden de la intimidad, por parejas, sí; pero los feminicidios que se han tornado famosos en el mundo, porque las madres salieron del campo algodonero a denunciarlos, esos no son feminicidios de la intimidad.
Por eso por mucho tiempo fue muy difícil interpretar qué son esos feminicidios, porqué se mata mujeres por un grupo grande hombres, con una tortura sexual, mutilaciones y violaciones colectivas, de una forma recurrente, casi una rutina; y qué significa eso.
De ahí pasé a visitar países como El Salvador, Guatemala y Honduras, o sea todo el triángulo norte centroamericano, y me di cuenta de que el feminicidio se expande en ese territorio, así como también se expande en todo México; por eso hoy hablamos de una realización de México.
Son agresiones a las mujeres y una crueldad contra el cuerpo de las mujeres que no responden a problemas de la intimidad. Entonces a esos crímenes les llamo femigenocidio; porque podrían llegar a una categoría del orden jurídico internacional de los derechos humanos, al ser crímenes contra las mujeres, no contra una mujer por una razón que puede ser personalizable.
Dentro del femigenocidio incluyo los crímenes asociados a las nuevas formas de la guerra, a los conflictos entre pandillas; o como en Ciudad Juárez, a la represión estatal, o a formas de enunciar al mundo la dominación territorial y la dominación jurisdiccional, por parte de algunas mafias locales.
A eso le llamo una esfera paraestatal de control de la vida. Y varios sectores de nuestros pueblos, de nuestras ciudadanías, en todos los países de América Latina, están expuestos a un control paraestatal de su vida por parte de grupos de organizaciones criminales, o por el paraestado; o sea, por formas represivas y duplicaciones represivas de los Estados nacionales. Ahí, a las muertes de mujeres les llamó femigenocidio, crímenes que se realizan contra la población de mujeres.
También incluyo ahí al crimen de la trata, porque las mujeres tratadas son reducidas a condiciones concentracionarias de existencia, que perjudican su salud de una forma definitiva. Por eso en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, de Naciones Unidas, las condiciones concentracionarias de existencia son una de las formas de genocidio.
-¿Cuándo suma la palabra genocidio a la de feminicidio es para darle un carácter de crimen de lesa humanidad al asesinato de las mujeres, y resaltar su gravedad?
Exactamente. Si consiguiéramos llevar esa categoría a una Convención iluminaríamos todo el campo de la violencia contra las mujeres, inclusive los crímenes domésticos; y se empezaría a mostrar algo que es muy difícil de mostrar a la población por causa del sentido común, que siempre los reduce a crímenes de la intimidad, del orden privado.
Es muy difícil retirar los crímenes contras las mujeres del fuero íntimo. Si consiguiéramos llevar al fuero internacional este grupo particular de crímenes letales, con intención letal o con consecuencias letales, como es la trata, iluminaríamos todo el campo de la violencia contra las mujeres y mostraríamos cómo es una violencia plenamente pública.
-Aprovecho que usted reside en el Cono Sur, para preguntarle, ¿qué explicación podría dar a este resurgimiento de la extrema derecha en Latinoamérica, por ejemplo, en Brasil y Argentina?
Creo que la esfera paraestatal de control de la vida, de control de muchas voluntades, en América Central y en México, se dio a través del crimen organizado; que también considero es un implante, no un fenómeno espontáneo.
En el caso de su país, debo decir que soy una persona que viene a México todos los años, la mayor parte de ellos más de una vez, desde que tengo 20 años; entonces conozco a México bastante bien, desde Laredo hasta Juchitán.
Pero me pregunto qué pasó con México, un país que, pese a todos sus problemas, como su democracia de un partido único y Tlatelolco, se mantuvo durante mucho tiempo como la democracia de América Latina; y en poco tiempo, en menos de diez años, ahora no se puede transitar después de la 6 de la tarde. Qué pasó con México. No puedo pensar que esta descomposición es un fenómeno espontáneo de la sociedad, no lo creo, fue demasiado rápido, demasiado veloz; no transcurrió ni una década en que México se imposibilitó como sociedad.
En el caso del crimen organizado en México, yo creo que ha sido un implante, no un fenómeno espontáneo. Pero la extensión que tomó y la forma en que está imposibilitando la vida normal de la gente en muchos lugares, es misteriosa.
Mi evaluación es que el poder no puede ser observado, lo inferimos, hacemos modelos de comprensión de cómo piensa y a dónde se dirige, pero no podemos observar cómo toma sus decisiones, cómo debate sus decisiones o cómo delibera sus decisiones.
De la misma forma, la acción de ciertas Iglesias, evangélicas, sobre todo, en América del Sur, ha sido también un implante; controlan la vida y la voluntad de mucha gente y están por detrás de la derechización de la política.
-En cuanto a otros dos tipos de violencias, ¿de qué manera se podría proteger a los defensores de la tierra, que se oponen a los crímenes de la economía extractivista; y a los migrantes, que están siendo victimizados en las fronteras?
Para mí hay dos estrategias que son centrales para garantizar un futuro en la Tierra. Una es la vincularidad, la reconstrucción comunal, la restauración del tejido comunitario. Que la gente apueste por esa restauración, ese retejimiento de las relaciones entre las personas, para que las personas puedan, en la falencia total del Estado o en la toma del Estado por sectores francamente antipopulares y genocidas, protegerse entre sí, acogerse y cuidarse, y en última instancia, refugiarse.
El otro gran tema que tenemos pendiente, yo misma lo tengo pendiente, es pensar mejor. Durante mucho tiempo, en mis primeros años como antropóloga, mi primer tema fue la música, la etnomusicología. Pero mi segundo tema fue religión y sociedad. Mucho tiempo estudié, hice trabajo de campo y escribí, sobre religión y sociedad; y hoy creo que estoy volviendo a ese tema porque, entre otras cosas, pienso en la espiritualidad, porque hay una pulsión humana que es la búsqueda de sentido en la vida.
Y creo que ahí la espiritualidad tiene un papel central, y es un campo que es necesario reflexionar más y trabajar más, para entender cómo la espiritualidad puede en el presente ayudarnos a recuperar la vida en la Tierra, porque la vida está en riesgo, ha sido casi totalmente cosificada.
El mundo, la vida, se han transformado en cosas, para mucha gente no son más que cosas. ¿Cómo sacamos a esa gente de ahí?, esa gente que no ve venir su propia muerte, inclusive los dueños. Los dueños no están viendo venir su propia muerte.
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