Por María Beatriz Muñoz Ruiz
No volveré mi vista atrás,
no miraré tampoco hacia el final.
Cierro mis ojos al presente,
a las luces, al ruido,
tan solo abrazar la oscuridad
me da paz.
Donde los demás ven calles llenas,
yo veo gritos de soledad,
tristeza muda que inunda
sus almas doloridas
arrastradas por la tempestad.
Me obligo a sonreír,
como si ese gesto pudiera salvarme,
apagar la noche que llevo dentro,
calentar el frío que amenaza
con asesinar mis adentros.
Pero conozco mi secreto,
he intentado ignorarlo,
apagarlo, borrarlo…
Es inútil,
me persigue de cerca el cansancio,
es hastío de almas rotas
que tratan de recomponerse,
una memoria que duele
y el deseo a esconderme,
desaparecer entre las sombras
y dejar de sentir el frío
de luces que enmascaran
el pesar de un mundo que se pierde.
Lo siento, no puedo,
me dejo caer en el silencio,
único consuelo…
Bosque silencioso, tétrico,
oscuro y desecho,
cálido abrigo que me aísla del frío
que siempre he cobijado en mi pecho.
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