Ricardo Homs
Para erradicar el machismo que tanto lastima a las mujeres en este país se requiere mucho más que declaraciones políticas de buena voluntad.
La violencia en contra de la mujer no es de hoy. Es un legado bochornoso que viene de milenios y es de carácter universal.
En pleno siglo XXI, -aunque las diferentes legislaciones occidentales le dan a la mujer los mismos derechos que al hombre-, y la sociedad difunde estos valores, en la privacidad de la vida cotidiana aún se vulneran estos derechos y la violencia persiste.
En México, -país machista por excelencia-, aunque se perciben avances aún persisten viejas costumbres. Los salarios no son similares para hombres que para mujeres por responsabilidades profesionales equivalentes. La violencia intrafamiliar en contra de las mujeres persiste. La trata de mujeres, -que siempre ha estado tolerada y ha generado historias de abuso y corrupción como las de Tenancingo, municipio del Estado de Tlaxcala-, donde siempre se ha denunciado que la prostitución ajena es un negocio familiar que ha generado mucha riqueza para quienes hasta hoy viven de ella.
En el paquete de “usos y costumbres” en muchas comunidades indígenas todavía es tolerada la venta de las hijas por unos guajolotes, cabritos o incluso, -en una borrachera del padre-, el intercambio de un cartón de cervezas por una hija. Total, todo se disfraza, incluso de boda, cuando en la realidad es una esclavitud tolerada socialmente por la comunidad, aún en contra de la voluntad de ella.
Sin embargo, hoy las redes de “trata de personas” se han multiplicado y quizá un alto porcentaje de las mujeres muy jóvenes que desaparecen inexplicablemente en México se relacione con este negocio.
Pero hay indicadores más sutiles, -como la violencia intrafamiliar en contra de la mujer-, y la indiferencia en los ministerios públicos para atender este tipo de denuncias, que generalmente quedan impunes. El trato que muchos funcionarios dan a la mujer víctima de violación sexual que denuncia, puede considerarse indignante.
Este es un problema complejo y profundo, donde intervienen factores sociales y antropológicos derivados de la educación, pero magnificados por los valores familiares y personales.
Quizá en el centro del problema están los roles discriminatorios dentro de la familia mexicana. Los hijos son la felicidad del hogar y los que disfrutan de todos los privilegios y las hijas las que asumen todas las responsabilidades domésticas.
Los nacimientos de las hijas no se festejan tanto como el nacimiento de los varones, que además parecen tener el privilegio de hacer perdurar el apellido del papá.
En el seno de la familia se forman los estereotipos de madres sobreprotectoras que incentivan el machismo en los hijos. Pareciera haber, -en muchos casos-, un condicionamiento social que impide a una madre concientizarse de que, con su tolerancia frente a los abusos de sus hijos en contra de las mujeres, -novias, parejas o esposas-, está repitiendo la misma historia dramática que seguramente fue vivida por ella, y que eso, no debe ser normal.
En los estudios antropológicos sobre “trata de mujeres”, realizados por ONG´s, -como lo es el caso de Tenancingo y otras localidades tlaxcaltecas-, la madre es quien instruye y capacita al hijo para que se coinvierta en “padrote” y enamore jovencitas, a las cuales la familia secuestrará y regenteará en actividades de prostitución. Incluso la madre del “padrote” es la encargada de ejercer la disciplina en contra de las mujeres rebeldes, así como encargarse de cuidar a los hijos pequeños de las prostitutas, los cuales quedan en calidad de rehenes cuando ellas son enviadas a trabajar a otras ciudades u otros países. De este modo estas víctimas siempre regresarán donde están sus captores.
En la vida cotidiana muchas madres justifican la infidelidad de sus hijos en contra de sus parejas y esposas y recriminan a la mujer vulnerada que no sea tolerante, como ella lo fue con las infidelidades de su marido.
Aunque duela reconocerlo, es dentro de la familia donde seguramente se están formando estos depredadores que aún hoy vulneran la libertad de las mujeres y su derecho a vivir una vida libre de violencia.
Sin embargo, esta conducta materna sobreprotectora nos evidencia que ellas también son víctimas de un sistema social que las predispone y condiciona para actuar así.
Este modelo social manipulador ha generado un perverso condicionamiento mental que queda oculto para ellas mismas como víctimas y para los hombres que les rodean, pues permanece enraizado en el inconsciente colectivo.
Desde muy pequeña cada mujer es programada de forma muy sutil para dar continuidad al estatus quo social, hecho a la medida del género masculino.
El modelo social aún vigente está hecho para regenerarse y replicarse de modo involuntario, -de generación en generación-, y esto sucede en el seno de la familia. Por tanto, debemos considerar a estas madres que solidariamente se convierten en apoyo incondicional del hijo que sojuzga a las mujeres cercanas como víctimas de un sistema perverso, que día a día las ha moldeado para cumplir con este rol.
Este condicionamiento familiar pareciera ser un “techo de cristal” que las limita sin que ellas se den cuenta, haciéndoles suponer que el trato indigno recibido cotidianamente es normal y quizá hasta se lo merezcan.
Esta quizá sea una variante del fenómeno conductual denominado “Síndrome de Estocolmo”, que describe la relación compleja de dependencia emocional entre la víctima y su agresor, que impide a ésta abandonarlo.
Sin embargo, es esperanzador descubrir a una generación de mujeres mexicanas empoderadas, que destacan en los ámbitos personal, profesional, de negocios y en la política, porque se han resistido a este condicionamiento, -y por tanto-, exigen respeto a su condición femenina.
Como derivación descubrimos también a una generación de hombres de su mismo perfil, que gustosamente aceptan este nuevo orden social y se sienten enriquecidos con su cercanía, -e incluso-, colaboran con ellas en igualdad de circunstancias.
Pareciera ser que el eje de esta transformación de empoderamiento personal es la educación, que abre la mente, desarrolla actitudes y potencia sus habilidades.
Por ello no debemos dejar de exigir educación de calidad, que es el camino para el empoderamiento de la mujer y el desarrollo personal.
No importa el nivel social y económico de la persona, pues estos roles perversos afectan todos los segmentos sociales, incluyendo aquellos poderosos económicamente. Del mismo modo, en los segmentos más desfavorecidos social y económicamente, cuando se ofrece educación, se detonan grandes cambios a favor de un estilo de vida donde la dignidad y la autoconfianza se convierten en el eje del desarrollo y crecimiento personal.
No es a través de la violencia callejera como lograremos consolidar esta gran revolución sociocultural y psicosocial, sino por el camino sutil de la educación transformadora, que nada tiene que ver con el estereotipo político del concepto transformación.
Para combatir la violencia en contra de las mujeres se debe trabajar mucho para desarrollar la “sororidad”, que es la solidaridad entre mujeres.
Sin embargo, todo cambio social requiere primeramente el reconocimiento de que la conducta que parece ser normal debe ser inaceptable y para que se consolide este despertar, es necesario la concientización profunda.
Quizá la realización de campañas de concientización para eliminar estos perversos roles donde las víctimas participan en la formación de los opresores, que se dan dentro de la familia. Debemos detonar una verdadera liberación profunda que rompa con esta cadena sin fin, convertida en un techo de cristal que limita la potencialización y empoderamiento de las mujeres.
El IMSS y el DIF son organismos descentralizados que tienen como vocación el desarrollo del ámbito familiar sano y saludable y quizá ambos podrían detonar este despertar social a través de campañas realizadas por profesionales de la conducta.
LA POLITIZACIÓN DE LA SEGURIDAD PÚBLICA
Es extraño que un estado como Guanajuato, con alto nivel de calidad de vida, mucha inversión privada y gran desarrollo, en seis años se volvió tan inseguro.
Llama la atención que sea un estado gobernado por la oposición, específicamente por el PAN.
¿Será que intencionalmente se dejó crecer el problema en el sexenio pasado, -o para castigar a los ciudadanos por votar por la oposición-, o para generar incertidumbre y descontento en contra del gobierno estatal, para capitalizar este reclamo electoralmente?
LA EDUCACIÓN POLÍTICA
Lo sucedido en el último informe de la ministra Norma Piña, -presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y cabeza del Poder Judicial-, refleja la actual crisis moral de la política mexicana.
Lo esperado es que tratándose del último informe de quien preside uno de los tres Poderes de la Unión hubiese asistido la presidenta Claudia Sheinbaum representando al Poder Ejecutivo, así como quienes encabezan al Poder Legislativo, o sea el presidente del Senado, Fernández Noroña y la Cámara de Diputados, Ricardo Monreal.
El desaire manifestado con su ausencia dice mucho del contexto político de confrontación que hoy se vive.
No es que los políticos de antes fueran mejores. Sin embargo, tenían delicadeza y finura para tratar incluso a sus acérrimos enemigos y ello repercutía en el entorno de respeto en que la ciudadanía vivía.
Las declaraciones de la ministra Lenia Batres en su cuenta de “X” en contra del mensaje de la ministra presidenta Norma Piña confirman esta burda confrontación.
En su mensaje la ministra presidenta reconoció que se hacía necesario reformar al Poder Judicial pero de modo integral y sin embargo, esta última reforma impulsada por la 4T “no propuso una reforma para las policías, para las fiscalías, para las comisiones de víctimas, para el sistema penitenciario que se encuentra actualmente en ruinas”.
De hecho, esta fue una “reforma a modo” con fines políticos para concentrar poder en otras manos.
¿A usted qué le parece?
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Fotografía del perfil de R. Homs: es de David Ross
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