Caza de brujas

Por María Beatriz Muñoz Ruiz

La jefa de policía de aquel pequeño pueblo del norte de España, no estaba preparada para lo que estaba sucediendo. Había crecido en aquel sitio, conocía a sus habitantes como si fueran de su familia, su trabajo era la mayor parte del tiempo aburrido, pero a ella le gustaba, desde pequeña sabía lo que quería ser de mayor, al igual que sabía que nunca se iría de aquel sitio, su vida estaba allí. Pero ahora todo su mundo seguro se tambaleaba al ver aquel cadáver en medio del bosque.

En la mayoría de los casos, cualquier policía de la ciudad habría buscado datos de la víctima, pero allí no hacía falta, todos se conocían, la víctima se llamaba Blanca, dieciséis años, estudiaba en el único colegio que había en el pueblo, el San Fernando, inocente, estudiosa y educada.

Ana vio como uno de sus hombres se apartaba y vomitaba, –¿estás bien, jefa? Le preguntó otro de sus hombres. Ana lo miró, secó sus lágrimas con discreción y asintió.

Ana inspeccionó el cadáver minuciosamente, la chica tenía varias cortes por todo el cuerpo, pero lo extraño es que no había ni gota de sangre, incluso el cuerpo parecía seco por dentro, daba la sensación de haber sido succionada toda su sangre, aquello era demasiado extraño, pero aún se volvió más extraño cuando uno de sus hombres movió las hojas que la rodeaban y pudo ver algo que había pasado inadvertido.

Ana se incorporó y comenzó a apartar con cuidado las hojas que rodeaban el cuerpo de Blanca, había un circulo rodeando el cuerpo de la víctima –No os mováis– ordenó ella mientras daba instrucciones a sus hombres para que no destruyesen pruebas y apartasen las hojas con cuidado.

Cuando terminaron, la imagen resultaba aún más aterradora, la víctima se hallaba en medio de un símbolo satánico rodeado por un círculo de ceniza.

Hicieron fotografías, cogieron todas las pruebas, retiraron el cadáver y precintaron la zona para que no pudieran acceder curiosos.

Ana tenía al día siguiente un dolor terrible de cabeza, la sucesión de imágenes no la dejaron dormir en toda la noche; aquella chica, la noticia a sus padres, el hecho de saber que en su pueblo de toda la vida se encontraba un asesino, y el tener a la Policía Nacional y Guardia Civil trabajando en su caso no sabía si la ayudaba o la estresaba más aún.

Era un pueblo pequeño y fue inevitable que se enterasen de las circunstancias extrañas en las que se halló el cadáver, por lo que, primero no podían dejar de hablar del tema, después, pasaron a mirarse con recelo los unos a los otros, y por último y más preocupante empezaron a acusarse y a notificarme cualquier comportamiento que pudiera parecerles sospechoso de sus vecinos.

–¿Cómo va el caso, Ana? – preguntó Roberto, el Alcalde del pueblo, entrando en la oficina de ella.

Ana suspiró sonoramente, cerró la carpeta que tenía en la mesa con todas las pruebas y lo miró con cara de cansancio y desesperación

–Aún no puedo creer que esto haya ocurrido en nuestro pueblo– contestó ella.

–¿Has averiguado algo? – preguntó él, sentándose frente a ella.

–Rober, no puedo decirte nada, es confidencial, pero no, no he averiguado nada– dijo ella haciendo una pausa – ¡conozco a cada uno de los habitantes de este pueblo! Me parece imposible que alguien de aquí haya hecho eso.

–Imagina que no los conoces, investígalos, mira a ver las cuartadas de cada uno de ellos y olvida tu amistad, ahora no eres Ana, eres la jefa de policía y yo necesito que encuentres al asesino– dijo este, levantándose de la silla. – Me están presionando desde el gobierno, este caso se ha filtrado a las noticias y no beneficia a las elecciones del mes que viene, necesito un nombre.

–¿Hay un asesino entre nosotros y tú solo piensas en ganas las elecciones? – le acusó Ana levantándose ella también de la silla llena de frustración y viendo como Rober, su amigo del colegio y a quien apoyó para la alcaldía, ahora se había dejado contaminar por la política.

En ese instante sonó el móvil de Ana, era uno de sus hombres –Jefa, hay otro asesinato, ven a la casa de Ignacio Puertollano.

Cuando Ana aparcó el coche de policía frente a la casa de Ignacio, su corazón latía con tanta fuerza que tenía la sensación de poder escucharlo, un dolor en su pecho la comenzó a oprimir, la casa estaba rodeada de policía y de curiosos. Ana respiró profundamente, cerró los ojos unos instantes, y recobró la tranquilidad. Cuando entró en la casa de aquel anciano al que de pequeña tantas veces había cortado su césped, volvió a sentir esa sensación. Nada estaba fuera de lugar, el cuerpo del anciano reposaba en su cama medio quemado y con un agujero en su estómago. La escena de aquel asesinato era aún más grotesca que la de la chica, y cuando Ana inspeccionó el cadáver, pudo ver claramente que el fuego que lo había quemado salía del interior del estómago de la víctima.

–Ana, la pared está como rayada– dijo uno de sus hombres, observando meticulosamente las hendiduras – parecen letras, pero no lo son.
–Son símbolos, toma fotos de todo y mira a ver si encontráis algo más. – dijo Ana saliendo de allí.

De nuevo, todos los teléfonos comenzaron a sonar, habían encontrado otros dos cuerpos más, uno el de Marina, la amable mujer que trabajaba en la pequeña oficina de correos, y que había sido trasladada allí después de haber aprobado las oposiciones dos años atrás, y otro el de Pedro, un albañil al que nunca le faltaba trabajo, ya que siempre había algo que ampliar, arreglar o construir, padre de un precioso niño que siempre andaba jugando al futbol con sus amigos.

La primera, Marina, había sido ahogada, sin embargo, su cuerpo había sido encontrado totalmente seco y en su salón. Por otro lado, Pedro, había sido golpeado fuertemente con algún objeto, su cuerpo fue hallado en el puente que salía del pueblo.

Ana no sabía a qué escenario acudir, aquello escapaba a su control, la situación era esperpéntica, dijo a sus hombres que no moviesen nada hasta que ella llegase, y que sacaran fotos de todo.

El forense había enviado el informe de la primera víctima, y en cuanto llegase la segunda se pondría a trabajar de nuevo para aportar todos los datos que pudiese.

De camino a uno de los escenarios, Ana recibió otra llamada, la gente se había vuelto loca, el pueblo entero había empezado a acusar a Abigail, decían que era una bruja y que adoraba al diablo. Ana dio la vuelta en seco con el coche y sin pensarlo fue a casa de su amiga.

En medio del bosque, Abigail escuchó el fuerte frenazo frente a su puerta y salió a ver qué ocurría.

–Rápido, sube al coche– apremió Ana.

Abigail no entendía nada, pero al ver la expresión de su amiga, no protestó y obedeció. Una vez dentro, sintió toda aquella tristeza, terror, y frustración que su amiga desprendía–¿Qué pasa, Ana?

Ana la miró, preocupada, sabía que su amiga no sabía nada de todo aquello, cuando terminaron el instituto, ella se quedó, pero Abigail se fue a Madrid junto con su familia, ya que a su padre le habían ofrecido un puesto en la empresa bastante importante. Años después, y tras morir su padre, volvió con la intención de quedarse, olvidar el estrés de la ciudad, y dedicarse a escribir alejada de la civilización, la editorial estaba encantada con la nueva inspiración de Abigail, y ella era feliz alejada de la gente. Amaba la naturaleza, y sus conocimientos sobre ella eran infinitos.

Ana le explicó la situación, pero la reacción de su amiga no fue la esperada, Abigail miró por el cristal de su ventanilla con preocupación, mientras veía ponerse el sol.

–Abi, sé que tú no has sido, pero tu tranquilidad me preocupa, habla– ordenó Ana intentando mantener la concentración en la carretera.

–Sabía que ocurría algo, el ambiente estaba muy cargado y hay almas atrapadas que no las dejan avanzar– dijo Abigail.

–Tía, no me digas esas cosas que me asustas y encima no entiendo nada.–Protestó Ana.

–¡Frena! – gritó Abigail haciendo que Ana frenase en seco en medio del camino que las llevaba a la comisaría para ponerla a salvo.

En medio de la carretera había un cuerpo tirado, ambas bajaron rápidamente, se trataba de Aria, una mujer mayor que salía poco de su casa, pero a la que todo el mundo quería por su amabilidad e inteligencia, una de las mentes más privilegiadas del país, prefirió dejar atrás su vida como médica y vivir rodeada de su gente.

Esta vez, el cuerpo se hallaba sin signos de violencia, y debía de haber sido asesinada hacía poco, porque aún no se había enfriado el cadáver ni había entrado en rigor mortis, por lo que Ana pudo examinarla minuciosamente.

–Aire–dijo Abigail, haciendo que su amiga la mirase sin saber a qué se refería. –Mira este símbolo que tiene dibujado en las muñecas.
Ana lo observó, pero lo único que veía era un triángulo equilátero apuntando hacia arriba con una línea horizontal atravesando la parte superior.

–El símbolo del aire–aclaró Abigail– simboliza la mente, el intelecto y está vinculado con lo etéreo, lo invisible. Quizás el nombre de ella también pueda tener algo que ver.

A lo lejos se escuchó un tumulto de gente –¿Iban a por mí? ¿En serio me creen capaz de tales cosas por el simple hecho de vivir en el bosque?

–Vamos al coche–apremió Ana– esto se ha convertido en una locura estos días, están asustados.

–¿Y por eso queman a la bruja? Ni que estuviésemos en Salem– protestó Abigail dolida.

–Voy a llevarte a la comisaría para protegerte, allí no podrán hacerte nada, y además pensarán que estoy interrogándote y se calmarán. –explicó Ana.

–¿Las demás víctimas también tenían dibujados símbolos? – preguntó Abigail.

–No exactamente– contestó Ana, pasándole su móvil con las fotos de los asesinatos y de las escenas del crimen.

–Agua, aire, tierra, fuego y espíritu– dijo Abigail– alguien va a abrir un portal esta noche, y créeme que no vendrá nada bueno.

–Abi, no tengo ni idea de lo que me estás diciendo– dijo Ana, mirándola como si estuviera loca.

–¿Tienes los planos del pueblo? – preguntó Abi.

–En mi casa–¡Qué!, muchas veces me llevo el trabajo a casa– se encogió de hombros Ana mientras su amiga la miraba regañándola.

–Pues vamos a tu casa, por cierto, acabo de invitar a tu casa a unas amigas. –comentó Abigail.

–¿Estás loca? ¿de verdad crees que es momento para reuniones sociales? – preguntó Ana sin poder creerlo.

–No es una fiesta, las necesito, si estoy en lo cierto, quien sea está intentando despertar un poder oscuro que conmigo sola sería complicado de detener. – explicó Abi.

–Si lo detengo antes de que abra ese portal no necesitarás a tus amiguitas, por cierto, recuérdame que no te hable en una semana por no ser una de tus amiguitas.

Ana metió el coche el garaje para no ser vista, entraron a la casa por la puerta que comunicaba el garaje e inmediatamente buscó el plano y se lo dio a su amiga.

A los dos minutos de haber empezado a inspeccionar el plano, llegaron Tara, Alejandra, y Silvia.

Ana las conocía también, y se llevaba bien con las tres mujeres, pero nunca se habría planteado entablar amistad con ellas por el simple hecho de que eran muy distintas a ella. Pero ahora que miraba a las cuatro mujeres, pensó que entre ellas sí que se parecían.

Abi, podría decirse que era igual de rara que las otras tres mujeres, simplemente, al ser su amiga desde pequeña, amaba su forma de ser, siempre le había parecido una persona especial y única. Cuando Abi empezó a ocultar su forma de ser para que no la llamasen rara, a ella le fastidió y la convenció para que fuera ella misma, le prometió que siempre estaría a su lado.

–Ya sabemos dónde se va a abrir el portal– aseguró Abigail, mirando a su amiga.

Ana se acercó al plano, este tenía una especie de dibujo extraño, y se fijó donde señalaba el dedo de su amiga.

–Este es el centro de todo, pero nos tenemos que dar prisa, son las doce menos cuarto, en quince minutos no tendrá solución. –Aseguró Abi.

Todas salieron corriendo y se montaron en el coche de Ana –Chicas, voy a llamar a los refuerzos, es peligroso que entréis ahí sin protección.

–Tú nos proteges, Ana, y si esto sale mal todo el que esté cerca morirá– todas se miraron y estuvieron de acuerdo con Abigail.

Ana aparcó un poco más abajo para no ser vistas, la casa que tenían frente a ellas parecía humilde, pero dentro podría considerarse una casa llena de lujos, aquel hombre era uno de los alcaldes mejor pagados de España.

A partir de ahí todo ocurrió demasiado rápido, habían llegado tarde, el portal estaba abriéndose cuando llegaron, Ana creyó estar en una película de terror, las paredes del sótano estaban llenas de inscripciones hechas con lo que parecía sangre, él, desnudo en medio de un símbolo satánico recitaba una y otra vez las mismas palabras mientras una especie de sombra se cernía sobre su cabeza.

Las chicas no perdieron el tiempo, se situaron en sitios estratégicos rodeándolo, Ana sacó la pistola dispuesta a disparar.

–¡No! – gritó su amiga–¡Aún no! Tenemos que controlar la oscuridad antes.

Ana asintió, pero siguió apuntando con su pistola a Roberto.

Todas extendieron sus manos hacia la oscuridad mientras Ana veía como Roberto parecía poseído, entonces comenzaron a recitar algo que Ana no entendía pero que parecía tener poder suficiente como para amedrentar la sombra y llenar de ira a Roberto.

“ Aqua, aer, terra, ignis, sub tutela Dese nostrae te obsigno et ad inferos remitto. Animas quas abstulisti libero, et una nobiscum potentia augebitur ad tumm exsilium. Mea potestate te claudo, te obsigno et te exsilio.”

–¡Ahora! – gritó Abigail.
Un disparo sonó y Roberto cayó al suelo, las chicas también se arrodillaron exhaustas mientras seguían repitiendo “et exsilio” al unísono.

Ana le había disparado en un hombro, pero a pesar de estar herido, Roberto intentó detenerlas al darse cuenta de que las chicas estaban a punto de cerrar el portal.

Se escuchó un segundo disparo, pero esta vez no salió del arma de Ana, uno de sus hombres había disparado en una pierna a Roberto.

Ana lo miró con satisfacción, había hecho bien en llamar a sus hombres antes de entrar.

La sombra se cerró por completo, las chicas se desplomaron demasiado cansadas para sostenerse en pie, y Roberto se lamentaba y lloraba en el suelo. A los minutos llegaron más policías y se lo llevaron. Era tal su delirio y su frustración que confesó todo.

Ana dejó a toda la policía en la casa de Roberto cogiendo pruebas de sobra como para estar de por vida encerrado, ella llevó a las chicas a casa de Abigail, aquella noche había sido demasiado intensa, y ninguna deseaba quedarse sola.

Abigail tenía una casita pequeña pero muy acogedora, repartió camisetas enormes para todas a modo de camisón y nos preparó un vaso de leche caliente.

Cuando miré a través de la ventana, comprendí el por qué vivía en aquel lugar.

–Es hermosa, ¿verdad? –Dijo Abigail mirando a la luna. –Ven – dijo cogiendo a Ana de la mano y guiándola al exterior.

Ana se quedó sin respiración, llevaba tanto tiempo sin dedicar unos segundos a observar el universo, que cuando miró al cielo y admiró ese impresionante manto de estrellas, comprendió que su vida había cambiado aquella noche.

Abigail la miró, sonrió, y ambas, descalzas, en medio de aquella paz tan inmensa, se besaron y se atrevieron a amarse.

Las demás salieron también, y en silencio, se sentaron en el césped a observar el cielo y dar gracias al universo.

–Así que esto es lo que hacéis las brujas, ¿no? – bromeó Ana, abrazada a Abigail.

Abigail sonrió – ya está completo mi aquelarre.

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