Por María Beatriz Muñoz Ruiz
Ya es Navidad, bueno, lleva siendo navidad desde primeros de noviembre que empezaron a adornar todo; dentro de nada estamos en la piscina y con el gorro de Santa Claus. Pero no, no voy a decir lo mucho que odio la Navidad, voy a contar las cosas que me hacían amar esas fechas y lo lejanas que se encuentran ya de nuestra realidad.
Mis recuerdos más entrañables, extrañamente, no vienen de ver a los Reyes Magos o a Santa Claus, no vienen de los regalos o de la comida, sin embargo, cuando pienso en mi infancia y en las navidades, recuerdo la mañana del sorteo de la lotería de navidad, a mi abuela y a su hermano Pepe revisando los décimos, recuerdo comenzar mis vacaciones de navidad con una película típica navideña; “Mujercitas”. Recuerdo una carta de los Reyes Magos escrita a máquina de escribir por mi padre, tenerla en mis manos y pensar que era lo suficientemente especial como para que los Reyes Magos se hubieran tomado el tiempo de escribírmela; pobre ilusa, de pequeños pensábamos que éramos especiales y que nuestra vida iba a estar llena de éxitos, pero tras esa triste reflexión comparada con la realidad, sientes esa entrañable sensación que da el saber que no necesitas ser especial para los demás, simplemente ser suficientemente especial como para que tus padres se tomen el tiempo de escribirte esa carta y de hacerse pasar por los Reyes Magos para envolver tu navidad de magia y amor, así que antes de seguir con mis recuerdos, sonrío y doy gracias por tener una familia tan maravillosa y haber sido tan amada, porque muchas veces, basta con eso, basta con saber que por muy mal que lo hagas, por muchos errores que cometas, o por muy triste que te sientas, ellos van a estar ahí para sujetarte. Entonces llega a mi mente una triste imagen que no sé si intentaba evitar o conservar en secreto; esos abrazos de mi abuelo, su jersey verde y sus manos metidas en los bolsillos, su sonrisa y sus ojitos brillantes. Ahora intento no recordad cada navidad que su silla está vacía, intento olvidar que me faltan sus abrazos e intento olvidar que era con el único que compartía lectura.
Dos meses después de morir mi abuelo nacieron mis mellizos, mis salvadores, dos almas por una, él valía demasiado para ser intercambiado por una sola vida. Pienso que en este mundo no pesan los años, pesan los recuerdos; cada persona perdida es una herida que queda en nuestra alma impresa, y por mucho que intentemos ser los mismos, un papel arrugado jamás volverá a ser el mismo. Mis hijos me salvaron y me sacaron de esa profunda oscuridad sin él, pero aquella pérdida supuso un antes y un después, y me dejó el miedo de seguir perdiendo a mis seres queridos y ver como las sillas vacías aumentan cada año.
No me gusta la navidad, pero hubo una época en la que me gustó y la disfruté, así que, gracias a ese aprendizaje, siempre he hecho que las navidades de mis hijos sean especiales y estén llenas de amor y magia, porque en realidad, las navidades no son mágicas, la magia la creamos nosotros cuando nos dedicamos una mirada amable, una sonrisa sincera y un abrazo entrañable.
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