Héctor A. Gil Müller
¡Viene una crisis!, advierten los analistas. Las tendencias económicas, impactadas por diversos fenómenos desde lo político, sanitario y sobre todo medio ambiental están presionando duramente cualquier crecimiento y entregan como futuro una recesión. Con esa palabra, recesión, la competencia está en quien describe el escenario más lúgubre y tétrico. La referencia que tenemos solamente es del pasado y en cada una se alecciona frenéticamente. Las advertencias sobran, cada día más y más casas de inversión, autoridades económicas y expertos se suman a lo que parece una tendencia tras los largos y difíciles eventos; la recesión.
Como histórico, entre 1930 y 1932 se sufrió uno de los peores cataclismos económicos, la bolsa de Nueva York colapsó cayendo sus precios dramáticamente, ese jueves negro del 24 de octubre del 29, miles de accionistas lo perdieron todo de la noche a la mañana. Los posteriores años se tuvo una contracción del 17.6% de la economía, considerada como la peor recesión económica del sistema capitalista del siglo XX.
Sin crisis no creces afirman los que saben. Incluso en el vertedero más sucio crece hierba, lo que nos recuerda que hay oportunidades siempre en una situación tan crítica. En una crisis los precios bajan en una fuerte competitividad, excelente oportunidad para quien se encuentra haciendo patrimonio y está preparado, responsabilidad humana, para los desafíos. Surgen nuevas oportunidades y modelos de negocio que prácticamente estiran el crecimiento que venga, que siempre se han visto periodos de auge posterior a una recesión. Y aunque pensamos que la crisis termina con el crecimiento, quizá la lógica sea inversa, la crisis inicia con el crecimiento.
La crisis exige eficiencia, también creatividad e innovación, la crisis necesita acciones, no podemos ser espectadores en la crisis, debemos ser actores. Participantes que sortean los golpes y que, aunque reciben algunos tienen la capacidad de continuar avanzando. ¿estamos listos para ello?
Sin embargo, no todo es de querer, se deben hacer muchas cosas para soportar el impacto de una crisis, aseguramiento de lo importante que permita continuar. Los límites nos traen velocidad y seguridad, nos podemos mover a libertad entre límites, identificamos que el espacio es seguro. Durante la crisis precisamente los límites se mueven, la seguridad se amenaza y la velocidad ralentiza. Parece que no gustan mucho los límites al presidente López Obrador, las instituciones, la norma, la ley misma, son límites a los apetitos que lejos de darnos facilidad nos traen seguridad. Ante la crisis necesitamos límites, tanto en la inversión como en la negatividad de invertir, límites al derroche, pero también límites a la austeridad. Si somos débiles en nuestros límites el zarandeo será mayor.
Si entramos a una crisis, sin un plan de seguridad cívica, que asegure que los hombres y mujeres de este país pueden aspirar a mantenerse con vida, nos va a ir peor. La seguridad pública sigue resquebrajándose y eso pasará la factura. El combate no se percibe frontal, ni siquiera se percibe combate, eso lastima cualquier aspiración y lo económico llegaría a sumarse.
Al paso que vamos, parece que la crisis va a ser todo un éxito. Vaya cosas ¿no?
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