Comparaciones: Héctor A. Gil Müller

Héctor A. Gil Müller

Es difícil, con un contexto cultural como el nuestro, que aprendamos de las comparaciones, el aprendizaje implicaría mejorías o adecuaciones para enfrentar un desafío. Ya los viejos lo enseñaban; “cuando veas las barbas de tus vecinos cortar, pon las tuyas a remojar”. Porque seguramente si el vecino las cortaba la plaga ya había llegado, su barba estaba infestada de piojos y seguramente la tuya, en ese momento, o en otro sufrirá las mismas consecuencias. El proverbista afirma que la sabiduría está en escuchar consejo, en aprender de otros que seguramente han vivido esa situación. El consejo no siempre es dado, pero si puede ser observado, compararnos para mejorar.

El aprendizaje por las cosas vividas lo hemos aplaudido, le llamamos experiencia, y efectivamente el tiempo es el mejor maestro, pero mata a todos sus alumnos. Entonces, es menester ahorrar tiempo, recurso escaso en estos tiempos, el aumento de experiencia no puede estar sujeto a tantas veces que se viva tal o cual situación, en la mayoría de las ocasiones en que se actúa así terminamos por adaptarnos al fenómeno o lo que es peor acostumbrarnos, se nos vuelve costumbre y con esa razón acallamos el dolor o molestia que la situación cause. Vuelven a decir los que saben: “a todo se acostumbra uno, menos a no comer” para recordarnos que se tolera mucho pero el hambre causa revoluciones.

Aprendí que la experiencia se conquista cuando aprendemos, hacemos y reflexionamos. Aprendemos de otros y por otros, el hacerlo es una decisión, movimiento que resulta de lo aprendido y me gusta pensar que ahí está el verdadero aprendizaje, empezamos a aprender cuando dejamos de estudiar y lo vivimos y la reflexión, que es el acto de volver a flexionarse para ver las mismas realidades, pero ahora con otros ojos. Cotidianamente evaluamos, pero no reflexionamos, tendemos a dar una calificación, resultado de una comparación, a lo que nos pasa. Evaluamos la aprobación del presidente, los infectados de COVID19, los muertos violentos, pero esa numeralia no nos lleva a la reflexión nos da un diagnóstico, nos da claridad y nos permite actuar, lo que se mide se puede mejorar, pero en escasas ocasiones reflexionamos no nos preguntamos un porqué que nos lleve en encontrar las causas a nuestro alcance próximo y lejano.

Nos ha alejado de la reflexión esa vocación por la que nos comparamos siempre para evaluarnos y nos duele cuando dejamos de sentirnos en una evaluación segura o satisfactoria. La necesidad de admiración es más fuerte que la necesidad de amor, claman siempre los que saben, y es fácil detener la comparación cuando esta nos degrada. En palabras de Drucker; es malo fracasar, pero es peor tener éxito y no saber por qué.

No comparamos para construir, como Hegel dispuso en su dialéctica en la que aportaba una tesis que enfrentaba a su opuesto, una antítesis y generaba algo novedoso a partir de ambos conceptos una síntesis. Comparamos para evaluar y confundimos en consecuencia la comparación con la degradación. En ello perdemos tiempo, pues por orgullo o insensatez dejamos de explorar el mundo pretendiendo conocer todas las respuestas, descansando en que nuestros problemas son únicos, pero no lo son, estamos más que conectados, igualados.

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