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Las jirafas son uno de los animales más sorprendentes y bellos del planeta, su esbelta figura, su largo cuello y sus interminables patas son elementos característicos que la convierten en una especie fácilmente reconocible por todos. La cultura popular está repleta de referencias, el arte la ha utilizado en incontables cuadros, los documentales nos han acercado su forma de vida y hábitats, en definitiva es uno de los animales más famosos de la Tierra… y aún así, científicamente, siguen siendo grandes desconocidas.
En una actualidad barrida por la avalancha de noticias del coronavirus, también resultaría perjudicial olvidarnos de todo lo demás y postergar otros problemas. Por ello no está mal descansar un poco del “pandémico monotema” y prestar algo de atención al rápido e inquietante declive del mamífero más alto del planeta.
Cuando hablamos de especies en peligro de extinción, nuestra mente dibuja claramente las siluetas del tigre, del rinoceronte de Sumatra, del elefante… por eso me ha parecido tan extraño encontrarme con un dato contundente: En la actualidad, tan solo queda una jirafa por cada elefante vivo. Su desaparición está siendo tan rápida como silenciosa. Solo en las últimas tres décadas, su población ha disminuido más de 40%.
Esta semana, uno de mis divulgadores favoritos, el zoólogo británico Ed Yong, ha publicado en the Atlantic un fantástico reportaje sobre la discreta extinción de las últimas jirafas en donde repasa algunas de las causas, directas e indirectas, que nos están privando de este magnífico animal.
La acción humana, desgraciadamente, vuelve a tener mucho que ver con el declive de su población. “Hemos barrido un área buscando y quitando trampas, y solo un día después, a la mañana siguiente, ya encontramos otras nuevas “, explica Yong. “Cuatro de las once jirafas que el equipo liberó en Kenia en 2017 probablemente han muerto por la caza furtiva, una tasa mucho más alta de lo que cualquiera sospechaba”, dice Jared Stabach, del Instituto Smithsonian de Biología de la Conservación.
A diferencia de los elefantes, rinocerontes y pangolines, las jirafas no son cazadas para abastecer un gran mercado internacional ilegal de partes del cuerpo. Es cierto que sus tendones son utilizados para crear cuerdas en instrumentos musicales, su piel para crear prendas, sandalias o tambores, su cola para construir matamoscas, pero el dato más chocante es que la gran parte de su caza furtiva se realiza porque su carne es considerada como un manjar para muchas personas. En países como Kenia, la mayoría de los cazadores que matan jirafas lo hacen por su carne.
Tristemente, la caza furtiva es solo una de las muchas amenazas que las jirafas han estado sufriendo en las últimas décadas. Por supuesto es una amenaza importante, es fácil de entender y ofrece una vía a solucionar para mejorar la situación, pero también existen formas menos directas y dramáticas de matar una jirafa.
En las últimas décadas la población humana de Kenia se ha más que cuadruplicado, y se prevé que se duplique nuevamente para 2050. Las poblaciones de ganado también se han disparado, y ahora superan colectivamente a la biomasa de vida silvestre en un factor de ocho. No es coincidencia que las cifras de vida silvestre hayan disminuido en aproximadamente un 70% en los últimos treinta años. A medida que el mundo humano se expande, el mundo para la vida silvestre se contrae.
Las jirafas van perdiendo recursos y hábitat ya que se dedica más tierra a la agricultura y la ganadería. La propia presencia de los humanos y otros animales puede dificultar la vida de las jirafas. Inundan el paisaje con ruidos fuertes, desvían el agua para riego y extienden sus cultivos. “Cortan árboles para obtener carbón, por lo que no hay nada que comer”, explican en The Atlantic.
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