La esclavitud moderna o los riesgos de la precarización laboral

Staff/Rossi

La pandemia por Covid-19 ha deteriorado las condiciones de trabajo de millones de personas en todo el planeta. Los salarios se reducen, cada vez más laboran a destajo y sin contrato firmado, y se dedican más horas diarias al trabajo.

El aumento de la pobreza y el desempleo por la crisis económica derivada de la pandemia por Covid-19 ha llevado a una mayor precarización de los trabajos en todo el mundo hasta llegar, en algunos casos, a niveles relacionados con la esclavitud, afirman académicos del ITESO en el contexto del Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y su Abolición (23 de agosto).

“Pensemos en la esclavitud como un periodo histórico y, a partir de ello, podemos encontrar diferentes modalidades de lo que llamamos trabajo esclavo y esto tendría que ver con la precarización de los derechos laborales del trabajador”, señala Alina Peña Iguarán, académica del Departamento de Estudios Socioculturales (Deso) del ITESO.

Aunque muchos de los fenómenos asociados a la precariedad laboral como la falta de seguridad social y acceso a la salud, los bajos salarios, empleos sin un contrato firmado o jornadas laborales extensas superiores a las 12 horas diarias, no se considerarían en un principio como esclavitud, se puede dar una relación de dependencia y sometimiento tal que se violenta la dignidad de una persona, comenta Luis Ignacio Román Morales, académico del Departamento de Economía, Administración y Mercadología (DEAM) del ITESO.

“Por ejemplo, en México casi seis por ciento de los trabajadores de la población ocupada, que generan Producto Interno Bruto (PIB), no perciben un solo centavo. La inmensa mayoría son trabajadores familiares, los niños o esposas que van con el jornalero a recoger la cosecha, le pagan al jornalero a destajo y solo se reconoce en ese destajo la labor de una persona”, ejemplifica.

Ambos expertos coinciden en que los grupos sociales que ya eran vulnerables y explotados antes de la pandemia han visto recrudecidas sus condiciones por el Covid-19: fuerza laboral con contratos flexibles o sin contrato, obreras de maquila, albañiles, campesinos o migrantes indocumentados.

El trabajo forzoso y el trabajo precario, ¿hay diferencias?

De acuerdo con la definición suministrada en conjunto por la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), organización adscrita a la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y la Walk Free Foundation, la esclavitud moderna engloba todas las situaciones de explotación que una persona no puede rechazar ni abandonar debido a amenazas, violencia, abuso de poder o coacción. Algunos ejemplos son los matrimonios forzosos o la trata de personas, y también se considera el trabajo forzoso como una forma de esclavitud.

De las 40.3 millones de personas que están en condiciones de esclavitud, de acuerdo con el más reciente Índice Global sobre Esclavitud Moderna (2018), de las dos organizaciones previamente mencionadas, 24.9 millones laboran de manera forzosa. Lo anterior incluye el trabajo infantil o personas que laboran en condiciones infrahumanas en el ámbito doméstico, en fábricas clandestinas, explotaciones agrícolas, minas o buques pesqueros, entre otros casos.

Aunque no se tienen las estadísticas que prueben un incremento de la esclavitud moderna y el trabajo forzoso como consecuencia de la pandemia, sí que existen evidencias de un empeoramiento de las condiciones generales del empleo que provocan que hoy en día los trabajadores tengan menos garantías y mayor vulnerabilidad, coinciden expertos.

“La pandemia ha hecho más visible y de una manera más cruda el repliegue de los derechos laborales, y ha sido un lente de aumento que ha agudizado e intensificado las desigualdades sociales”, sentencia Peña.

Para la académica, existen dos escenarios laborales preocupantes. El primero es la expansión del teletrabajo o trabajo a distancia en condiciones precarias como “las jornadas de trabajo más largas, se borra la frontera entre espacio privado y espacio laboral, y la responsabilidad del sujeto a garantizar de su bolsillo los recursos laborales como la silla, el escritorio, la luz o el internet”.

El segundo escenario preocupante para Peña es el incremento de los contagios por Covid-19 entre los trabajadores de los sectores considerados esenciales, por ejemplo, los servicios o la industria de la construcción, los cuales se deben hacer de manera presencial y muchas veces sin cumplir protocolos de seguridad sanitaria.

La falta de datos precisos para medir la precariedad laboral impide señalar con precisión los rubros en los que se estén presentando alertas de trabajo forzoso, señala Ignacio Román Morales. Sin embargo el economista considera que existen dos temas laborales que han empeorado como consecuencia del Covid-19.

“Hay un incremento brutal de conflictos intrafamiliares que pueden estar relacionados con formas de explotación, así como un cambio muy fuerte en la estructura del empleo a nivel de ingresos en la que, por un lado, sube significativamente el salario mínimo real, pero se reduce fuertemente el salario medio real. Esto significa que tenemos más gente en el rango de los dos salarios mínimos o menos”, explica.

La esclavitud sin grilletes

La tendencia laboral predominante hacia la flexibilización del empleo está generando un mayor desgaste de horas diarias dedicadas a trabajar, en una nueva forma de esclavitud sin grilletes en la que el trabajador pone su cuerpo a merced de la producción económica, menciona Peña.

“La flexibilización laboral, que se pinta como buena porque ‘podemos trabajar donde queramos’, es perversa respecto al cuidado de la vida porque podemos trabajar todo el tiempo y ser productivos a cualquier hora, aunque esto vaya en contra del espacio de tiempo que pasemos con nuestra familia”, comenta.

Un futuro repleto de incertidumbre

Hasta 2016, cuatro años antes de la pandemia, había en México 376 mil 800 esclavos modernos, la mayoría coaccionados por el narcotráfico para ejercer la prostitución y trabajos forzados. La falta de acción del Estado, denunciada por el Índice Global de Esclavitud 2018, combinada con la caída en los indicadores de pobreza y empleo por la pandemia, pinta un futuro inmediato en el que el trabajo forzoso y la mayor precariedad del empleo no tendrán propuestas o políticas de solución en un corto o mediano plazo.

“Mi pesimismo me dice que no veremos pronto un cambio social en beneficio de los derechos laborales, justo por la vorágine del sistema en que habitamos, pero ojalá si podamos enfrentarnos a alternativas”, señala la académica del Deso, quien observa algunas redes de apoyo como los espacios de economía solidaria o las cooperativas.

En adición, muchos obreros saben y se percaten de las dificultades laborales que viven, pero no las reclaman por la falta de justicia laboral. “No tienen los medios para generar una denuncia, porque esa denuncia imprime mucha incertidumbre, hay un debilitamiento de las instituciones”, explica la profesora del Deso.

Los discursos sociales y la falta de justicia laboral, potenciados por el incremento del miedo a perder el empleo y perder ingresos en estos tiempos de crisis, ocasionen que el trabajador o no se percate que está viviendo situaciones parecidas a la esclavitud o sí lo sepa, pero las acepte por miedo a no encontrar trabajo. El desafío está identificar los matices y saber marcar los límites entre lo que está permitido y lo que la dignidad personal y humana no está dispuesta a aceptar.

“Si bien hablando en términos estrictamente puntuales, vender a una persona está prohibido y no es algo normal en una economía de mercado, las formas matizadas de esta violación a la dignidad de la persona y su utilización instrumental en beneficio de otro si es definitivamente es una práctica muy recurrente que involucra, si somos muy puntillosos, a la mayoría de la sociedad”, enfatiza Román.

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