BBC News Mundo
Todo está listo como un ritual para cuando llegue la noche: a la entrada de la cueva han colocado minuciosamente una carpa y unas redes inmensas sostenidas en cañas de bambú.
No son turistas los que rondan este atardecer la gruta de Linno, el famoso lugar de Myanmar donde se reúnen decenas de personas cada tarde para ver medio millón de murciélagos salir como una nube oscura con el último sol.
Poco antes del anochecer el grupo que antes puso la red comienza a revestirse como si fueran astronautas en tierra firme: un traje blanco que les cubre el cuerpo, guantes, protectores para la cabeza, gafas, mascarillas, gruesas botas…
Son “cazadores de virus”, científicos que recorren las cuevas y los bosques de medio mundo en busca de murciélagos, roedores y primates portadores de patógenos que podrían poner al mundo al borde de una nueva pandemia, como la del covid-19.
“Lo que hemos tratado de hacer durante los últimos diez años es tratar de identificar nuevos virus antes de que entren en poblaciones humanas”, explica a BBC Mundo Marc Valitutto, un veterinario que trabajaba para al Instituto Smithsonian en EE.UU. y que ha explorado cuevas de más de 30 países.
“Si podemos identificarlos, determinar cuál es su nivel de actividad y cuáles son las amenazas que representan para las poblaciones humanas, podemos trabajar con los gobiernos locales para tratar de evitar nuevos brotes”, agrega.
El ébola, el dengue, el SARS, el MERS, el zika y ahora, el SARS-COV-2, el nuevo coronavirus.
La mayoría de los patógenos que afectan a los humanos provienen de la vida salvaje.
Según un estudio de la Universidad de California en Davis, hay más de 1,6 millones de virus que todavía no conocemos y que viven en mamíferos y aves por todo el mundo.
De ellos, se estima que entre 650.000 y 840.000 tienen la capacidad de infectar y causar enfermedades en humanos y provocar potenciales pandemias.
“Durante el último siglo, casi 60% de las enfermedades infecciones que afectaron a los humanos provenían de animales y el 75% de esas enfermedades infecciosas venían de la vida silvestre”, comenta Valitutto.
De ahí que desde hace décadas científicos de varios países se hayan dado a la tarea de intentar detectar los virus ante de que contagien a la primera persona y comiencen la ruta evitable hacia los contagios.
“Lo que pasó ahora era algo que sabíamos que pasaría de un momento a otro. Una nueva pandemia era algo de lo que estábamos alertando desde hace tiempo”, indica el cazador de virus.
A inicios de este año, cuando el coronavirus comenzaba a expandirse por China, Jon Epstein, un ecólogo de enfermedades considerado una autoridad mundial en cacería de virus, recibió una noticia sorprendente.
El Instituto de Enfermedades Infecciosas de Wuhan, la ciudad donde tuvo su origen el covid-19, había realizado un mapa genético del nuevo virus.
Una vez que tenían la secuencia, lo compararon con una base de datos de más de 500 nuevos patógenos que Epstein y su equipo de EcoHealth Alliance habían encontrado en las cuevas de China en 2013.
“Resultó que el nuevo coronavirus era 96,2% idéntico a otro que encontramos hacía unos años en un murciélago en una cueva de Yunnan”, cuenta Epstein a BBC Mundo.
EcoHealth Alliance, una ONG estadounidense que busca virus por el mundo antes que causen una pandemia, había llegado a China en 2003 poco después de la epidemia de SARS y fueron tantos los nuevos virus que encontraron allí que decidieron quedarse haciendo nuevas investigaciones.
“El que encontramos es el pariente más cercano conocido al SARS-COV-2, que es el virus que está detrás de la pandemia de covid-19”, agrega.
Epstein, que ha recorrido más de 20 países en busca de virus, cuenta que en aquel momento, el virus detectado, llamado ratg-13, no parecía tener un potencial pandémico, por lo que apenas se le prestó atención.
Pocos años después, un virus casi similar provocó una pandemia no vista en casi un siglo.
Sin embargo, el ecólogo de enfermedades considera que si bien sus orígenes pueden ser similares, no cree que el virus encontrado haya mutado para convertirse en el SARS-COV-2.
“Es improbable que el SARS-COV-2 provenga de este virus en particular. Sin embargo, sí es posible que este virus que encontramos sea un ancestro o esté en algún punto intermedio con este que causa el covid-19.”, señala.
Esto, de acuerdo con el experto, muestra la relevancia de estas investigaciones ya que determinar el lugar o el tipo de virus del que se origina una epidemia puede ser la base para evitar que se vuelva a aparecer otra.
“El año pasado, por ejemplo, encontramos en Liberia un murciélago que contenía la cepa del ébola Zaire (el que causó una epidemia en 2013 en África) lo que implica que al parecer dimos con la fuente probable de la epidemia que mató a más de 11.000 personas”, señala Epstein.
El sonido sibilante de un millón de alas acompaña una cola de humo que parece escapar de la boca de la cueva: los murciélagos han comenzado a salir a borbotones.
En pocos segundos, la red queda cubierta: las personas con trajes de astronautas, diligentemente, los capturan y los sedan.
Primero, verifican a qué especie pertenecen (los murciélagos son tantos que forman el 20% de los mamíferos de toda la Tierra) y con un hisopo les toman muestras de la boca, el ano, las orejas y la orina.
Luego les sacan sangre, les dan un poco de jugo para que se relajen por la tensión de la captura y los sueltan otra vez a la oscuridad de la noche.
El trabajo de los cazadores de virus, sin embargo, comienza antes de que los murciélagos caigan en la red.
“Como científicos no podemos llegar a estar comunidades y comenzar a cazar los animales. Una de las cosas que a veces se desconoce es que muchas grandes poblaciones de murciélagos viven cerca de comunidades humanas y algunos viven hasta en las casas de muchas personas. Entonces tenemos que hacer un trabajo también con ellos”, indica Epstein.
“Tenemos que hablar con la comunidad, con sus líderes, presentar lo que queremos hacer y demostrar que lo que queremos hacer puede ser beneficioso para ellos. También necesitamos que nos ayude en lo que vamos a hacer”, agrega.
Valitutto recuerda que en Myanmar, para entrar a una cueva, tuvo que convencer primero a un monje que la custodiaba de que no le haría daño a los murciélagos y, como condición para dejarlo pasar, le tuvo que buscar un gancho para agarrar serpientes al budista.
Y es que, según explica, antes de tomar muestras a los murciélagos es preciso conocer primero el lugar donde habitan.
“Tenemos que entrar a las cuevas para estudiar las colonias. Hay algunas cuevas que son muy calurosas. Son más cálidas por dentro que por fuera y vas vestido con todo el equipo de protección y se vuelve muy sofocante”, recuerda Valitutto.
“A veces estás con tus pies hundidos en el guano de los murciélagos que es otra fuente importante de virus”, agrega.
Los animales no valoran mucho toda esta atención médica.
Los científicos que los manipulan corren el riesgo de ser mordidos y, sin quererlo, ser parte de lo mismo que combaten: contagiarse con un nuevo virus e iniciar ellos mismos una pandemia.
“Solo hace falta un pequeño accidente para que un virus se pase a un humano, de ahí el temor de que las personas que tratamos de evitarlo nos convirtamos en los que podemos iniciar una epidemia. Es por eso que tenemos muchos protocolos y tenemos que tomar muchas medidas para evitar que esto pase”, indica Epstein.
Una vez que se saca la sangre y se recoge guano y orina del murciélago, las muestras son enviadas a laboratorios en los propios países o a Estados Unidos para su análisis.
“Cuando encontramos virus, los comparamos con otros que han provocado pandemias pero también analizamos su estructura genética para determinar si se asemeja a algunos que han provocado infecciones anteriores en humanos”, explica Valitutto.
A partir de ese criterio, los nuevos virus que se detectan son clasificados como de alto o bajo riesgo, en dependencia de su parecido con otros que han infectado a algún grupo de personas con anterioridad.
Los mapas genéticos son colocados en una base de datos internacional que nació bajo el auspicio de Predict, un proyecto para cazar virus en el mundo financiado por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).
“Esto facilita que ante un nuevo brote, los científicos de todo el mundo puedan tener acceso a ella y compararlo. Y si sucede que es un virus que ya conocemos cómo actúa, puede facilitar mucho la forma en la que se combate”, señala Epstein.
Detectar nuevos virus por el mundo puede ser tan complicado como encontrar el arca perdida: hay miles de ellos por todos lados, tantos como animales que puedan hospedarlos.
Sin embargo, los cazadores de virus usan algunas claves para localizar a los potencialmente peligrosos.
“Cualquier lugar está expuesto a que un patógeno pase a una comunidad, pero hay zonas donde están más expuestos que otras por razones de cultura, de falta de educación o porque sencillamente se comen partes de esos animales”, señala Valitutto.
De ahí que China, países del sudeste asiático, Centroamérica, regiones de la Amazonía y África se vuelvan los principales focos para las investigaciones.
De hecho, el equipo de Valitutto descubrió recientemente seis nuevos coronavirus en cuevas de Myanmar.
“La otra clave es que sabemos cuáles son los animales que típicamente trasmiten virus a los humanos. Y con los años, también sabemos qué tipos de virus son los más preocupantes. Entonces, nuestra búsqueda se enfoca únicamente en los que históricamente sabemos que causan problemas”, indica Valitutto.
De acuerdo con Epstein, de todas las especies que conforman el reino animal, los murciélagos, los roedores y los primates son los principales reservorios de patógenos potencialmente pandémicos.
“Entre ellos, los murciélagos tienen algunos de los virus más peligrosos que conocemos y esto se debe en gran medida a su fisiología”, señala.
El experto explica que los murciélagos han evolucionado de tal forma que portan una gran cantidad de virus sin enfermarse.
“Al ser mamíferos que vuelan, han desarrollado un sistema inmune y metabólico que los ha preparado para combatir diferentes enfermedades, entonces han desarrollo evolutivamente una capacidad de vivir con los virus sin ser afectados por ellos”.
Sin embargo, Epstein recuerda que, en realidad, esta característica no hace a los murciélagos responsables de las pandemias.
“Al final estas no son resultado de los animales, sino de personas que continúan destruyendo los ecosistemas donde viven, buscan contacto con la vida silvestre o la amenazan con la urbanización, la expansión agrícola, los viajes y el comercio”, opina.
Entre aquellos que estudian virus en el mundo no todos coinciden en que salir a cazarlos en las cuevas de murciélagos pueda servir realmente para evitar una futura pandemia.
Robert B. Tesh, virólogo de la Universidad de Texas, considera que no conocemos lo suficiente sobre los patógenos zoonóticos (aquellos que se pasan de los animales a los seres humanos) para crear modelos predictivos como a los que aspiran los cazadores de virus.
“Creo que la idea de que se pueda pronosticar dónde van a aparecer nuevos virus o dónde van surgir nuevos brotes es equivocada”, le dice Tesh a BBC Mundo.
Nadie pudo predecir que el zika o el virus del Nilo occidental, que eran virus que incluso ya se conocían, llegarían a Occidente. Pasa lo mismo con el actual coronavirus. ¿Alguien pudo predecir que esto iba a ocurrir? No lo creo”, agrega.
El experto señala además que muchos de estos virus mutan y se transforman en nuevos patógenos (como puede haber ocurrido con el que descubrió Epstein), lo que hace que la tarea sea, en su criterio, infecunda.
“Ningún descubrimiento puede prepararnos para eso. Algunos virus mueren y no van a ninguna parte. Otros se adaptan a nuevos anfitriones, se esparcen y crean epidemias. No hay forma realmente de predecir qué pasará con ellos”.
En su criterio, otro de los elementos que hace dudar de los proyectos de cacería de virus en Estados Unidos es que han estado financiados en muchas ocasiones por la USAID.
“Todos sabemos que el objetivo de esta agencia es influir en la política interna de otros países, lo que hace que la legitimidad de estos estudios también se haga cuestionable”, señala.
Valitutto, sin embargo, considera que más allá de que se encuentre el virus antes de que provoque una nueva pandemia, el esfuerzo que implica cazarlos puede ser de por sí fecundo.
“Educar a estas comunidades a lo largo de mundo, alertarlas sobre los riesgos de estos virus, ser capaces de realizar esta vigilancia hace que ya valga la pena incluso si no encontramos ningún patógeno”, asegura.
“Si logramos educar a suficientes personas y trabajar con los gobiernos locales a tomar medidas de protección, ya de esa forma estamos evitando que un futuro brote se convierta en una nueva pandemia”, agrega.
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