#ENTREVISTA Pablo Simonetti, el hombre que escribe para construir su identidad

Rossi A. G.

· El reconocido escritor y activista chileno Pablo Simonetti realizó una visita académica a la IBERO

El reconocido escritor y activista chileno Pablo Simonetti realizó una visita académica a la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, que contó con la organización del Departamento de Derecho, el Departamento de Letras y el Doctorado en Estudios Críticos de Género.

Simonetti es un escritor popular en su país, que ha publicado en toda Latinoamérica y España, con traducciones en varios idiomas. Ha desarrollado una faceta política como activista en defensa de los derechos de la diversidad sexual.

Durante su estancia de dos días en la IBERO (14 y 15 de octubre), el escritor, nacido en Santiago, impartió la conferencia ‘Iguales y Espacio Público’, y los seminarios ‘Literatura: un ejercicio de identidad’ y ‘Literatura y visualidad: la importancia de las imágenes’.

No obstante su apretada agenda, se dio tiempo para conceder a Prensa IBERO la siguiente entrevista, en la que permite a sus lectores, y a quienes no lo conocen, echar una mirada a su identidad personal, a qué son para él la escritura y la lectura, y a su activismo a favor de los derechos de la diversidad sexual; para que cada cual construya, o reconstruya, en su mente, sus propias imágenes sobre quién es Pablo Simonetti.

-Estudió Ingeniería Civil y cuenta con dos maestrías, una en Ingeniería Industrial (Pontificia Universidad Católica de Chile) y otra en Ciencia en Ingeniería y Sistemas Económicos (Universidad de Stanford). ¿Qué lo llevó a dedicarse a la literatura?

-Es toda una lectura que he hecho a posteriori de los sucesos de mi vida. De niño, yo estaba orientado hacia las artes y la escritura, como consta en los archivos que encontré de mi madre (Eliana Borgheresi, paisajista, autora de tres libros de jardinería), en donde había cuentos escritos por mí entre los ocho y los doce años de edad.

Llegada la pubertad, enfrenté el dilema de seguir siendo ese niño sensible, artista y gay, o ser el niño que se esperaba que fuera: ingeniero que trabajaría con mi padre (Renato Simonetti) en su fábrica, católico, casado y con hijos. De manera inconsciente, tomé este segundo camino y sumergí mi lado más sensible y más artístico. Puse por encima a un ser pragmático que respondía al deber ser, más que a mi propia identidad.

Todo eso se quebró cuando salí del clóset, a los 25 años, e inmediatamente comencé a darle vueltas a la idea de escribir. No tenía recuerdos, ni ninguna razón del porqué de ese deseo, pero a medida que me iba afianzando como un hombre gay también iba pensando, cada vez con más intensidad, en la posibilidad de dedicarme a la escritura.

Completado todo el proceso de mi salida del armario, de arreglar cuentas con mi familia y de establecerme con una pareja, di un nuevo paso, que fue otra salida del armario: dejé mi trabajo como ingeniero para dedicarme a la literatura. Y resultó bien bastante pronto: a los pocos años me gané un premio, luego otro y después Alfaguara me ofreció publicar mis cuentos.

Tras publicar, ocurrieron cosas sorprendentes. Una fue encontrar el archivo de mi madre, donde ella guardaba mis primeros cuentos; la otra, fue que mis compañeros de educación media me recordaron que todos los años yo ganaba los concursos de cuentos del colegio.

Eso fue lo que pasó. El Pablo artista se sumergió con el Pablo gay en la adolescencia, y vino a surgir después. Creo que esa lucha que debí dar para salir del clóset, esa valentía que tuve que desarrollar, porque no soy ni me reconozco como una persona valiente, me ayudó después a dar ese otro paso hacia la escritura.

-¿Por qué en sus cuentos y novelas son recurrentes las figuras de la madre y del padre?

-Creo que la familia es un espejo fidedigno de las sociedades, porque en ella se replican muchos de los valores, de las estructuras de poder y de las morales predominantes. Por eso en mis obras recurro a la familia, que está inspirada en mi familia, aunque a mis personajes nunca les he puesto los nombres de mi madre, ni de mi padre, porque finalmente no son ellos, pues hay cosas que voy agregando, quitando o tergiversando para mayor belleza y consistencia de los textos.

Sin embargo, mis personajes sí están inspirados en mi padre y en mi madre, porque los pude observar por largo tiempo durante mi vida, y en ese sentido puedo obtener de mi memoria una calidad de imagen y una profundidad de carácter que de otra manera sería quizá difícil de lograr.

Por último, recurro a ellos porque prácticamente toda mi obra se refiere al tema de la identidad, y la identidad muchas veces se da en oposición o en adición a las identidades paterna y materna. En otras ocasiones, hay un conflicto que enfrentar para poder desarrollar la propia identidad respecto de identidades o expectativas identitarias que tienen los padres para con sus hijos.

-Y ahora que hablaba de la imagen, ¿qué importancia tiene la visualidad en la literatura?

-La mayoría de las personas leen con un visor de imágenes; más que estar leyendo palabras, están imaginando lo que se cuenta. Lo que hacemos los escritores es convertir en un trueno de palabras ese relámpago de imágenes que vienen a nuestra imaginación. Y ese trueno de palabras después se vuelve a integrar en la imaginación del lector, quien le agrega de su propio mundo. Entonces una imagen, aunque esté escrita y pareciera ser la misma, la que imagina el autor y la que ve el lector, son dos cosas distintas.

En la comunicación, las imágenes generan una respuesta más primitiva en la forma de captar en quienes las están viendo. En la literatura, las imágenes permiten que la lectura no sea un proceso deductivo con un final obligado; sino una representación de la existencia, con todas sus ambigüedades. Las imágenes, en este sentido, son muy poderosas, porque le abren paso, de la mejor manera, a la ambigüedad de la vida.

-¿Es Chile un país lector?

-No, y si no me equivoco, debe tener de los peores índices de lectura en Latinoamérica. No estoy ciento por ciento seguro, pero creo que en comparación con Perú, Argentina y España, estamos muy atrás. Así que tenemos un problema importante de desarrollo de la cultura lectora en Chile.

-¿Fue entonces un reto conducir el programa literario Letras privadas, en CNN Chile?

-Hace tiempo que ya no hago ese programa, pero cuando lo conducía, siempre invitaba a un personaje público para que hablara de un libro que le parecía interesante y diera sus razones por las cuales lo consideraba así. Ese personaje era como un vector para que la gente se abriera a la posibilidad de leer ese libro en particular.

-¿Quiénes eran algunas de esas personalidades que tuvo como invitados?

-Todas eran personas conocidas: científicos, actores, políticos, directores de orquesta, escritores, filósofos. Durante los tres años que hice el programa, con tres invitados a la semana, lo que buscaba era sobre todo gente que tuviera algo que decir, que fuera capaz de razonar por qué un libro le gustaba. Porque muchas veces me encuentro con gente que me dice, me encantó tu libro; y cuando les pregunto por qué, responden, no sé, me gustó. Esa respuesta creo que refleja parte del problema que tenemos en el desarrollo y comprensión de la lectura.

En el fondo, una de las grandes contribuciones que deja la lectura a las personas es desarrollar una opinión propia e imaginarse a sí mismas respecto de los personajes literarios. Porque uno constantemente está leyendo desde su identidad; entonces ese desarrollo identitario en la lectura es muy importante. Pero si tú dices solamente “me gustó”, no hay una destilación individual de esa lectura.

La lectura tiene un elemento fundamental que es obligarte a desarrollar una mirada particular sobre aquello que te están contando. Es el instinto individual versus el instinto masa, es decir, una palabra puede significar lo mismo para mucha gente, pero si tú estás en una disposición individual, puedes tomarla para ti y convertirla en algo propio.

Entonces tú puedes leer un libro desde tu ser masa y sencillamente vas a leer lo mismo, o creer lo mismo que dice el crítico, el comentarista, el propio autor. Pero si eres capaz de desarrollar un espíritu individual, propio, seguramente vas a sacar de esa lectura elementos que son solamente tuyos. Y ahí yo creo que está lo principal de la literatura. D.H. Lawrence decía, la mayor contribución que puede hacer la literatura a una persona es sacarlo de su inercia de masa y convertirlo en un individuo.

Pero más allá de eso, debemos tratar que la lectura se incentive desde niños. Ahora en Chile, el Ministerio de las culturas está haciendo un programa, en el que participo, que se llama Diálogos en movimiento. Consiste en enviar un libro de un escritor en particular a estudiantes de un colegio, quienes tienen dos meses para leerlo. Al término de ese tiempo se realiza una mediación entre una persona del Ministerio y los niños, quienes hablan de los personajes, de la trama, de qué les ha parecido y qué problemas han tenido.

Y al final vamos los autores, para tener una conversación con las y los estudiantes, muy rica de verdad, porque esos niños ya han meditado y han pasado por la lectura de una manera más profunda que a la que están acostumbrados en su plan de lectura dentro del currículum escolar.

-¿Quiénes están entre sus autores predilectos y por qué?

-Esa es la peor pregunta que le pueden hacer a un escritor, porque nosotros los escritores tenemos muchos puertos y gustos personales. Unos nos gustan porque los estamos leyendo en ese momento, otros porque son contemporáneos nuestros, otros porque son como nuestros antecesores a los que amamos.

Si me dejo ir por el camino de esos maestros del espíritu, hay autores que uno siente que piensan, o que pensaron como uno, y que si uno los hubiera conocido, hubiera tenido una cercanía personal con ellos, porque tienden a sentir como siente uno.

Un escritor de este tiempo que me hace sentir eso, y creer que sus personajes hablan con mis personajes, es Colm Tóibín, un irlandés. De mediados de siglo XX me gustaron mucho las cosas que leí de Somerset Maugham. Y más atrás, Edith Wharton, Henry James y León Tolstói. Son escritores que he leído prácticamente completos, porque cualquier cosa que escribieron, o escriban, me gusta, y siento que hay una sensibilidad compartida. Sensibilidad que, en su caso, es mucho mayor que la mía, porque entras en sus novelas y es como si el mundo se abriera.

Dentro de la tradición latinoamericana tengo una particular afición por José Donoso, que es nuestro miembro chileno del boom, pero un miembro herido y casi fuera de la órbita. De hecho, él nunca se sintió parte del boom latinoamericano, sentía que no lo tomaban suficientemente en cuenta. Pero era un hombre muy literario, y me gusta la impresión que dejó en sus novelas de los fantasmas y los monstruos de Chile.

En sus novelas hay esa sensación que siempre hemos tenido nosotros los chilenos, de que un pequeño monstruo nos habita, un monstruo destructivo, mutuamente destructivo, porque el monstruo mío destruye al otro, y el monstruo del otro me destruye a mí. Esto, Donoso lo representa muy bien en sus novelas.

-¿Por qué incursionó en la impartición de talleres literarios y qué le deja esta faceta docente?

-Al principio, por una necesidad económica, para hacerme de unos pesos más. Pero desde que los talleres, tienen el patrocinio de la Universidad Finis Terrae, pudimos volverlos gratuitos para los participantes. A partir de esto, al Taller para futuros escritores que dirijo desde hace nueve años, llegan entre 250 y 300 postulaciones anuales. Como sólo elegimos 12 personas, la calidad de los participantes es sorprendente, las conversaciones con ellas y ellos son enriquecedoras y yo aprendo mucho; me entero de todo lo que están leyendo, de qué los moviliza, de cuáles son sus preocupaciones y sus visiones de mundo.

Me estimula mucho ver su determinación, esa búsqueda de su propia voz, de su mundo narrativo. Y siento, y aquí es el único toque de vanidad que me permito en esta entrevista, siento que yo les aporto algo, que realmente ellos aprenden algo y que salen mejores escritores de lo que llegaron.

-¿Qué lo motivó a participar como activista de la igualdad de los derechos de la diversidad sexual?

-Al ser un escritor que toca temas relacionados con la diversidad sexual en mis obras, me convertí en una voz pública respecto al tema, al dar mi opinión en entrevistas y columnas. En un momento dado, por una serie de circunstancias fortuitas, sencillamente me tocó asumir un liderazgo respecto de la causa, y fui fundador y primer presidente de la Fundación Iguales.

Pero yo ya estaba preparado para eso. El haber asumido plenamente mi identidad homosexual y el hecho de haber abrazado mi vocación literaria, fueron dos procesos de vida intensos y difíciles que me prepararon para este otro, ser activista; que realmente te cambia la perspectiva de las cosas, te altera la vida, te obliga a involucrarte en la actualidad.

Y los escritores le rehuimos a la actualidad. Pero de repente, de un minuto a otro, yo estaba en la actualidad, y tenía que estar contestándole al Senador, al Presidente o a quien fuera. Sentí que esa era mi responsabilidad, porque tenía la voz y los argumentos. Y si puedo hacer algo para cambiar a mi país en cuanto a diversidad sexual, bueno, tengo que hacerlo.

-¿Cómo podría evitarse la discriminación en contra de la población LGBT?

-Hay muchas dimensiones, por supuesto, pero dos son fundamentales. La primera, es que la Ley tiene que asegurar lo que la mayoría de las constituciones de los países del mundo aseguran, y que en el caso de la Constitución Política de la República de Chile, en su Artículo 1°, dice: Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos…Esto, que debería ser respetado por las leyes de mi país, lamentablemente no se cumple, ni para la diversidad sexual, ni para las mujeres, ni para los migrantes, ni para los pueblos originarios.

Garantizar el derecho de todas las personas a ser libres e iguales en dignidad y en derechos, es decir, respetar sus derechos humanos, debe ser un trabajo constante de todas las sociedades en el mundo. Y yo creo, al menos para Chile, que ningún político debiera poder llegar a las altas magistraturas si primero no prueba que es una persona que va a respetar el ancho marco del derecho y de los derechos humanos. Eso lo deberíamos demandar nosotros, como sociedad, desde el momento cero de las campañas; después hablaremos de economía y de ideas políticas, pero éstas, nunca deberían poner en tela de juicio los derechos humanos.

La segunda dimensión es la educación. Deberíamos educar a nuestros (as) niños y jóvenes en una cultura de la diversidad, sabiendo que esa diversidad enriquece y no empobrece. Lamentablemente, sobre todo en Latinoamérica, hay una cultura de castas, de clases, de grupos de pertenencia que en el fondo se aíslan como células autovalentes y que sencillamente ignoran al resto del mundo. Esa conformación social de células no interconectadas lleva finalmente a un proceso de discriminación y de desintegración social.

Entonces, desde la educación, debemos ser capaces de crear un sentido de diversidad, de hacer ver todas las bondades que la diversidad del otro nos puede traer. A mí me tocó, por suerte o por visión de mis padres, estudiar en un colegio más diverso que a los que acostumbraban a ir los niños de mi mundo de pertenencia, y eso fue un regalo para todos mis días, porque vivo libre y sin prejuicios para relacionarme con todo tipo de personas.

Socialmente esto cuesta mucho trabajo, porque hay que cambiar las estructuras de la educación, y hay que cambiar la visión individualista y el modelo de ambición, que atropellan los derechos humanos de otras personas. Yo no soy un colectivista, ni creo en el comunismo del siglo XXI, pero sí creo en que tenemos que educarnos en la diversidad como un bien común.

-¿Qué consejo daría a las y los estudiantes universitarios que quisieran dedicarse a escribir?

-Antes que nada, leer; la lectura es la fuente principal de la escritura. Yo, cuando escribo, leo; si no leo, no puedo escribir. La lectura, como hablábamos al principio, permite el desarrollo de una identidad propia. En esa conversación silenciosa que uno está teniendo con los textos se está también creando uno mismo, y esa creación de ese punto de vista, esa mirada sobre el mundo, es lo fundamental para un escritor. Es tener un punto de vista, una mirada original, que después se va a traducir en una pluma original.

Pero lo primero que esa mirada necesita es un reconocimiento muy profundo de uno mismo, de saber quién es uno en el mundo, de qué está hecho, cuáles son tus fortalezas, cuál es tu pathos; y cuáles son tus falencias, cuál es tu grieta, cuál es tu desajuste con el mundo. Lo digo porque yo, a propósito de la historia que te conté, por muchos años fui una persona sobreadaptada; y esa adaptación me llevó a una pobreza interior muy grande. Entonces, cuando me dediqué a escribir, me saqué todo ese peso del deber ser y volví a crear una mirada propia; y espero que original.

-¿Escribir es revelarse, es rebelión?

-Es una rebelión; pero no destructiva, sino constructiva. Sin duda en el fondo de uno hay un afán de denuncia, de iracundia incluso; pero eso por sí mismo sería una diatriba, sería un alegato abrumador. Hay escritores que han hecho un arte de la diatriba, del alegato; estoy pensando en Emil Cioran, en Fernando Vallejo, porque le han agregado algo propio, algo nuevo.

Yo no experimento la escritura solamente como una reacción, lo siento como una creación en sí misma. Es la sensibilidad propia, la forma de mirar, la forma de entender las cosas, que nace de tus vulnerabilidades, pero en forma creativa, no en forma destructiva.

La literatura tiene una dimensión que es propiamente creativa y que se acopla con tu disenso frente al mundo. Y eso da origen a algo que es una obra de arte, porque de otra manera, no lo sería. Si yo, Pablo Simonetti, solamente quisiera protestar contra el mundo como está, escribiría columnas en un diario y poco más; pero necesito de la ficción porque siento que a través de ella fluye algo que es original, mío, nuevo.

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