#Análisis AMLO: Cien días de un presidente obsesionado con la historia

Dra. Ivonne Acuña Murillo

· Académica de la IBERO afirma que López Obrador construyó una narrativa de ‘salvador de la patria’

Cien días son insuficientes para juzgar los resultados de cualquier administración, no así para reconocer el trasfondo que guía a un gobierno. Es el caso del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien, obsesionado con la historia de México, ha definido su plan de gobierno en torno a la lectura que ha hecho de la misma.

Por principio, ha reconocido la necesidad de un cambio profundo de las estructuras políticas, económicas y sociales del país, de una Cuarta Transformación, de la 4T como se le conoce ya. Homologa esta cuarta revolución con la de Independencia, la primera; la de Reforma, la segunda; y con la Revolución de 1910, la tercera. Puesto en ese tono, el presidente asume que él y su gobierno darán vida a una cuarta gran revolución, sólo que en esta ocasión no será necesario el uso de las armas, como en las tres primeras, para concretar los cambios que la nación requiere con urgencia.

El peso y carácter histórico que otorga a su papel dentro de la historia de México ha dado lugar, de tiempo atrás y desde diferentes espacios, a un cúmulo de críticas en las que se le acusa de caudillista y mesiánico.

Lo anterior no es del todo descabellado pues algunos rasgos de su personalidad y algunas de sus acciones así lo demuestran. AMLO es un hombre perseverante que persigue sus objetivos hasta el último aliento, de fuertes convicciones e ideas fijas, con posiciones éticas y morales firmes, aunque no inflexible, que acostumbra mostrar con el ejemplo las virtudes adoptadas como la honestidad, la confianza y una enorme capacidad de trabajo. Es un convencido de lo que es bueno y lo que no lo es, pero, sobre todo, tiene la personalidad de un líder, misma que ha ido moldeando a lo largo de toda su carrera política.

Pero, las características mencionadas no explican del todo el papel protagónico que ha desempeñado en la escena pública, hay algo más. Ese algo es la férrea creencia en torno a ser él quien debe acometer la empresa de sacar al país del profundo pozo en que ha caído, de ser quien deba rescatar a las clases menos favorecidas del abandono, la explotación y la opresión, de ser él quien reposicione a México como una potencia en el concierto de las naciones.

Sin embargo, con seguridad miles de mexicanos y mexicanas se han imaginado, al leer las biografías de los héroes y heroínas de la patria, que algún día podrían ser como ellos y ellas. Sueños olvidados al transitar de la infancia a la adultez. Al igual que esos miles, López Obrador se identificó con los grandes hombres, con los héroes, pero a diferencia de esos miles, tomó en serio ‘el llamado’ a ser uno de ellos y se empeñó durante décadas en lograrlo. Paso a paso fue construyendo el metarrelato que lo ubica como ‘el salvador de la Patria’. Junto a Benito Juárez, Gustavo I. Madero y Lázaro Cárdenas se ha visto a sí mismo como un gran presidente, uno digno de pasar a la historia.

Pero, el que un político se decida a salvar a la Patria no lo faculta para hacerlo, más aún, aunque esté facultado y se empeñe, si el contexto no lo permite no conseguirá convertirse en ‘el elegido’, por más que lo desee.

He aquí entonces que otros elementos deben incluirse en el análisis cuando se habla del actual presidente como un caudillo, como un mesías, como alguien obsesionado con la historia.

Si se revisa la historia de México y de los pueblos que a lo largo de la historia han aparecido como ‘los pueblos elegidos’, en particular en aquellos momentos cuando hay un cambio de sistema político, cuando se da una profunda decadencia política y/o social, cuando se llega al fin de un modelo que ha caducado, en momentos de amenaza interna o externa, es entonces cuando la figura de líderes de tipo caudillesco o mesiánico aparece, más tarde o más temprano. En este punto, la emergencia de este tipo de líderes debe analizarse partiendo de términos teórico-históricos, más que ideológicos, dejando de lado todo intento por desprestigiar al caudillo o afirmando que es un resquicio del pasado que debe resanarse.

En este caso, las preguntas obligadas son: ¿está México en peligro? ¿Necesita el país de un caudillo para salir del punto en que se encuentra? ¿Es López Obrador ese caudillo? Las respuestas a estas preguntas dependen del diagnóstico que se haga, por lo que cada grupo político, económico o social responderá de diversas maneras, en función de su propia percepción e intereses, pero también de los indicadores objetivos que permitan plantear con certeza el estado en que se encuentra el país.

A pesar de lo diversas que pueden ser esas respuestas, habrá que reconocer que si en algo nos hemos puesto de acuerdo es en torno a aquellos problemas urgentes de resolver como la enorme corrupción política, económica y social que se vive en el país, la creciente inseguridad y violencia, una gran desigualdad social, el desgobierno, la vulneración reiterada de leyes, valores y normas y por tanto la existencia de una enorme impunidad. Habrá que observar también, la convicción generalizada de que, si no se cambia el rumbo, el país enfrentará una decadencia aún mayor en los rubros mencionados y otros más.

Si ese diagnóstico es acertado y siguiendo la idea hegeliano-marxista en torno a “la necesidad histórica”, se puede afirmar que se ha abierto ‘el tiempo de los caudillos’ y López Obrador ha hecho la lectura correcta. Esto es, ‘lo necesario de darse’, en función de que las condiciones para que suceda un cambio histórico están dadas, es una transformación del régimen político y de las condiciones que mantienen a millones en la precariedad. Sería pertinente aquí preguntarse, en términos teóricos, la diferencia entre un caudillo del siglo XIX y uno del XXI y si López Obrador encarna esa figura. Si realmente propone ir hacia adelante o un retroceso a épocas mejores que no se corresponden con la realidad histórica actual, como afirman algunos de sus detractores.

Volviendo a la obsesión presidencial con la historia, se sostiene aquí que el actual presidente es el hacedor de su propio destino, el sujeto de la profecía autocumplida, aquél que se convenció a sí mismo de que este es el tiempo de los caudillos y de que el caudillo que debe salvar a la patria es él.

La ‘profecía autocumplida’ es una expresión acuñada por el sociólogo estadounidense Robert K. Merton. Esta aparece en su libro Teoría social y estructura sociales (1949) y en ella afirma: “La profecía que se autorrealiza es, al principio, una definición ‘falsa’ de la situación que despierta un nuevo comportamiento que hace que la falsa concepción original de la situación se vuelva ‘verdadera’”.

Merton se basa en el “teorema de Thomas, conocido así por su autor William I. Thomas, que en su libro The child in America: Behavior problems and programs (1928), sostiene que: “Si una situación es definida como real, esa situación tiene efectos reales”.

En el caso de López Obrador, la definición ‘falsa’ de la situación, como señala Merton, sería aquella según la cual desde el inicio de su carrera política él hubiera sido ‘ungido’ o ‘elegido’ para salvar a la patria. Sin embargo, después de mucho tiempo de pensarse a sí mismo como ‘el elegido’, se ha colocado como el hombre más poderoso del sistema político mexicano. Toca ahora el turno, durante su mandato, de concretar la autoprofecía de salvador de la patria.

En el argumento de la profecía autocumplida la historia guarda un papel fundamental. Los metarrelatos, el recuento de las aventuras épicas, el recuerdo de los grandes hombres y mujeres y de las acciones heroicas se convierten en el telón de fondo para pensar el presente y el futuro y es aquí donde encaja la obsesión del presidente por la historia, misma que marca las líneas que guían su administración.

Muy claramente, la moderación y honestidad juarista, la lucha maderista por la democracia, la preocupación por los más desprotegidos y la lucha villista y zapatista por revertir un sistema económico y político inequitativo están grabadas con fuego en la memoria de López Obrador.

Su observancia de las ideas libertarias e igualitarias de los hermanos Flores Magón, como se aprecia en la siguiente cita tomada del comunicado c-073, publicado el 9 de noviembre de 2012, en la página del Movimiento de Regeneración Nacional: “Y cuando nos falte idealismo, pensemos en ese extraordinario luchador social, Ricardo Flores Magón, que decía: “Cuando muera, mis amigos quizá escriban en mi tumba: ‘aquí yace un soñador’, y mis enemigos: ‘aquí yace un loco’. Pero no habrá nadie que se atreva a estampar la inscripción: ‘aquí yace un cobarde y un traidor a sus ideas’”.

Este 11 de marzo, durante el discurso que el presidente dio con motivo de los primeros cien días de su gobierno, insistió: “Agradezco la confianza del pueblo de México, de todos los sectores, agradezco en especial la confianza de los empresarios y reitero, reafirmo, refrendo el compromiso de no fallar, nunca jamás claudicaré, antes muerto que traidor.”

Asimismo, López Obrador recuerda a funcionarios del siglo pasado como Antonio Ortiz Mena, secretario de Hacienda durante los sexenios de Adolfo López Mateos (1958-1964) y Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) y el periodo conocido como de ‘desarrollo estabilizador’, mismo que le sirve de ejemplo para afirmar que es posible hacer crecer la economía sin generar desajustes macro.

Evidentemente, AMLO conoce la historia de su país y se ha propuesto poner en práctica aquello que, desde su punto de vista, permitirá llevar al país a una etapa mejor. Llama la atención que su mayor guía sea el expresidente Benito Juárez de quien ha tomado ideas como la austeridad republicana, el respeto a las leyes y la solución pacífica de los conflictos, la anulación del fuero para funcionarios públicos comenzando por el presidente de la República. En 1859, mediante la ley que lleva su nombre, Juárez intentó suprimir los tribunales especiales y el fuero de militares y religiosos, quienes podrían ser juzgados por cualquier tribunal del Estado en asuntos civiles. Intento que no progresó, como se sabe.

Su admiración por Juárez queda plasmada en la repetición constante de frases tales como: “Nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho”, repetida también en su discurso del 11 marzo; como aquella otra que reza que “no puede haber gobierno rico con pueblo pobre”, haciendo referencia directa a la voz juarista sobre que “el funcionario tiene que aprender a vivir en la justa medianía”.

Por si quedara alguna duda sobre su admiración y el seguimiento de los valores juaristas, él mismo afirmó hace dos años en la celebración del natalicio del prócer: “Perseverancia, terquedad, firmeza cuando se lucha por causas justas, eso es lo que nos dejó de enseñanza Benito Juárez y otras cosas importantes, su austeridad, no era dado al lujo”.

En el mismo comunicado de 2012 cita: “Cuando necesitemos fortalecer nuestras convicciones, emulemos a Juárez cuando decía ‘que el enemigo nos venza o nos robe, si tal es nuestro destino; pero nosotros no debemos legalizar un atentado entregándole voluntariamente lo que nos exige por la fuerza’”.

En el mensaje por sus primeros cien días de gobierno reiteró: “Seguiremos apegándonos al principio de que ‘al margen de la ley nada y por encima de la ley nadie’”.

Insinuó, asimismo, que su influencia se dejará sentir también fuera del país como puede leerse en la siguiente cita: “También hemos confirmado en este periodo de cien días que si acaba con la corrupción y se gobierna con austeridad se puede obtener más crecimiento económico. Esto es lo que vamos a demostrar, no sólo en México, en el extranjero. Éste es el nuevo modelo de política económica. Si se acaba con la corrupción y se gobierna con austeridad se puede obtener más crecimiento económico, pero también lo más importante más desarrollo, bienestar y se adquiere mayor autoridad política y moral. Estamos en lo dicho, vamos a convertir a México en una potencia económica con dimensión social porque tenemos muchos recursos naturales, contamos con un pueblo bueno, honesto y trabajador y el gobierno sabrá estar a la altura de las circunstancias”.

Concluyó su mensaje convocando a la unidad: “Vamos a seguir construyendo en armonía, la Cuarta Transformación también es reconciliación. Vamos a seguir construyendo entre todas y todos la bella utopía. Vamos a seguir caminando hacia ese gran ideal de vivir en una patria nueva, libre, justa, democrática y fraterna. Gracias de todo corazón. ¡Que viva México, viva México, viva México!”.

Finalmente, se sostiene que, obsesionado con la historia, el presidente de la República se ha ubicado en el tiempo de los caudillos, se ha ungido a sí mismo como el elegido, ha construido su propio metarrelato, su profecía, su narrativa como salvador de la Patria y que ha luchado hasta hacerlos realidad y que esta utopía, como él mismo la llama, ha sido compartida por millones de personas en el país que quieren creer que un México diferente es posible.

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