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El subcontinente americano ha sufrido en pocas semanas un sinfín de protestas derivadas de la crisis social, el fraude electoral y la intromisión de actores no deseados, abocándose a la inestabilidad política
Algunos han bautizado el fenómeno como la «primavera latinoamericana». Otros, se esfuerzan en identificar los elementos en común de un polvorín que estalló, en cadena, en Haití, Ecuador y Perú pero mantiene en vilo a Bolivia y Chile. El desafío, ahora, es descifrar qué país está primero en la lista de espera de las revueltas o si llegó la etapa final de las sacudidas en Latinoamérica.
Ecuador y Perú «resolvieron» sus crisis en lo que ahora se considera tiempo récord. La primera, desatada por la subida de combustibles y la última por la disolución irregular del Parlamento, del presidente, Martín Vizcarra y la convocatoria de elecciones.
En Haití, tan lejos y tan cerca del continente, las revueltas de los últimos dos meses se calmaron pero todavía tienen en la cuerda floja a Jovenel Moïse, su Presidente. La escasez de gasolina sacó a relucir todos los males de esa mitad de la isla: desigualdades sociales, corrupción e inseguridad. En Venezuela, Juan Guaidó ayer sábado trataba de recuperar fuerzas al desafiar en la calle al régimen de Maduro para lograr el «Cese de la usurpación».
En Chile, el anuncio de una convención constituyente confía en devolver las aguas al cauce de la tranquilidad después de un mes trágico. Y en Bolivia, las fuerzas leales al ex presidente Evo Morales permanecen con el hacha de guerra desenterrada pese a la huida del bolivariano a México.
COLOMBIA: Anticiparse y evitar el efecto contagio
Arden los Andes y tiembla el resto de la región donde es difícil encontrar un país que no se pregunte: ¿El próximo seré yo? El interrogante recorre también Colombia donde hay convocada una huelga general el jueves. La apoyan sindicatos, estudiantes y simpatizan con ella sectores de la Iglesia. «Reconocemos que si hay alguien que tiene inconformidad, lo exprese. Es el deber nuestro, de los gobernantes, analizarlo, procesarlo, corregir muchas cosas si es el caso pero no podemos dejarnos llevar a la destrucción», declaró Iván Duque. Con la popularidad a la baja, forzado a reemplazar a su ministro de Defensa por Carlos Holmes Trujillo, hasta hace unos días Canciller, el presidente procura anticiparse y evitar el efecto contagio de sus vecinos.
BOLIVIA: El pacificador que alimenta la hoguera
Los caso irresueltos que más preocupan son los de los vecinos Chile y Bolivia. Éste último no se zanjó con la presidenta interina, Jeanine Áñez, que no logra restablecer el orden. Los últimos días los enfrentamientos se recrudecen en los enclaves donde el MAS (movimiento Al Socialismo) tiene más fuerza como Cochabamba y el Chapare, zona cocalera donde los cultivos se multiplicaron durante los casi catorce años de presidencia de Evo Morales. También en El Alto, localidad a más de cuatro mil metros de altura, en algo parecido a un cráter que bordea La Paz, las columnas masistas y las milicias indígenas de los «Ponchos rojos» intentan hacerse fuertes con «dinamita, hondas, palos con clavos, fierros, escopetas y bazucas artesanales», según informes oficiales. Ahora, sí, el Ejército y la Policía intervienen. Una veintena de muertos es el saldo junto a centenares de heridos de, prácticamente, un mes de disturbios desatados tras el pucherazo de Evo Morales. El expresidente de Bolivia arruinó su carrera política cegado por la ambición eterna de poder. La imagen de «el Evo» en el avión que le llevó a México, junto a su vicepresidente Álvaro García Linera y sus familiares, pasará a la historia de la ignominia de aquellos que llegaron con la promesa de hacer justicia social con los indígenas (36 pueblos originarios), sin olvidar el respeto a las libertades y la defensa de los derechos de todos los bolivianos. «No me arrepiento de haber querido un cuarto mandato», confesó Morales al diario «El Universal» de México.
Seguro bajo el paraguas de protección de Andrés Manuel López Obrador, el expresidente atiza desde la distancia la llama de la discordia, se presenta como una víctima de algo parecido a un contragolpe y hasta se ofrece a volver a la Bolivia que dejó en llamas para pacificarla. Su fuga a Norteamericana recordó, salvando las distancias, a la de Gonzalo Sánchez de Lozada en el 2003 cuando estalló la llamada guerra del gas que terminó de convertir a Evo Morales en el líder que no tardaría en llegar a la Presidencia. El primer indígena en ser presidente, eligió el exilio mexicano mientras el avión de «Goni», más conocido entre el pueblo como «el gringo», aterrizó en EE.UU. de donde no regresaría.
La retirada de Evo Morales, acosado por las revueltas populares, descubierto el fraude electoral por la fiscalización de la OEA y con las FF.AA. y la Policía «soltándose la mano», estuvo calculada para dejar un escenario caótico institucional. La sucesión presidencial quedó vacante con la dimisión última (luego arrepentida) de la hasta entonces presidenta del Senado del Estado Plurinacional. El laberinto para cubrir el vacío de poder estaba servido y la transición arrancaba con la promesa –de momento incumplida– de convocar de inmediato elecciones. Pero el cambio se percibió de inmediato. La Casa Grande del Pueblo, una torre de veinte pisos con helipuerto, donde Evo Morales tenía una lujosa planta propia, hasta con gimnasio, quedó desierta. La sede del Ejecutivo volvió al Palacio Quemado del siglo XVI, la cruz y la Biblia recuperaron su espacio, la bandera nacional se alzó junto a la wiphala (arcoiris) y a la del Oriente con la flor patujú. El Gobierno rompió relaciones de inmediato con el régimen de Maduro, expulsó a 725 cubanos, se salió del ALBA, le dio el portazo a lo que quedaba de Unasur y anunció que estrecharía relaciones con EE.UU. y Chile. Dicho de otro modo, se desprendió de cualquier vestigio bolivariano mientras el ex vicepresidente Cáceres pedía asiló a Nicaragua.
Abril es el mes que se baraja para convocar nuevas elecciones. La segunda vuelta que anticipaba un triunfo de Carlos Mesa no será posible y el expresidente y candidato analiza ceder su lugar a alguien más joven al interpretar que estos nuevos tiempos lo demandan.
CHILE: Una nueva constitución para calmar las aguas
Abril será también el mes del referéndum en Chile. Los chilenos deberán votar qué modalidad quieren para redactar una nueva Constitución que entierre a la actual, demonizada, pese a doscientas reformas, por tener su origen en la dictadura de Pinochet. Las opciones son una Convención Constituyente con elegidos en exclusividad para esa misión o un equipo mixto con diputados. Los plazos, de nueve meses para terminarla con una posible prórroga, le dan un respiro a Sebastián Piñera que confía en «patear» el problema de los disturbios que le han tenido entre las cuerdas, prácticamente, las mismas semanas que a Bolivia.
Piñera corría el riesgo de convertirse en la cabeza de turco de una crisis que podía haberle estallado a cualquier de sus antecesores. Una veintena larga de muertos (en buena medida en incendios en locales que saqueaban), acusaciones de abuso desproporcionado de la fuerza, peticiones de comisiones de derechos humanos y de la ONU para revisar los actos de violencia, parecían colocar en un callejón sin salida a un Gobierno con la masa como interlocutor para negociar. Una reunión en el Palacio de la Moneda con los expresidentes Eduardo Frei y Ricardo Lagos (Bachelet en conferencia) ayudó a entender la dimensión histórica del conflicto. La clase política y los partidos, finalmente, cerraron filas en torno a la salida pacífica de una crisis que, a excepción del Partido Comunista, empezaron –con matices– a entender que es responsabilidad compartida. El «Acuerdo por la paz y una nueva Constitución» demostrará en los próximos días si el escenario, como parece, mantiene la calma o la turba desatada vuelve a poner a Chile al borde del abismo. Sólo las pérdidas estimadas, en dinero, rondan los cinco mil millones de dólares. Las otras, son incalculables.
URUGUAY Y ARGENTINA: Cambio de tono en las relaciones bilaterales
El balotaje del 24 de este mes, salvo error de los sondeos, anticipa un triunfo de Luis Lacalle Pou (Partido Nacional). De materializarse, el ciclo de quince años consecutivos de Frente Amplio (coalición de izquierda) habría llegado a su fin. El presidente electo de Argentina, el kirchnerista Alberto Fernández, cruzó el rio de La Plata para almorzar y fundirse en un abrazo con Daniel Martínez, el adversario del Frente Amplio. Su «visita», si Lacalle Pou se convierte en presidente, es probable que le pase factura en el tono de las relaciones bilaterales, aunque no será tan dura como la que pretende cobrarle el Brasil de Jair Bolsonaro.
El «oasis» de paz que hasta hace un mes fue Chile lo conserva Uruguay pero no son pocos los que se preguntan, ¿hasta cuándo? Detrás de las revueltas de Ecuador y Chile asomó la mano confesa de Venezuela con su «brisa» bolivariana y muda de Cuba. ¿Llegará tan lejos?
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