Muy Interesante
Cuando la violencia de la Revolución Mexicana llegó a Milpa Alta, en el sur de la Ciudad de México, Julia Jiménez (1897-1965) –– mejor conocida como Luz Jiménez –– era apenas una adolescente. Nadie habría supuesto que aquella mujer de tez morena, ojos profundos y largo cabello negro se convertiría en la que posiblemente es la modelo más retratada en la historia de la pintura mexicana.
LOS ORÍGENES DE LA MUSA MEXICANA
El padre de Julia, nombre que más tarde cambiaría por el de ‘Luz Jiménez’, ‘Luciana’ o ‘Doña Luz’, había sido ejecutado durante la Revolución, así que para ayudar a su madre y hermanas llegó a trabajar a la capital. Cuando vio un letrero de vacante, se preguntó: ¿Qué debo hacer? “Nada, sólo quedarse quietecita”, le respondieron, y así, sin más, entró a modelar en la Academia de San Carlos.
Su inteligencia y carisma hicieron que la joven indígena –– que además de hablar el español dominaba el náhuatl –– fuera bien recibida en varias de las escuelas de arte más renombradas de la ciudad. Pintores de la talla de Diego Rivera (1886-1957) vieron en ella la auténtica cara del indigenismo, de la mexicanidad. De ahí que la utilizó en gran parte de su obra, en la cual uno de sus principales objetivos fue la revalorización de los valores nacionales y le reencuentro con el pasado indígena.
EL MURALISMO DE LA MANO DE LUZ JIMÉNEZ
Mientras el muralismo mexicano iba tomando forma, Luz Jiménez ganaba fama entre el círculo de artistas mexicanos que la contrataron para pintarla. Su figura se reconoce en obras como:
La molendera (1924), de Diego Rivera.
La majestuosa mujer del conquistador español en Cortés y la Malinche (1926), de José Clemente Orozco (1883-1949).
La mujer de rostro apacible de David Alfaro Siqueiros (1896- 1974) en el Colegio de San Ildefonso.
La India con frutas (1920), de Fernando Leal (1896-1964).
Mamá amamantandoa su hijo, en imágenes de la fotógrafa italiana Tina Modotti (1896-194
Luz fue una mujer fuerte y con ganas de superación que la llevaron a incursionar en diversos ámbitos. Entabló amistades entrañables con varios de los artistas que la pintaron, como el francés Jean Charlot (1898- 1979), quien apadrinó a su única hija, Concepción.
Luz Jiménez también fungió como promotora de las costumbres de su tierra, Milpa Alta; se desempeñó como maestra de náhuatl, etnolingüista (ayudó a los historiadores Fernando Horcasitas, Miguel León-Portilla y Benjamin Lee Whorf a comprender aspectos de la cultura náhuatl), fue aprendiz de inglés y francés, partera, herbolaria, lavandera, trabajadora textil, intérprete e informante. Fue de esta manera como se convirtió en el rostro de la mujer mexicana, la ‘dama de los mil retratos’. Nunca dejó de posar.
SE APAGÓ UNA LUZ BRILLANTE
El día que doña Luz dejó este mundo se dirigía a un estudio para ser pintada en una universidad; pero nunca llegó. Un accidente de tránsito le quitó la vida el 28 de enero de 1965, justamente el mismo día de su cumpleaños.
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