Hector A. Gil Müller
El ¿por qué? es una difícil pregunta, nos acompaña en momentos difíciles, pocas veces en los buenos. Nosotros no acostumbramos a reflexionar solamente evaluar, nos interesa la calificación, pero no la evaluación. ¿Cuántas veces pensamos sobre el porqué de tal o cual resultado? En lo bueno olvidamos el ¿por qué? y en los malos tiempos lo sobre usamos. Seriamos diferente si en lugar de tanta evaluación positiva formulásemos las preguntas valiosas sobre ese resultado. Pero el número pesa mas que la causa, aunque con ello nos perdamos en el camino.
En una crisis es fácil detenernos y encerrarnos en el ¿por qué?, hacernos esa pregunta que surge siempre cuando el cómo y dónde ya no son suficiente. Es una reacción natural a la crisis. Job, el paciente hombre que soportó los profundos transes de una crisis tras otra; en su familia, en sus bienes, en su salud, preguntó, según consta en el relato bíblico, catorce veces: ¿por qué?. Y ante esa pregunta lanzada con dolor al cielo silencio. Jesús mismo, colgado en una cruz, pronunció: “Eli Eli ¿lama sabactani?”, que traducido es Dios mío, Dios mío: ¿por qué me has abandonado?, ante ese ¿por qué? Silencio. Aunque necesitamos respuestas siempre es bueno tener promesas, ellas mantienen el animo en los momentos complicados.
Cuando las preguntas calan, el ¿por qué? Se finca como un complicado huésped indeseable y comienza a mermar en todas las promesas y esperanzas. En las crisis es fácil quedarnos ahí y no avanzar. Lo importante de una crisis no es su descripción previa ni la satisfactoria conclusión de entender la razón, sino hacer algo por salir de ella. Actuar. Recuerdo un antiguo cuentecillo que describía como un dardo envenenado había ido a parar al brazo de un hombre en una plaza, este en vez de quitarlo se dedicó a correr para encontrar al culpable, buscándolo insistentemente mientras el dardo lentamente iba descargando su veneno en el brazo del tipo. En una crisis centrarnos en el ¿por qué? Es descuidar el futuro.
Las crisis que enfrentamos pueden ser esperadas, como aquellas evidentes que han de surgir, los indicadores nos lo muestran. La historia nos lo señala y si somos omisos a interpretar esas señales entonces perdemos acceso preferente al futuro. También hay crisis inesperadas, aquellas que surgen intempestivamente de la nada. Están ocultas a nuestros ojos y en un mal momento surgen: un accidente, un meteoro impredecible, etc. En la vida también enfrentamos crisis infundadas. Aquellos malos momentos cuyo origen ni siquiera es cierto. Nos preocupamos de cosas que no pasaron, pasan ni pasaran. Hacemos tormentas en vasos de agua inexistentes.
Las crisis son parte de la vida y de cualquier gobierno también. Gobernar en la crisis significa algo más que su descripción, utilizarlas para beneficio personal es una canallada. Las crisis exigen el carácter de tomar decisiones para palear los resultados, pero también para evitar, aprendiendo la lección, futuras situaciones. ¿por qué viene el mal momento? Respuestas muchas, pero ese ¿por qué? solo cobra sentido si su respuesta nos motiva para la no comisión de una crisis por los mismos motivos. Las crisis deben motivarnos a sanar y solo así después al ver las heridas comprender el ¿por qué? Mientras tanto la visión debe ser sanar. Gobernar para sanar.
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