Héctor A. Gil Müller
Brasil vuelve al liderazgo de izquierda con el triunfo de Luiz Inacio Lula da Silva. Es la nota e interpretación por muchos tras las elecciones recientemente celebradas en el gigante de Sudamérica. El ahora presidente, por tercera vez del Brasil, estuvo preso desde el 7 de abril de 2018, con una condena de 12 años por beneficiar a la constructora OAS, una de las empresas que estafaron a PETROBRAS manipulando licitaciones tras recibir un soborno millonario mediante un lujoso departamento. Todo esto salió a la luz tras la que se ha considerado la más grande pesquisa en la lucha contra la corrupción, la operación Lava Jato (persiguiendo con ella el lavado de dinero). La sentencia fue revocada y anulada la pena. El entonces exmandatario solo estuvo 580 días en prisión, con esa cancelación pudo salvar su registro para esta contienda electoral que hoy se levanta con el 50.9% de los votos y a menos de un punto de diferencia de su rival Jair Bolsonaro.
En marzo de este año AMLO recibió, sin una agenda oficial, al exmandatario a quien consideró su amigo y compañero de lucha por la igualdad y la justicia. Tras el triunfo de Lula, AMLO posteó en sus redes sociales: “Hablé con un amigo, hermano y compañero que me pidió les transmitiera el siguiente mensaje: Lula ama a México”. Pero esa aproximación y hermandad, ¿será real?, Lula no ha actuado del todo como lo ha descrito AMLO, fue precisamente durante la presidencia de Lula cuando el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) tuvo una relevancia importante, grupo de economías emergentes que no incluyó a México.
El triunfo de Lula nuevamente indica la fortaleza de un movimiento que lejos de apagarse parece tomar mayor brío. El modelo derechista no ha sabido responder a los desafíos de saciedad y suficiencia en un panorama cada vez más retador. La imagen de una nueva ola de izquierdas motiva el liderazgo de López Obrador en el bloque y seguramente constituye un argumento para aumentar la influencia desde su trinchera de Marcelo Ebrard, quien no ha dejado de aspirar a la Presidencia de México en 2024. El discurso prometedor de Lula ha sido de posicionamiento de Brasil ante el mundo, el fortalecimiento de los mercados comunes, de las alianzas y un comercio que se había interiorizado en la presidencia de Bolsonaro. Esto es muy distante al discurso que ha mantenido López Obrador en su gestión.
Bolsonaro dejó al país sumido en una crisis de desempleo sin precedente, como uno de los países, junto a Estados Unidos y la India con mayor número de muertos por COVID19, con una deforestación tremenda en la selva del Amazonas y una inflación que alcanzó cifras históricas durante los momentos más álgidos de la pandemia.
Parece que la orientación que dará Lula a su nuevo periodo es eminentemente económica y su abordaje se antoja desde el plano internacionalista. Hasta ahora y contrario a las voces que dan un respiro al socialismo, Lula se ha allegado de conservadores en su equipo de transición y parece fortalecer un mercado mucho más “neoliberal” que revolucionario. Como David Konzevik escribió precisamente sobre Lula, pero en 2018; “El poder es como el violín, se toma con la izquierda, pero se toca con la derecha”.