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“La igualdad de oportunidades está en el centro de nuestra concepción de una sociedad justa (…) Sin embargo, a los niños nacidos en familias desfavorecidas se les niega esa igualdad de oportunidades y sus posibilidades de alcanzar un nivel de vida decente en la edad adulta disminuyen considerablemente por el mero hecho de que sus padres sean pobres, afirma el relator* de la ONU sobre la extrema pobreza y los derechos humanos en su último informe.
Olivier De Schutter, denuncia además que, frente a ese concepto de justicia social de la igualdad, la desigualdad fomenta “la concepción anticuada y ya desacreditada de la meritocracia”, idea que “es sostenida, sobre todo, quizá sin que resulte sorprendente, por las personas con ingresos elevados”.
Según el informe, mientras que los individuos nacidos en la década de 1940 tenían más posibilidades de pasar de la mitad inferior al cuartil superior en los países en desarrollo que en los países desarrollados, la situación ahora se ha invertido: la movilidad ascendente está disminuyendo en el mundo en desarrollo, y la persistencia en la parte inferior está aumentando.
Los niños nacidos en familias pobres tienen menos acceso a la sanidad, la vivienda y la educación que los de los hogares más acomodados. Esto reduce drásticamente sus posibilidades de salir de la trampa de la pobreza.
“La baja movilidad relativa significa que tanto el privilegio como la pobreza tienen más probabilidades de persistir a lo largo de las generaciones, con claras repercusiones para los pobres”, asegura De Shutter.
Las sociedades más igualitarias también están mejor preparadas para afrontar una serie de retos relacionados con la salud, la educación y la violencia, de ahí que en la Agenda de Desarrollo 2030 los líderes mundiales se comprometieran a reducir la desigualdad en sus países (Objetivo de Desarrollo Sostenible número 10), y prometieran garantizar que los ingresos del 40 % de las personas con menores recursos aumentaran más rápido que la media.
Sin embargo, no es esa la tendencia que ha existido desde la década de 1980. Desde entonces, la concentración de los ingresos en la parte superior de la distribución de la renta ha aumentado en todo el mundo, limitando la cuota de ingresos de la parte inferior.
Desde 1980, la mitad de la renta mundial está en manos del 10 % más rico. De hecho, la cuota de ingresos del 1% más rico ha seguido aumentando, pasando del 16 % en 1980 al 22 % en 2000, mientras que la cuota del 50 % más pobre se ha mantenido en torno al 9%.
La velocidad a la que crecen los ingresos también es desigual: en tres cuartas partes de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), los ingresos de los hogares del 10% más alto han crecido más rápido que los del 10% más pobre y los niños del decil inferior de ingresos tardan entre cuatro y cinco generaciones en alcanzar el nivel de ingresos medios, según datos del relator.
Factores que perpetúan el ciclo
Esas cifras de la desigualdad se reproducen en múltiples ámbitos de la vida, como la educación, la salud y la vivienda.
Por ejemplo, sobre la salud, el relator indica que “la pobreza y la mala salud están interrelacionadas. Los grupos desfavorecidos están expuestos a los riesgos ambientales y a las temperaturas extremas, y a las barreras financieras para acceder a la atención de la salud”.
De acuerdo con los datos que ha recopilado para su informe, los adultos con una experiencia temprana de pobreza durante la infancia tienen un mayor riesgo de desarrollar hipertensión o inflamación crónica.
Además, la pobreza afecta tanto a las perspectivas de salud a largo plazo de las personas como a sus perspectivas económicas, debido a sus repercusiones en el desarrollo del niño. El estrés derivado de vivir en la escasez provoca una respuesta fisiológica (el aumento de los niveles de las hormonas del estrés, las más conocidas de las cuales son las hormonas liberadoras de corticotropina, el cortisol, la norepinefrina y la adrenalina) que, aunque es una reacción corporal natural y hasta cierto punto protectora, puede dañar el cerebro si se prolonga en niveles elevados.
En cuanto a la vivienda, De Schutter señala que los niños de hogares socioeconómicamente desfavorecidos suelen tener más probabilidades de crecer en viviendas superpobladas, mal aisladas y expuestas a entornos contaminados e inseguros. También es más probable que vivan en barrios “guetos”, violentos y con un acceso inadecuado a los servicios esenciales.
Todo ello, repercute además en la salud, tanto por las condiciones de la vivienda como tal, incluida la exposición a altos niveles de contaminación atmosférica, especialmente donde la energía limpia es inaccesible o la regulación es insuficiente, como por los entornos alimentarios deficientes y el acceso limitado a zonas verdes para el ejercicio físico y el ocio.
El acceso limitado a los espacios verdes puede provocar el llamado “trastorno por déficit de naturaleza”, que puede traducirse en un trastorno por déficit de atención e hiperactividad, lo que reduce la capacidad de aprendizaje
Y sobre la educación, el experto afirma que los adultos que viven en la pobreza a menudo no pueden asegurar los medios para que sus hijos crezcan con mejores oportunidades que las que ellos tuvieron, a pesar de sus esfuerzos por hacerlo. “Muchos padres expresan la esperanza de que sus hijos vayan a la escuela e incluso completen la educación universitaria”.
Sin embargo, criarse en una familia desfavorecida tiene un impacto significativo en el acceso a la educación y en el rendimiento escolar.
Los niños de entornos desfavorecidos encuentran obstáculos en su acceso a una educación de calidad. En los países de renta baja y media-baja, la probabilidad de matricularse en la escuela primaria, en la secundaria inferior y en la secundaria superior sigue dependiendo en gran medida de los ingresos de los padres y de su nivel educativo.
Finalmente, aunque la educación es gratuita en casi todo el mundo de forma oficial, las tasas adicionales relacionadas con el material escolar y de aprendizaje, así como el transporte, siguen impidiendo que los niños de familias desfavorecidas accedan a las escuelas.
Por el contrario, las familias con ingresos elevados pueden gastar dinero no solo en la matrícula escolar, sino también en gastos adicionales, como computadoras, guarderías de alta calidad, campamentos de verano, escuelas privadas y otros artículos o experiencias que fomentan las capacidades de sus hijos
La trampa de la pobreza
“Los niños nacidos en familias pobres tienen menos acceso a la sanidad, a una vivienda digna, a una educación de calidad y al empleo que los de los hogares más acomodados”, dijo De Schutter. “Esto reduce drásticamente sus posibilidades de salir de la trampa de la pobreza. El resultado es espantoso: los niños nacidos en una familia en situación de pobreza tienen más del triple de probabilidades de seguir siendo pobres a los 30 años que los que nunca fueron pobres”.
Y añade que “la pobreza infantil no sólo es moralmente inaceptable y una violación de los derechos humanos, sino que también es cara. En Estados Unidos, la pobreza infantil cuesta más de un billón de dólares al año, es decir, el 5,4% de su PIB, pero por cada dólar invertido en reducirla se ahorrarían siete dólares”.
Acabar con el mito de que la desigualdad es un incentivo
Para el relator, es hora de acabar con el mito de que la desigualdad es un incentivo que anima a la gente a trabajar más.
“Los hechos apuntan a lo contrario. La desigualdad reduce la movilidad social y consolida las ventajas y desventajas durante décadas. Cuando fetichizamos el mérito, estigmatizamos a las personas en situación de pobreza o con bajos ingresos, y las culpamos de su propia condición”, dijo De Schutter.
Lo cierto “es que la pobreza es un fracaso no del individuo, sino de la sociedad”, afirmó.
El informe muestra cómo se puede poner fin a estos ciclos, para ellos es necesario:
– invertir en la primera infancia
– promover la educación inclusiva
– dar a los jóvenes adultos una renta básica financiada a través de los impuestos de sucesiones
– combatir la discriminación contra los pobre
“Los gobiernos deben actuar ahora antes de que otra generación se vea condenada al mismo destino que sus padres”, concluye el relator.
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