#ANÁLISIS Claroscuros de democracia: a propósito del fin de gestión Trump

Por: Dr. Javier Urbano Reyes, profesor-investigador del Departamento de Estudios Internacionales y académico de la Maestría en Estudios sobre Migración, de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México

  •  Hubo un divorcio entre el presidente más poderoso del mundo y los procesos democráticos de su propia nación
  • Sistema político de EU ratifica su solidez, su consistencia y su capacidad de resistencia

Más allá de las filias y fobias que genera el sistema democrático en Estados Unidos, hay un hecho que cobra vigencia: su relevante capacidad de recuperación y su gran resistencia frente a factores o actores que cuestionan su viabilidad. Pareciera que los embates que periódicamente sufre ratifican una poderosa resiliencia institucional, con lo que ello supone en su consistencia. Una prueba reciente la ha puesto de manifiesto el vergonzoso fin de la administración Trump. Una de esas anomalías que prueban dicha capacidad institucional.

Meses previos a la elección en que buscaba ser reelecto, Donald Trump ya avisaba sus intenciones. Como mal perdedor y con una amplia base social que legitimaba sus acciones -según su interpretación- cuestionó la eficacia del sistema electoral, elaborando con gran paciencia una narrativa cuyo objetivo era dotarse el papel de víctima. Este patrón de conducta voluntarista se vio impulsado el día de las elecciones, con el apoyo de la mayor cantidad de votantes en la historia de Estados Unidos, sólo superado por su vencedor y, a la postre, presidente electo, Joe Biden.

Este último desafío a las instituciones tuvo como corolario la muerte de cinco personas, como consecuencia del asalto de fanáticos al Congreso, precisamente a la hora en que se buscaba ratificar el triunfo de Biden. Las escenas, sólo vistas en democracias inestables, pusieron de manifiesto la existencia de un límite entre la lealtad a un personaje o a una ideología partidista, y el respeto por las instituciones y los procesos democráticos.

Semanas previas a esta agresión a la sede del Congreso, personajes relevantes del Partido Republicano, gobernadores, congresistas y miembros del gobierno, cuestionaban las expresiones de Trump, reclamaban por el regreso a la cordura y exigían el fin de los discursos conspiracionistas. Las decenas de demandas contra supuestos fraudes electorales fueron sistemáticamente desechadas por los jueces, muchos de ellos afines ideológicamente al presidente Trump.

Pero la respuesta de las instituciones no fue suficiente para Trump. Los diversos mensajes por las redes sociales, sus discursos llamando a la resistencia, la tolerancia al protagonismo de grupos supremacistas como los Proud Boys, quienes interpretan la existencia de un movimiento de sustitución de la población blanca por inmigración; o la apertura de espacios a miembros de Qanon, alentados a su vez por narrativas de movimientos como Boogaloo (que pugnan por una segunda guerra civil), confirmaron un divorcio entre el presidente más poderoso del mundo y los procesos democráticos de su propia nación.

Aquí es precisamente donde se reconoce la consistencia de las instituciones de la Unión Americana. Pese a las acometidas de Trump, jueces, congresistas y su propio vicepresidente, han optado por respetar el voto de los estadounidenses y el mandato que ello representa.

Quizá ahora venga el reto más grande para el próximo presidente: reconducir una nación dividida, en tensión, en un contexto de pandemia global, alejada de los escenarios multilaterales, con millones de ciudadanos en riesgo alimentario y con desempleo masivo, entre otros muchos problemas.

No hay legado ni herencia posible de un presidente como Trump. Quizá sólo lecciones, una de ellas, posiblemente la más perturbadora, es que el trumpismo no acaba con el fin del mandato de Trump. Su base social es tan amplia que quizá esté a la vista un cisma en el Partido Republicano.

Se ha querido invocar la instrumentalización de la Enmienda 25, lo que dado el tiempo y el proceso parece inviable, ya que podría atizar aún más la tensión en el país; se ha cuestionado al sistema electoral, han aparecido los indeseables grupos supremacistas y la división en el país es evidente.

La única buena noticia viene en dos partes: ya se va Trump y, al contrario de otros análisis, el sistema político de este país ratifica su solidez, su consistencia y su capacidad de resistencia. Ciertamente que esta nación deberá debatir sobre su agenda interna y sus urgencias, pero resistir a un personaje como Trump y además mantener la guía institucional y su democracia no es cosa menor, más allá de las pasiones y odios que genere la primera potencia global.

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