Staff/Rossi
Gabriela Sánchez López, académica del ITESO, investigó sobre cómo la situación de inseguridad y violencia en el noroeste del país afecta a las infancias, y alerta sobre la vulnerabilidad en la que muchos niños se encuentran durante el confinamiento por la pandemia de Covid-19.
Sesenta y tres por ciento de los niños menores de 14 años de edad han sufrido agresiones físicas y psicológicas, de acuerdo con el Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes (Sipinna). La Red de Protección por los Derechos de Infancia en México (Redim) reporta el homicidio doloso de más de 20 mil niños y la desaparición forzada de otros siete mil desde el año 2000. Además hay 18 mil 300 niños migrantes en México, de los cuales siete mil viajan sin la compañía de un adulto, de acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Las estadísticas son apenas un pálido reflejo del dolor y la aflicción que viven muchos niños mexicanos que crecen en contextos de violencia generalizada en sus diferentes perspectivas (narcotráfico, feminicidios, desaparición forzada, etcétera). Pese a ello son escasos los acercamientos y apoyos, tanto en políticas públicas como en investigación académica, que tratan no solo de explicar el fenómeno sino de brindar consuelo y atención a las infancias que sufren.
Gabriela Sánchez López, académica del Departamento de Psicología, Educación y Salud (DPES) del ITESO, terminó en marzo pasado su proyecto de especialización posdoctoral “Amigos en la adversidad. Infancias, aflicción, pérdida y resiliencia en un contexto de violencia crónica en el Noreste de México”, que formó parte de la investigación —coordinada por Séverine Durin, académica del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) Noreste— titulada “Infancias y adolescencias en riesgo. Niñez y violencia crónica en el noreste de México”.
Sánchez analizó el impacto que tienen las diversas violencias tras conversar y recopilar las historias de 82 niños, de entre siete y diez años de edad, de tres escuelas primarias ubicadas en dos barrios populares del noreste de Monterrey, Nuevo León. También observó el trabajo de ayuda y prevención de la Defensoría Municipal para la Protección de Niñas, Niños y Adolescentes de la capital neoleonesa.
“Estamos frente a una generación específica, expuesta a una pérdida paulatina del valor de la vida que se expresa en homicidios y feminicidios, pero también en la exposición pública de la muerte a través de actos que refuerzan su crueldad y normalizan el temor”, explica Sánchez López.
El principal hallazgo de su investigación estriba en que la infancia más expuesta a la violencia se enfrenta a ella mediante una acumulación de situaciones que no les da tiempo para asimilar el dolor y la aflicción, aumentando su estrés y ansiedad ante tal panorama.
“[Los niños] viven experiencias extremas y acumulativas que han durado por mucho tiempo. Están muy dolidos y no han tenido la oportunidad de representar lo que les sucede. Son muy pocas las personas que les preguntan qué les está pasando”, comenta.
La antropóloga social por la Universidad Federal de Santa Catarina, en Brasil, considera que es necesaria una nueva política social que permita escuchar a los niños. “Solo hay preocupación por sus derechos, pero hay que ayudarlos a estructurar sus experiencias”, sentencia.
Las múltiples violencias que vulneran la infancia
La violencia crónica que viven los niños en Monterrey los ha dejado en una situación de mayor vulnerabilidad, ampliada por la pérdida de algún familiar cercano y por el traslado forzoso a otro hogar diferente del que crecieron.
“De los 82 niños y niñas con los que trabajé, veintiséis relataron tener algún familiar cercano asesinado, generalmente padres, abuelos, tíos o primos; treinta y seis de ellos señalaron algún caso de algún conocido o vecino asesinado, y cuatro dijeron que uno de sus familiares había cometido asesinato”, relató Sánchez.
La antropóloga señala que el recrudecimiento de la violencia “está intensificando la circulación forzada de niñas y niños que tienen que dejar sus hogares como consecuencia de diferentes formas de violencia, buscando refugio en otros hogares al interior de sus familiares o de vecinos”.
Otros problemas que incrementan la vulnerabilidad infantil son la exposición a actos agresivos como el despojo, allanamiento de morada, robo en la vía pública o uso de armas de fuego. También resulta dolorosa la vivencia de la muerte neonatal, es decir, el deceso de hermanos menores antes de cumplir el año y medio de vida.
Gabriela Sánchez identificó en su investigación doce tipos de violencia que sufren los niños:
Asesinato de familiares cercanos y vecinos.
Feminicidios de madres, abuelas, primas y vecinas.
Abuso y acoso sexual contra madres y mujeres cercanas.
Sensación de amenaza contra la vida de sus tutores y cuidadores cercanos.
Desplazamiento forzoso de barrios, municipios y estados.
Abuso y acoso sexual contra las niñas desde que son muy pequeñas.
Trata de blancas y acceso a redes de pedofilia.
Abandono de padres y madres por el uso o tráfico de drogas.
Abandono de parte de padres y madres por estar privados de su libertad (encarcelados).
Muerte de mascotas a manos de familiares y vecinos.
Violencia policial, especialmente las aprehensiones a padres y familiares.
Violencia vial, expresada en el miedo a morir atropellados o en un accidente de tráfico.
“Aquí matan todo el tiempo”
El entorno social y de violencia que prevalece en las colonias o barrios donde viven los infantes del noreste de Monterrey tiene un impacto profundo en su visión del mundo. La presencia constante de la muerte los ha llevado a expresar dos frases que intentan resumir cómo es el lugar donde habitan: “aquí matan todo el tiempo” y “a los hombres los matan, a las mujeres las violan”.
La académica del ITESO da cuenta en su estudio de cómo el recrudecimiento de la guerra contra el narcotráfico en la región entre 2010 y 2012 trajo como consecuencia la mayor presencia de armas de fuego.
“Su disponibilidad llega a ser tan evidente que algunos niños reconocen puntos para su compra”, menciona la antropóloga. Se han reportado casos como el de un comando armado lanzando una granada a una de las primarias donde la profesora realizó su estudio, mientras los infantes estaban en clases.
Las zonas en las que crecen los niños cuyos testimonios considera la investigación están integradas por dos tipos de población: la de quienes que viven en el mismo barrio desde hace más de 30 años y que conocen su historia (construidos en predios irregulares o antiguos basurales, y con servicios públicos condicionados al voto a un determinado partido político), la de y familias jóvenes que llegan a esas zonas huyendo de la violencia social y política de otros estados como Veracruz, Tamaulipas y San Luis Potosí.
Los niños también expresan dos preocupaciones relacionadas con el lugar en el que viven: su asociación con determinadas pandillas que predominan en una u otra colonia, lo que lleva a agresiones y acoso a las niñas y a las peleas entre vecinos por los efectos del alcohol, ya que estas últimas son indicadores de muerte.
¿Cómo sufren la violencia los niños?
La ansiedad y el estrés en los niños que viven en entornos violentos los llevan a sentir un dolor especial ante diversos actos como la desaparición forzada. “Un niño que sufre un episodio de violencia tiene más posibilidades de vivir más eventos violentos acumulativos”, explicó Sánchez.
De acuerdo con la investigación la orfandad o la ausencia de los padres es el tema que provoca mayor angustia, sobre todo al atestiguarla en compañeros o amigos de su edad.
“La presencia prematura de la muerte no significa que los niños normalicen el dolor que provoca. Al contrario, tienen pesadillas por pérdidas familiares que les provocan insomnio y temores nocturnos”, comentó.
Un grave factor que desestabiliza sus emociones es cuando la violencia ataca a quienes ellos sienten con la responsabilidad de cuidar, como los hermanos menores o las mascotas.
La falta de castigo por los actos delictivos y violentos (la impunidad) provoca mucha ansiedad en los niños. Sánchez recordó la historia de una niña que descubrió que sus padres vendían drogas. Un día, policías realizaron un cateo en su casa, pero en vez de atestiguar una detención legal, vio como golpeaban y amenazaban a sus progenitores y se robaron el dinero.
“Al contrario de lo que se piensa como ‘normalización’ de la violencia, a ellos les causa muchísima confusión que cuando se hagan cosas malas, estas no se castiguen, de que nada tenga consecuencias”, aseveró la académica.
La violencia que les arrebata la palabra
Abraham era muy callado y reacio a contar su historia, pero finalmente reveló que un hermano mayor fue asesinado justo en la reja de la escuela donde estudiaba. Una niña de siete años contó la fuerte impresión que tuvo al observar el cateo policiaco en la casa del novio de su madre, al grado de ser diagnosticada con problemas de lenguaje.
Gabriela Sánchez señaló que la violencia en los niños genera consecuencias como problemas para expresarse, de aprendizaje o de conducta. Sin embargo esto no significa que saldrán adelante mediante la terapia psicológica o el suministro de medicamentos, sino que forma parte de una violencia estructural que es la regla y no la excepción en sus vidas.
“La dificultad es que son identificados como problemas de conducta o ausentismo escolar, sin profundizar en los contextos sociales que han generado esta crisis. Desde mi punto de vista, esta investigación es un llamado a la práctica de la psicología infantil y de las instituciones de protección de la infancia para vincular lo que les pasa a estos niños en un orden social más amplio”, manifestó.
Niños y escuela, los “amigos en la adversidad”
Aunque no se puede hablar de una “superación” de la vivencia traumática de una madre asesinada, un padre encarcelado o un traslado forzoso a la casa de algún familiar, los niños encuentran un alivio a su aflicción por medio de dos apoyos fundamentales: los lazos de amistad y confianza con otros niños que han vivido las mismas experiencias y el papel de la escuela como una entidad protectora.
“Los niños se juntaban con otros niños que pasaban situaciones semejantes, y me percaté sobre cuánto hablaban de sus problemas y cómo el reconocerse en la experiencia de los otros les resultaba muy reconfortante, había muchas prácticas de consuelo y esperanza. Había muchos compañeros que se animaban unos a otros a contarme sus historias”, comentó Sánchez López.
La escuela primaria representa un lugar de refugio para las infancias violentadas, porque representa “el único lugar donde pueden formar parte de una microsociedad, en la que sí pueden construirse como niños. Aquí el factor de la amistad y el juego es importantísimo”, explicó la académica del ITESO. Esto lo saben los propios directores y maestros de las primarias, quienes narraron que los alumnos preferían ir a clases a pesar de las condiciones climatológicas o de la precariedad de las propias primarias, con baños sin supervisión, paredes agrietadas o lugares de encuentro de pandillas y venta de drogas por las tardes-noches.
Aunque la investigadora reconoce que la defensoría municipal de Monterrey realizó un gran trabajo al acompañar a muchos de los niños que fueron sujetos de estudio, Sánchez concluye que faltan políticas públicas que protejan verdaderamente a la niñez. “Las dificultades que estamos atravesando como sociedad se han desbordado”, señala.
Los niños frente a la pandemia del coronavirus
Un reciente informe de la organización Human Rights Watch (HRW) señala que la crisis y el aislamiento social provocados por el Covid-19 tendrá un “profundo y largo impacto negativo” en los niños y las niñas de todo el mundo. De entrada, más de mil 500 millones de estudiantes no asisten a la escuela, más padres y madres pierden sus puestos de trabajo e ingresos, y se incrementa la exposición al trabajo infantil, al abuso sexual o la violencia doméstica.
Sánchez explicó que el confinamiento provoca mayor vulnerabilidad económica y mayor exposición a la violencia. En el primer caso, existen dos consecuencias: los niños se quedan solos en casa o al cuidado de otros niños porque los padres deben trabajar y esta situación desestabiliza la estructura económica de los hogares porque los padres utilizaban los horarios escolares para ganarse el sustento.
En el segundo caso, las violencias ya descritas tanto en la investigación de la académica como por HRW se recrudecen con la crisis económica. “Vivir en el mismo techo que un agresor o vivir en un barrio problemático con gente que está nerviosa porque no tiene trabajo o ha disminuido, todo esto afecta a las infancias”, advierte.
La especialista pide poner atención a tres cuestiones en estos días de aislamiento: aprovechar el tiempo para educar a los niños en temas sexuales, para que aprendan a identificar su cuerpo, poner límites, saber del consentimiento e identificar huellas de maltrato o violencia de este tipo; mantener abierta la comunicación con los hijos porque ellos “siempre están buscando hablar con la gente”, y no limitar las relaciones que los niños establecen con gente de su edad.
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