Idiosincrasia mexicana: Ricardo Homs

Ricardo Homs

Las crisis generalmente hacen aflorar lo mejor y lo peor de una sociedad. El estado de ánimo de esos momentos de presión donde la gente pierde el control de sus reacciones, deja fluir lo que está anidado en el inconsciente colectivo.

La idiosincrasia mexicana está marcando la diferencia en el modo de resolver esta contingencia sanitaria. Nuestra actitud ante la vida es totalmente diferente a la de los otros países que hoy son nuestra referencia en el modo de atender esta pandemia, como son España, Italia y Estados Unidos, por la información que de ellos nos llega.

A su vez, la actitud gubernamental con que se ha administrado la crisis refleja con precisión nuestras grandes virtudes nacionales, pero también nuestros más graves defectos.

Nuestra displicencia en tomar decisiones oportunas se manifestó en la actitud presidencial, pues no sólo minimizó la gravedad de lo que sucedía en otros países, sino que ironizó intencionalmente los temores, invitando a la gente a no dejarse influenciar por las noticias. El presidente siguió llevando adelante sus giras, con abundantes apapachos y sonrisas, ante la complacencia de sus colaboradores que, o piensan como él, o no tuvieron valor para contradecirlo.

Quedó como una joya de la zalamería política la frase del Dr. López Gatell, el subsecretario de salud a cargo de atender la contingencia, cuando dijo que “La fuerza del presidente es moral y no de contagio”, para así evadir la pregunta incómoda de una reportera de si el presidente debiera hacerse la prueba del Covid 19. Esta frase cantinflesca e incoherente que no tiene ningún significado evitó tener que dar una respuesta incómoda. A final de cuentas la idiosincrasia política es un reflejo de la idiosincrasia de la sociedad.

Otra característica de nuestra idiosincrasia es la cultura de aceptación del riesgo como una condicionante implícita en la aventura de vivir, que vive arraigada en el inconsciente colectivo. Esta aflora hoy en una actitud de negación del riesgo sanitario y en la ausencia de acciones básicas de prevención, manifestadas en los segmentos sociales populares. Así vemos que la gente sigue saliendo al tianguis, a los restaurantes y a eventos masivos sin la mínima precaución, como sería el uso del cubrebocas.

El mexicano acepta estoicamente las calamidades de todo tipo sin protegerse de ellas, asumiendo una actitud de predestinación. Considera que lo que habrá de suceder vendrá y por tanto, mejor no preocuparse. Esto cotidianamente lo vemos, como ejemplo, en la tendencia a no invertir en la compra de seguros ni en atenderse con medicina preventiva.

Esta actitud se manifiesta hoy, en estos tiempos del coronavirus, en la reticencia de un importante número de ciudadanos a usar cubrebocas y pretender seguir su vida cotidiana en la calle.

A su vez esta percepción del destino quedó reflejada de modo memorable en la exhibición de artículos religiosos efectuada por el presidente de la república utilizando el foro de una mañanera, para explicar cómo protegerse contra la enfermedad.

También vemos en la conducta colectiva la tendencia a la discriminación, lo cual ha quedado plasmado en agresiones verbales o físicas contra trabajadores de la salud, médicos y enfermeras,

lo cual no hemos visto que suceda en otros países donde invariablemente son tratados como héroes.

Afortunadamente en oposición a estos casos de agresividad que empiezan a crecer, contrasta el trato afectuoso y solidario de otra parte de nuestra sociedad para con estos héroes ciudadanos.

El machismo tradicional en nuestra idiosincrasia hoy se manifiesta en el incremento de la violencia familiar, que se ha hecho patente como resultado del confinamiento domiciliario y la convivencia forzosa en condiciones de alto impacto emocional, lo cual se recrudece en el ámbito de la violencia de género.

También aflora nuestra tradicional tendencia hacia los modelos de liderazgo autoritario, de reminiscencias indígenas, manifestados como la más efectiva forma de ejercer control social, lo cual hoy queda patente en el beneplácito de los segmentos populares respecto al ejercicio de gobierno unipersonal que tenemos.

Aunque es evidente el surgimiento de una clase media mexicana ilustrada que cuestiona, también reconocemos que subsiste el segmento social que es incondicionalmente leal a la 4T y está conformado por la gente vulnerable económicamente, que recibe apoyos gubernamentales.

Ello ha propiciado que en el paquete de medidas para atender la contingencia económica que se avecina dramáticamente, con toda claridad el presidente muestre su predilección y compromiso con esta parte del pueblo, que coincidentemente es la beneficiaria de las políticas asistenciales y clientelares del actual gobierno.

Por otra parte, en la conformación del plan de contingencia fue patente el desinterés del presidente por apoyar al sector productivo, del que participan micro y PYMES, las cuales conforman la base de la pirámide de la productividad nacional y la creación de empleos.

Los apoyos prometidos por el presidente a este segmento productivo no son mas que préstamos en dinero que tendrán que devolverse. Estos apoyos no se ofrecen por convencimiento de la necesidad de proteger a este sector, sino por la presión social recibida.

Los gobiernos de otros países han definido como prioridad proteger a su planta productiva, pues ella representa la protección del empleo y la barrera de contención contra la crisis económica global que se nos viene encima. Esto obligó a nuestro gobierno a reconsiderar su decisión.

Esta animadversión contra la actividad empresarial no surgió de la nada, pues responde a una visión arcaica del empresario, calificado como un explotador, la cual se inculcó en la mente colectiva de nuestro país y se convirtió en un instrumento de manipulación política.

Esta visión conflictiva responde a la tradicional política de la “lucha de clases”, que convierte invariablemente al gobernante en turno en el protector del pueblo en contra del empresario.

Sin embargo, a diferencia de México, en los países desarrollados como el nuestro, no sólo se reconoce que los empresarios no son enemigos de la sociedad, sino que son los que realmente crean y mantienen empleos y con sus impuestos alimentan al aparato gubernamental.

Por otra parte, el maquillaje de cifras se hace a través de asignar a otras causas los fallecimientos, como lo es una enfermedad preexistente, así como atribuir la defunción al último síntoma que provocó la muerte, sin reconocer que todo fue originado por el COVID19.

La manipulación de cifras ayuda a ocultar la magnitud de esta crisis sanitaria.

El doctor en matemáticas Arturo Erdely analizó la mecánica del contagio del COVID19 y asegura que la tasa de dispersión del virus sobre casos confirmados, es de 31.3 veces. O sea, cada portador del virus contagia a 31 personas.

Esta cifra contrasta contra el 8.3 que dio a conocer el subsecretario López Gatell para justificar el optimismo desbordante derivado de las buenas intenciones que ha manifestado el presidente de la república.

Ahora se entiende por qué el presidente nos dice que México dará una lección al mundo en el modo de enfrentar el COVID 19, lo cual seguramente será en la difusión de una cifra baja de decesos.

El problema es que aún hoy se sigue politizando el tema del coronavirus y esto quedó muy claro con la expresión del presidente en el sentido de que esta pandemia cayó “como anillo al dedo” para el proyecto de la 4T.

A final de cuentas no debe sorprendernos lo que vemos en la conducta de nuestro gobierno, pues es el reflejo de nuestra sociedad.

Sin embargo, en contraste con los defectos de nuestra sociedad exhibidos por el COVID19, destaca la solidaridad y generosidad de quienes han salido a ayudar a los más vulnerables, obsequiando comida, cubrebocas e insumos.

Además, ha quedado patente la riqueza social que representa la familia mexicana como refugio emocional.

Nos urge voluntad política para educar en valores sociales a toda la población, sobre todo a ese segmento social al que hoy se está condicionando a vivir en la zona de confort que brindan las ayudas económicas que da el gobierno, lo cual es capitalizable electoralmente.

Mientras no modifiquemos nuestra idiosincrasia a partir de la educación, difícilmente saldremos de la crisis económica y social que se avecina.

La única diferencia entre esta crisis y otras es el costo en vidas humanas que está teniendo y lo que falta aún por conocer.

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