El auténtico (y primer) fraile español que denunció las crueldades que sufrían algunos indios en América

ABC HISTORIA

En un discurso realizado en la Navidad de 1511, nombrado «Sermón de Adviento», Fray Montesinos provocó un pequeño terremoto entre las autoridades de la Isla de La Española, en Santo Domingo, debido a lo directo de su tono

El dominico Bartolomé de Las Casas publicó, en 1552, «La Brevísima relación de la destrucción de las Indias» para denunciar los abusos que algunos conquistadores estaban provocando a los naturales de América, en contra de las instrucciones de la Corona, que, en palabras de la ya fallecida Isabel La Católica, pedían no consentir «que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados». Las Casas se valió de exageraciones y datos pocos precisos para corroborar su denuncia y acceder así hasta las últimas instancias del poder real. Notoriedad y fama, envueltas de buenas intenciones, que solaparon el hecho de que el dominico no fue el único ni el primer español en defender con vehemencia a los indígenas.

Solo un año después de la entrada de esta orden religiosa en el Nuevo Mundo, hacia 1510, un fraile llamado Antonio de Montesinos encontró razones para denunciar las crueldades que algunos españoles estaban cometiendo a los indios. En un discurso realizado en la Navidad de 1511, nombrado «Sermón de Adviento», Fray Montesinos provocó un pequeño terremoto entre las autoridades de la Isla de La Española, en Santo Domingo, debido a lo directo de su tono.

El tema de fondo era el cuestionamiento de la licitud del dominio español y de otras naciones europeas sobre pueblos considerados menos avanzados, lo cual no había sido puesto bajo debate hasta entonces dado que, según la teoría medieval del Dominus Orbis, bastaba la concesión del Papa para dar legitimidad a la conquista o a cualquier empresa. Los Reyes Católicos tenían el apoyo papal, pero tanto dentro como fuera de sus fronteras cada vez eran más los que planteaban que los argumentos teológicos eran una respuesta insuficiente. Fray Montesinos lo expresó así en una pequeña iglesia de la isla:

«Para os lo dar a conocer me he subido aquí, yo que soy la voz de Cristo en el desierto de esta isla y, por tanto, conviene que con atención, no cualquiera sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos la oigáis; la cual será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás pensasteis oír […]. Esta voz os dice que todos estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas gentes inocentes. Decid: ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras…? Estos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís?»

El hombre que se coló en los aposentos del Rey

Palabras de superficie «áspera y dura» que, en su momento, le ganó la reprimenda y una petición para que se retractara por parte de las autoridades. El dominico no rectificó ni suavizó sus críticas, hasta el punto de que replicó su discurso con más vehemencia y ante más feligreses el 28 de diciembre. Tal fue el impacto del sermón que, unos meses después, Montesinos fue enviado a España para defender la causa ante Fernando El Católico, en ese momento gobernador de Castilla. En su libro «Imperiofobia y Leyenda Negra» (Siruela), María Elvira Roca Barea recuerda que aquel viaje fue pagado con «una colecta hecha entre los habitantes de Santo Domingo, frailes y ¡conquistadores!».

Una vez en la corte, el humilde fraile debió valerse de una triquiñuela para entrevistarse con Fernando. Tras un descuido del camarero real, Fray Antonio se coló en los aposentos del monarca y le soltó a bocajarro su sermón sobre lo que estaba ocurriendo en los territorios americanos, que aún no pasaban de una serie de asentamientos en el Caribe y alrededores. Fernando El Católico hizo caso al intruso, ordenando «a su consejo examinar detenidamente las cosas de Indias» y, además, pidiendo que se convocara una junta de teólogos y juristas.

El fruto inmediato de esta junta de teólogos fueron las Leyes de Burgos, aprobadas el 27 de diciembre de 1512. Estas «Ordenanzas para el tratamiento de los Indios» fueron las primeras leyes que la Monarquía Hispánica dictó para su aplicación en las Indias con el fin de organizar su conquista. Firmadas por Fernando El Católico el 27 de diciembre de 1512, el debate concluyó que el Rey de España tenía justos títulos de dominio sobre el continente americano y que el indio tenía la naturaleza jurídica de hombre libre con todos los derechos de propiedad, que no podía ser explotado, pero como súbdito debía trabajar a favor de la Corona.

En 1514 participó en la primera expedición de los dominicos a la actual Cumaná (Venezuela) donde es probable que Montesinos oficiara la primera misa en tierra firme del continente americano

Si bien otro dominico, Fray Pedro de Córdoba, las consideró incompletas y se desplazó a España para enmendarlas, Montesinos prefirió regresar al Nuevo Mundo para seguir su labor como misionero en la Isla La Española y en la Isla de San Juan (Puerto Rico), donde estuvo gravemente enfermo. En 1514 participó en la primera expedición de los dominicos a la actual Cumaná (Venezuela) donde es probable que Montesinos oficiara la primera misa en tierra firme del continente americano. Posteriormente, formó parte de una expedición evangelizadora, junto a Fray Bartolomé de Las Casas, para colonizar la costa del actual del estado de Virginia (Estados Unidos), donde se fundó San Miguel de Guadalupe, primera colonia europea en Norteamérica.

Montesinos murió en algún lugar de Venezuela el 27 de junio de 1540 en circunstancias poco claras. En el Libro Antiguo de Profesiones, al margen de la nota de su profesión, está escrita: «Obiit martyr in Indii», referencia a su condición de supuesto mártir de la Iglesia. Es bastante probable que muriera a manos de alguna tribu belicosa.

Continúa la lucha sin Montesinos

Las Leyes de Burgos solo fueron el inicio de un debate inédito sobre derechos humanos, en pleno siglo XVI, que tuvo a Castilla como epicentro. En un edicto de 1530, Carlos I de España prohibió toda forma de esclavitud en cualquier tipo de circunstancia, pero los abusos de algunos cuantos siguieron una vez más, a pesar de los esfuerzos de la Corona, dando lugar a la voz más crítica de entre todos los misioneros: Bartolomé de Las Casas.

Este fraile dominico, cuyo padre acompañó a Cristóbal Colón en su segundo viaje, denunció el maltrato que estaban sufriendo los indígenas y, posteriormente, materializó estas críticas en una obra escrita, en 1552, titulada «La Brevísima relación de la destrucción de las Indias».

Como explica Joseph Pérez, autor de «La Leyenda negra» (GADIR, 2012), Las Casas pretendía así «denunciar las contradicciones entre el fin –la evangelización de los indios– y los medios utilizados. Esos medios (la guerra, la conquista, la esclavitud, los malos tratos) no eran dignos de cristianos; pero el hecho de que los conquistadores fueran españoles era secundario». No obstante, la propaganda protestante empleó de forma malintencionada el texto como un puntal de la leyenda negra para atacar a España, sin querer comprender que se valía de ciertas licencias literarias en la senda de las «disputationes in utramque partem» habituales entre clérigos.

Fray Bartolomé de Las Casas maneja en su textos cifras de indios muertos que resultan inverosímiles con las crónicas y la información a las que él o cualquiera de sus contemporáneos pudieron acceder. De hecho, el propio fraile, que renunció a su diócesis y prefirió vivir alrededor de la Corte toda su vida, reconoció no haber presenciado directamente estas exageradas atrocidades, pero afirmó haberlas oído en algún lugar sin concentrar. Por no mencionar que en su obra usa argumentos tan simplistas para justificar los sacrificios humanos como compararlos con las misas cristianas, así como el sugerir que para proteger a los mansos indios del trabajo lo mejor sería traer negros que, como no tienen alma, pueden servir para cualquier cosa.

De Las Casas, que renunció a su diócesis y prefirió vivir alrededor de la Corte toda su vida, reconoció no haber presenciado directamente estas exageradas atrocidades, pero afirmó haberlas oído en algún lugar

El grupo de presión que representaba de Las Casas jugaron un papel muy influyente en la corte castellana, como así se comprobó, en 1542, con las Nuevas Leyes para el Tratamiento y Preservación de los Indios, que acabaron de golpe con la indefinición legal reinante en América. Estas leyes consideraban a los reinos de Indias en los mismos términos que a otros tantos dentro del Imperio español –como podía ser Aragón, Navarra, Sicilia, etc– y clasificaba definitivamente a los indios como súbditos de pleno derecho de la Corona, lo que impedía que fueran esclavizados bajo ningún supuesto. Concretamente, el artículo 35 prohibía directamente las encomiendas y el artículo 31 ordenaba que los indios sometidos a encomiendas debían ser transferidos a la Corona a la muerte del encomendador.

Dominicos y más dominicos

Los fundamentos legales de estas Nuevas Leyes se basaban en las premisas del también dominico Francisco de Vitoria, quien defendía que «aunque los indios no quisieran reconocer ningún dominio al Papa, no se puede por ello hacerles la guerra ni apoderarse de sus bienes y territorio». No en vano, la prioridad de la Corona española a esas alturas era reducir el creciente poder de los conquistadores: «Estamos tan escandalizados como si nos enviará a mandar cortar cabezas, porque si es ansí como se dice, todos los de acá somos malos cristianos y traidores a nuestro Rey a quien con tanta fidelidad habemos servido con nuestras vidas y haciendas», escribió el cabildo de Guatemala a Carlos I al conocer los términos de la nueva legislación. Los conquistadores interpretaron el fin de las encomiendas como una agresión directa.

Las leyes para atajar los abusos se sucedieron desde Madrid, al igual que las revueltas por parte de los encomendadores, lo que causó la indignación de un Rey, Felipe II, acostumbrado a que sus órdenes se cumplieran al milímetro, pero que veía en la distancia con América una barrera insalvable:

«Yo he sido informado que los delitos que los españoles cometen contra los indios no se castigan con el rigor que se hacen los de unos españoles contra otros (…) os mando por ello que de aquí en adelante castiguéis con mayor rigor a los españoles que injuriaren, ofendieren o maltrataren a los indios, que si los mismos delitos se cometieses contra los españoles».

En paralelo a todo este proceso legal sin parangón en ningún otro país de Europa, continuó el debate teórico sobre la licitud de la conquista que había planteado en el pasado Francisco de Vitoria. Durante la conocida como la controversia de Valladolid, celebrada entre 1550 y 1551, se enfrentaron quienes defendían que los indígenas tenían los mismos derechos que cualquier cristiano –tesis defendida por de Las Casas– contra los que creían que estaba justificado que un pueblo superior impusiera su tutela a pueblos inferiores para permitirles acceder a un grado más elevado de desarrollo, una idea capitaneada por Ginés de Sepúlveda.

Aunque se impuso la tesis del primero, la controversia de Valladolid sirvió para sacar pocas conclusiones finales y solo se logró una modificación reseñable a las leyes dictadas en 1542: la creación de la figura del «protector de indios». Esta figura legal era básicamente una oficina administrativa de la Colonización española de América dedicada a atender el bienestar de las poblaciones nativas de los amerindios y a evitar que fueran víctimas de abusos. Felipe II reglamentó su nombramiento y actividad en 1589.

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