En defensa del “llama del bosque”: más allá del mito de los árboles asesinos

Por Hámer Salazar

En el trópico hemos sabido de las palmeras caminadoras, conocidas con el nombre científico de Socratea exhorriza. Socratea en honor al filósofo Sócrates y exhorriza porque sus raíces son aéreas; el tallo no toca el suelo y es por esta razón que las palmeras pueden moverse, con la velocidad imperceptible de las plantas, algunos cuantos centímetros a lo largo de varios meses, cuando así las condiciones ambientales lo demandan. Por ejemplo, cuando un árbol abre un claro de luz, entonces la palmera se puede mover un poco hacia ese espacio para mejorar el proceso de la fotosíntesis; pero no es que anda por ahí, caminando al estilo de la “pantera rosa”, entre los árboles. También, hay plantas carnívoras, que no lo son exactamente, la mayoría son insectívoras y, muy eventualmente, puede atrapar ranas, pequeñas lagartijas o arañas.

Aunque ciertamente hay árboles que podrían convertirse en “asesinos”, porque de manera accidental una rama cae sobre una persona y le ocasiona la muerte, la verdad es que, aun en estas circunstancias extremas, no hay árboles asesinos, porque a los árboles no se les aplica la terminología penal que sí aplica a los seres humanos.

Es por esta razón, que para los efectos de las relaciones ecológicas y las tramas alimenticias, nos referimos a conceptos como depredador y presa, y no por esto acusamos al depredador de asesino, sino que comprendemos muy bien que esa relación ecológica forma parte de la trama de la vida, y que ambos deben coexistir para asegurar el equilibrio natural.

Hay plantas que sabemos que son alucinógenas e incluso venenosas, tal como el árbol de manzanillo (Hippomane mancinella) que crece en las playas y que, tanto sus frutos como su sabia, podrían ser letales para el ser humano y otros animales. Sin embargo, ninguna planta ni árbol se nos abalanzará para golpearnos, tomarnos del cuello o enredarse en nuestras piernas, aunque estas ideas siempre son un buen motivo para una película de ciencia ficción.

No, no existen árboles asesinos en el sentido literal de la palabra. Los árboles son seres vivos que forman parte de la Naturaleza y desempeñan un papel crucial en el equilibrio ecológico de nuestro planeta. Aunque algunos árboles pueden ser peligrosos en ciertas circunstancias, como cuando caen durante una tormenta o un deslizamiento de tierra, esto no significa que tengan intenciones maliciosas ni que sean “asesinos”.

A pesar de ello y en relación con el “llama del bosque”, hemos visto titulares en revistas, periódicos y redes sociales como Un hermoso asesino en nuestras zonas verdes, Piden eliminar árbol Llama del Bosque, asesino de abejas y colibríes, y calificándolo de hermoso y llamativo asesino albergado en nuestros patios, parques y zonas de recreo. Incluso, hay ingenieros forestales y académicos promoviendo la corta de estos árboles e impulsando la erradicación del territorio nacional. Entre otros argumentos, además de calificarlo como asesino, dicen que no forma parte de la flora nativa, y se dice que es exótico.

Se ha considerado tan “antisocial” –bueno, diremos: “tan antiecológico” –, que organizaciones tan prestigiosas como la misma Unión

Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), lo tiene en la lista negra de las “100 especies exóticas invasoras más dañinas del mundo”.

Pero permítanme, en su defensa, convertirme en el intérprete del “llama del bosque”, y que sea el propio árbol el que se defienda. Así que, con su permiso, le cederemos la palabra al árbol.

El “llama del bosque” se defiende.

Pues bien. Agradezco esta oportunidad única de dirigirme a ustedes. No siempre un árbol puede hablar con los humanos y mucho menos en la condición de acusado y con la desventaja en la que me encuentro. Estoy seguro que estarán atentos y receptivos a mis palabras.

Me presento ante ustedes como un árbol, muy similar a todos los árboles del planeta. Me dicen de varias maneras, por ejemplo, en gran parte de Centroamérica me conocen con el nombre de “llama del bosque”, en el Caribe como “tulipán africano”, “árbol de fontana” y “caoba de Santo Domingo”, entre otros; en Venezuela como “gallito”; en México me dicen “galeana”, pero la realidad es que mi nombre es Spathodea campanulata, así me bautizó un científico francés, llamado Joseph Palisot de Beauvois, en 1805.

Pero también, así como ustedes los humanos pertenecen a la familia de los homínidos, nosotros pertenecemos a la familia de la bignoniáceas. Y, es cierto, provenimos del continente africano, pero tienen que saber ustedes que también tenemos parientes en América y que, por cierto, todos los humanos los aprecian mucho cuando están con flor y se regocijan observando esos “bouquets” enormes de color amarillo intenso, o rosado.

Sí. Me refiero a los árboles del género Tabebuia y que se conocen como “cortés amarillo” y como “roble sabana”. El primero, cuya copa se convierte en un amarillo total y el segundo en un enorme ramillete rosado. El árbol conocido como “jacaranda, cuyas copas en flor se llenan de un lila, que acaricia la mirada de quienes lo observan, es también una bignoniácea; y otras plantas no tan robustas como nosotros, pero que, de la misma forma, ustedes siguen apreciando, tal es el caso de la enredadera, esa que tiene una flores largas y anaranjadas, conocida como “triquitraque” y que en realidad se llama Pyrostegia.

Hoy, nosotros, los “llama del bosque”, estamos asustados y confundidos. Antes recibíamos las miradas amorosas de ustedes, y nos sentíamos tan felices como las “jacarandas” y “los cortes amarillo” cuando están con flor. Mis flores son grandes, en forma de campana, rojas y anaranjadas y contrastan en gran manera con las hojas grandes, verdes, muy verdes de mi follaje. También me sentía un árbol hermoso como aquellos, hasta que un día alguien hurgó entre mis flores y encontró que algunos insectos quedaban atrapados y morían ahí adentro.

Cuando llegamos a estas tierras, o mejor dicho, cuando nos trajeron, porque no llegamos aquí de manera voluntaria, no sabíamos nada de este mundo, ni de las aves, ni los murciélagos, ni de los insectos; ciertamente conocíamos los de África y ellos nos conocían a nosotros, pero somos nuevos en esta parte del mundo. También conocimos la “meliponas” en África, pero ellas sabían que no debían acercarse a nuestras flores para llevarse el polen. La Naturaleza ha querido que sean los murciélagos y algunas especies de aves las que nos polinicen, no las meliponas. Pero el olor y el sabor de nuestro polen es irresistible para ellas y no han logrado entender que nuestras flores tienen ese veneno como nuestro mecanismo para defender el polen, y no para asesinar insectos. Son ellas las que llegan a tomar el elixir mortal, no somos nosotros quienes se lo damos. Lo sentimos mucho por ellas.

Yo, en nombre de todos los “llama del bosque”, aprovecho esta oportunidad para pedir disculpas a las “meliponas”, y a los demás insectos que perecen en las copas de nuestras flores, porque no han comprendido el mensaje de que este polen no es para ellas. En África, después de cientos de años de evolución, las “meliponas” de allá lograron comprenderlo.

Les recuerdo que hace millones de años atrás, las “meliponas” de América y de África se conocían muy bien, porque compartíamos el mismo continente, pero con la división que ocurrió con la deriva continental, que separó los dos continentes, nosotros quedamos de un lado y no en América, pero las “meliponas”, que sí podían desplazarse grandes distancias, muchas pudieron quedarse en América y otras en África.

Por eso, humanos, no nos llamen asesinos. Nosotros no queremos matar a nadie. Al contrario queremos vivir como cualquier otro árbol. Queremos seguir siendo el “llama del bosque”, el árbol que alegra tu espíritu cuando ven mis grandes flores rojas y anaranjadas, entremezcladas con mi follaje de color verde intenso, y que me ven sobresalir por mi estatura entre las copas de los demás árboles. Queremos seguir disfrutando de la luz del sol para capturar dióxido de carbono y liberar oxígeno. ¿Si ustedes supieran lo bien que se siente poder hacer el proceso de fotosíntesis en el interior de nuestras células? ¡Si tan solo pudieran escuchar la maquinaria que ponemos en marcha apenas sale el sol, comprenderían lo maravilloso que es ser planta, y mejor aún ser árbol!

Queremos seguir recibiendo en nuestro ramaje la multitud de insectos y aves que llegan a buscar refugio o alimento. Pero claro, ellos son pájaros y todos ustedes comprenden que muchos insectos deben morir cuando se convierten en alimento de las aves. Pero a ellas no les dirán asesinas. Por favor, dejen de llamarnos asesinos.

Además de contribuir con la belleza de parques y jardines, y albergar mucha especies de aves, también damos sombra, constantemente estamos fijando dióxido de carbono mediante el proceso de la fotosíntesis, producimos oxígeno, evitamos que las gotas de lluvia caigan directamente al suelo; cuando mis hojas, ramas y flores caen se convierten de nuevo en materia orgánica que se descompone favoreciendo la vida en el suelo.

Y algo más que nos duele en el alma y es que nos tengan en la lista negra de especies exóticas como invasoras y dañinas. No comprendemos como dicen eso de nosotros. Casi siempre, donde nos encuentran es porque un humano nos ha plantado ahí, con toda su buena voluntad y cariño. No es porque estamos invadiendo agresivamente otros ambientes.

¿Pero, es que no ven ustedes, humanos, que millones de hectáreas de tierra han perdido sus selvas, sus bosques, sus estepas y sus sabanas con todas las especies animales incluidas, para favorecer a otras especies? Y es que ustedes jamás considerarán, en América, como especies exóticas e invasoras al café, la caña de azúcar, el trigo, la cebada, etc.; o los europeos a las papas y el maíz.

Más aún, una especie que también viene de donde yo vengo, de África, ha reclamado miles de hectáreas para establecerse tranquilamente y con la colaboración de ustedes los humanos, me refiero a la “palma africana”, para la producción de aceite. Cientos de especies de plantas y animales han perdido su vida y han desaparecido de la Tierra, para favorecer a estas, a las que ustedes llaman cultivos, pero no, a la “palma africana” nunca considerarán como asesina.

También nosotros comprendemos que ustedes quieren vivir y necesitan alimentarse. Es por esto que quiero terminar mi defensa pidiéndoles compasión para nosotros los árboles de “llama del bosque”. Queremos que nos dejen de llamar asesinos; queremos que nos perdonen la vida; que si no nos quieren más en estas tierras, al menos nos permitan vivir a los que ya estamos y que no vuelvan a sembrar más en ningún lugar.

Les pedimos también un poco de tolerancia, como muchos de nuestra familia, las bignoniáceas, tenemos un corto periodo de floración que disfrutamos mucho, porque las flores son nuestros órganos reproductores y no tengo que decirles lo bien, lo lindo que se siente la fecundación de los óvulos, y luego, como resultado de este maravilloso y milagroso proceso la aparición de frutos y semillas, pero, lamentablemente, es también cuando mueren las abejitas. Nosotros, mientras tanto, contiuaremos adornando plazas y jardines, como lo hacen la jacaranda, el roble sabana y el cortes amarillo.

Temo decir esto, pero hay que decirlo: muchos humanos son “dendrofóbicos”, nos tienen fobia; ven en cada árbol una amenaza que hay que exterminar.

Terminaré dándoles unos cuantos consejos que van más allá de salvar nuestras propias vidas. Son consejos para salvar su propia vida, la de los seres humanos, y esto lo hago sin afán de ofender su intelecto y su consciencia, que nosotros, aunque a ustedes les cueste aceptarlo, también tenemos un nivel de inteligencia y de consciencia, ciertamente muy diferente a las suyas, pero tenemos; por eso, los científicos sabiamente nos han clasificado en reinos biológicos diferentes: a ustedes en el Reino Animal y a nosotros en el Reino Vegetal.

Dicho esto, mis consejos son: dejen de cortar árboles, al contrario, siembren todos los árboles que puedan; cuiden las selvas y cuantas parcelas de bosques existan, ya no hay vuelta atrás; y para las “meliponas”, siembren muchas plantas con flor para que vayan a buscar el polen y la mil en ella y no vengan a nosotros, así también les salvaremos la vida. Favorezcan la reproducción de las “meliponas”, ellas también merecen vivir. Muchas gracias por comprensión.

Yo aplaudo por esa defensa ¿y usted?

Los árboles son una parte esencial de nuestros ecosistemas y proporcionan oxígeno, hábitats para la fauna, ayudan a purificar el aire y contribuyen a mantener la estabilidad del suelo, además de alimentar nuestro espíritu con la belleza de sus flores, su fortaleza y la aceptación de todos los días, de toda su vida, de los días como vengan: con luz, con nubes, con viento, con lluvia, con mucho sol, etc.

En lugar de temer a los árboles, es importante respetar y cuidar de ellos para preservar nuestro entorno natural.
¡Perdonémosle la vida!

 

Sobre el autor:

Hámer Salazar (Costa Rica). Es biólogo, investigador, escritor y columnista. Ha escrito doce libros, entre los que se destacan los más recientes en el formato de ensayo, como son HACIA LA FORMULA DE LA VIDA: claves para el regreso a la Naturaleza; GRECIA la de América y el DICCIONARIO HISTORICO GEOGRAFICO DE COSTA RICA DE FELIX F. NORIEGA, del cual es compilador, así como la novela AUTOPSIA: encuentro con la muerte en su versión en inglés y en español, publicados en Amazon; como columnista ha escrito cerca de 500 artículos de opinión en diferentes medios. En el campo científico se le han dedicado cuatro especies de insectos y una de plantas.

Contacto: infoz@hamersalazar.com

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