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El jesuita Francisco José de Roux Rengifo dirigió la Comisión de la Verdad encargada de esclarecer lo ocurrido en ese periodo de conflicto armado, luego del acuerdo firmado entre el gobierno y las FARC-EP
De Roux recibirá el Doctorado ‘Honoris Causa’ por parte del Sistema Universitario Jesuita (SUJ) el próximo 20 de junio
El sacerdote jesuita colombiano Francisco José de Roux Rengifo recibirá el próximo 20 de junio, por parte del Sistema Universitario Jesuita (SUJ) el Doctorado Honoris Causa en nuestra IBERO Ciudad de México por su larga trayectoria como gestor de paz. El también economista y filósofo es fundador del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, del primer laboratorio de paz de Colombia, y fue director del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep). Además, una de sus más recientes y colosales labores ha sido encabezar las tareas de búsqueda de esclarecimiento de lo ocurrido en los turbulentos años de la guerra en su país para dar paso al diálogo, la reconciliación y la construcción de un proceso de paz verdadera.
Colombia hizo historia en 2016 cuando, después de cuatro años de intensas negociaciones, el Gobierno nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP) llegaron a un acuerdo el 24 de agosto en La Habana, Cuba que terminó con seis décadas de guerra. Un mes después, el 24 de septiembre, se firmó en Cartagena, Colombia el Acuerdo Final para la Construcción de una Paz Estable y Duradera[1].
Con este Acuerdo, las guerrillas se comprometieron a entregar todas sus armas a la ONU, a no cometer secuestro, extorsión ni reclutamiento de menores, a romper sus vínculos con el narcotráfico y a detener los ataques a la Fuerza Pública y a la población. También acordaron participar en el esclarecimiento de las violaciones e infracciones cometidas durante el conflicto armado y a la restitución de las víctimas, 80% de las cuales fueron personas civiles no combatientes.
Para ello, se creó en 2017 la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, que comenzó sus funciones en 2018[2] y luego de cuatro años rindió un informe de miles de páginas que busca ayudar a construir una explicación amplia de la complejidad de la guerra en Colombia, resultado de un intenso trabajo de escucha de todos los sectores involucrados, pero principalmente de las víctimas. El objetivo es que este documento siente las bases para un reconocimiento voluntario de responsabilidades por parte de quienes violaron derechos humanos en esas décadas de guerra.
La Comisión, que fue encabezada por el jesuita Francisco de Roux, realizó cerca de 14 mil entrevistas y estableció conversaciones con más de 30 mil personas “de todos los sectores sociales, regiones, identidades étnicas, experiencias de vida, tanto dentro de nuestras fronteras como fuera de ellas”, se explica en su sitio web[3]. También recibió más de mil informes de instituciones públicas, de entidades privadas y de movimientos sociales.
A las víctimas lo que más les importa es poderse ver con sus perpetradores, dijo el sacerdote De Roux en entrevista con Noticias Caracol[4]. Explicó que logran una “serenidad profunda” cuando las y los victimarios reconocen su responsabilidad y permiten avanzar en conjunto.
¿Cuál es esa guerra que Colombia busca dejar atrás?
De acuerdo con el Informe Final que la Comisión de la Verdad entregó el 28 de junio de 2022, Colombia vivió desde la década de 1960 un conflicto armado en el cual la mayor parte de las y los caídos, al menos 450 mil personas, fueron pobladores no combatientes, asesinados la mayoría por paramilitares, luego por la guerrilla y, finalmente, por las fuerzas del Estado. “Entre militares e insurgentes cometieron crímenes de guerra y de lesa humanidad”[5].
Esto ocurrió “en un complejo sistema de intereses políticos, institucionales, económicos, culturales, militares y de narcotráfico; de grupos que ante la injusticia estructural optaron por la lucha armada, y del Estado –y las élites que lo gobiernan– que delegó en las Fuerzas Militares la obligación de defender las leyes, el poder y el statu quo”[6].
La confrontación entre las fuerzas de seguridad y la insurgencia fue a muerte y sin cuartel, dice el Informe. Desde los dos lados, por motivos de conciencia, se vivió el honor de morir por la patria o morir por el pueblo. El narcotráfico entró en la guerra para legitimar el negocio y la guerrilla entró en el narcotráfico buscando financiamiento. El periodo más intenso de la guerra se dio de 1996 a 2010, cuando se produjo el 75 % de las víctimas registradas[7].
Esta guerra trajo consigo el reclutamiento de más de 30 mil menores de edad de 15 años o menos y más de 8 millones de personas desplazadas para salvar sus vidas. Guerrillas y paramilitares llenaron de bombas y minas antipersona las trochas campesinas, las riberas, los sembrados y las selvas. Se calculó que después de Afganistán este país era el más minado del mundo[8].
El Informe reporta también a buscadoras de desaparecidos y desaparecidas; jóvenes asesinados y asesinadas en ejecuciones extrajudiciales; fosas comunes y cadáveres de muchachos y muchachas rurales desperdigados en las montañas, en su mayoría indígenas y afros que fueron llevados como guerrilleros, paramilitares o soldados y que murieron sin saber por quién peleaban; mujeres abusadas y humilladas; poblados masacrados y abandonados; resguardos indígenas y comunidades negras devastadas y en confinamiento.
Asimismo, miles de soldados, policías, exguerrillas y exparamilitares que deambulan cojos, mancos y ciegos por los explosivos; miembros de comunidades que tuvieron que sufrir ese mismo destino por cuenta de las minas antipersona; centenares de miles de exiliados y exiliadas que escaparon para sobrevivir; multitudes de familias que llevan el golpe del secuestro y lloran a retenidos y retenidas que no volvieron, pues miles de víctimas fueron secuestradas por las FARC, el ELN, las demás guerrillas y los paramilitares[9].
El registro y reconocimiento de esta memoria del sufrimiento, la verdad de lo que ocurrió, se convierte en el paso ineludible para que un país tan herido por la guerra pueda sanar sus heridas, sin acrecentar odios, polarizaciones ni revanchas, como sostiene Francisco de Roux, sino con “compasión de nosotros mismos” para la reconciliación y la paz.
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