Universitat Oberta de Catalunya
- Ni ralentiza el aprendizaje ni evita por si sola la discriminación: existen muchas falsas creencias en torno a la inclusión en las aulas
¿Es cierto que la educación inclusiva ralentiza el aprendizaje? ¿Y que en ella no cabe la atención individualizada? ¿Consigue realmente que no haya discriminación entre el alumnado? Desde que en 1990, en el foro internacional de la UNESCO, se promovió la idea de una educación para todas las personas, las escuelas comenzaron a trabajar primero en la integración y luego en la inclusión. Pero con la puesta en práctica de la escuela inclusiva empezaron a circular mitos acerca de lo que implica que en una misma aula haya alumnos con distintas realidades, ya sea por desconocimiento de la lengua, desventajas socioeconómicas, enfermedades, trastornos o discapacidades. Las profesoras Nadia Ahufinger, Ana Luisa Adam y Débora Aguilar, integrantes del grupo de trabajo sobre educación inclusiva del grado de Educación Primaria de la UOC, desmontan las principales falsas creencias sobre ella:
Mito 1: Los equipos docentes no están preparados para este sistema. Según las expertas, la formación del profesorado es clave para poder desarrollar el aprendizaje de todo el alumnado, al igual que son necesarios recursos, estrategias y todo lo que sea fundamental para que en las aulas se lleve a cabo la educación inclusiva con éxito. Pero además, es importante que se mantengan los maestros y las maestras de educación especial. “Lo que busca la educación inclusiva es reconceptualizar el rol de las figuras de apoyo y repensar sus funciones. Las maestras de educación especial o de audición y lenguaje, por ejemplo, son profesionales muy necesarias para caminar hacia la inclusión en las escuelas. Esto supone que el profesorado especialista no intervenga de manera aislada con los niños y niñas que “no cumplen la norma”, sino que se trabaje de manera colaborativa y coordinada entre diferentes profesionales para garantizar los apoyos necesarios”, indica Ana Luisa Adam, profesora asociada del máster universitario de Dificultades del Aprendizaje y Trastornos del Lenguaje de la UOC. “Lo ideal es que el profesorado especialista y el profesorado con rol tutorial puedan programar las sesiones conjuntamente para garantizar un diseño universal de la enseñanza, intervenir de manera conjunta en una misma aula y evaluar de forma conjunta a todo el alumnado”, añade Adam.
Mito 2: Con la escuela inclusiva se acaba la discriminación. En opinión de Nadia Ahufinger, profesora del máster universitario de Dificultades del Aprendizaje y Trastornos del Lenguaje y del grado de Logopedia (interuniversitario UVic-UCC, UOC), y también integrante del Grupo de Investigación en Cognición y Lenguaje (GRECIL), la escuela inclusiva es un paso necesario para acabar con la discriminación, pero no depende solo de ella. Desde siempre ha existido un rechazo hacia la diferencia. “La educación inclusiva no excluye a nadie y tiene como propósito poner de manifiesto que todas las personas tienen la capacidad de aprender, pero de diversas maneras”, señala Ahufinger recordando que la escuela es un reflejo de la sociedad y que en ella se deben abordar estos aspectos para que vaya cambiando y fomentando el respeto por las diferencias. “Que no se sufra discriminación no solo depende del abordaje que se haga en el aula, sino, y quizás más relevante, del cambio de paradigma que esperamos se dé en la sociedad”, sostiene.
Mito 3: Si no se reduce el número de alumnos/as por clase, la educación inclusiva no es viable. Aunque las expertas creen que se tiene que reducir la ratio, lo realmente indispensable es incluir profesorado y nuevas formas de agrupación del alumnado. “Se puede hacer organizando interniveles (niños y niñas de diferentes edades), reagrupando según intereses o aplicando la codocencia (dos o más maestras en el aula que trabajan conjuntamente para acompañar al alumnado en metodologías más flexibles), entre otras posibles fórmulas”, explica Débora Aguilar, profesora del máster universitario de Dificultades del Aprendizaje y Trastornos del Lenguaje y del grado de Logopedia (interuniversitario: UVic-UCC, UOC).
Mito 4: La educación inclusiva hace más lento el aprendizaje de algunos niños y niñas en el aula. “Entendemos que se pueda llegar a pensar que el ritmo del aprendizaje es más lento porque venimos de una cultura educativa en la que ese ritmo lo marcaba la persona adulta. No se tenían en cuenta ni el momento evolutivo ni el ritmo individual. Al grupo se le enseñaba lo mismo, de la misma manera y se esperaba que todos lo aprendieran por igual”, afirma Ana Luisa Adam. Sin embargo, en la educación inclusiva se atiende el momento evolutivo en el que se encuentran los niños y niñas, se respeta su ritmo, se responde a sus necesidades de aprendizaje y se tiene en cuenta todo lo que ya han aprendido y lo que les falta por aprender.
“Se sabe que en otros modelos parecidos al modelo inclusivo se llega igualmente a los aprendizajes, aunque estos no tienen por qué llegar cuando la persona adulta lo espera”, indica. Añade que el progreso se da en consonancia con la madurez alcanzada, por lo que se podría decir que no es que el aprendizaje sea más lento, sino que no sigue la línea que el adulto esperaría. “Al fin y al cabo educamos para que se progrese y si el progreso se da y, además, se da de forma más integrada al resto de aprendizajes y como una consecuencia lógica a aquello previamente incorporado, quizás pierde sentido hablar de velocidades y lo gana hablar de aprendizajes adquiridos”, afirma Débora Aguilar.
Mito 5: Basta con no hacer diferencias en el alumnado para ser una escuela inclusiva. Tal y como explican Ana Luisa Adam Alcocer, Nadia Ahufinger y Débora Aguilar en el documento de acceso libre La educación dentro de un marco de escuela inclusiva, las metodologías inclusivas consideran que los niños y niñas tienen diferentes estilos de aprendizaje y que para llegar a un propósito común se deben ofrecer representaciones, propuestas de actividades y metodologías diferentes. Por eso, “ofrecer las mismas propuestas de aprendizaje para no crear diferencias entre el alumnado es una práctica contraria a la diversificación que garantiza la inclusión. Todos los niños y niñas tienen necesidades diferentes y, por lo tanto, han de poder tener propuestas de aprendizaje diferentes”.
Mito 6: La escuela inclusiva debe olvidarse de diagnósticos para no crear estigmas. Según las expertas de la UOC, reconocer la diversidad no significa eliminar las diferencias, sino darles la relevancia que les corresponde para poder ofrecer los apoyos adecuados. “La educación inclusiva se relaciona con el reconocimiento de la diversidad como un hecho natural y esencial de la sociedad, pero a la vez reconoce a las personas con discapacidad como un colectivo con unas necesidades de apoyo específicas. Las prácticas que evitan el diagnóstico de alguna discapacidad, enfermedad o trastorno pueden implicar que se deje de dar apoyos intensivos al alumnado que más lo necesita”, señala Nadia Ahufinger.
Mito 7: En la escuela inclusiva no se necesita atención individualizada. El sistema educativo de la escuela inclusiva se diseña de tal manera que sea accesible a todo el alumnado, desde su planteamiento, porque se considera que la diversidad es la norma, e incluso se sirve de las individualidades de cada caso para adaptar los aprendizajes. Pero eso no quiere decir que se dejen de ofrecer apoyos y ayudas al alumnado con desventajas educativas. “Se trabaja para que desde el inicio se considere una organización de centro, un diseño de actividades y de metodologías suficientemente abiertas, flexibles y diversificadas para que todo el alumnado pueda tener acceso al currículo escolar con éxito. Si con estas ayudas el alumnado con necesidades específicas de apoyo educativo (NEAE) no consigue progresar, se contemplan ayudas y apoyos adicionales e intensivos tanto con respecto a servicios profesionales (logopedas, psicólogas, educadoras sociales, etc.) como a diseños de planes individualizados y hasta escolarizaciones compartidas con escuelas de educación especial”, explican.
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