Héctor A. Gil Müller
En 1998 una fría mañana de marzo una pequeñita de tan solo diez años fue secuestrada en uno de los distritos de Viena, la historia pudiera ser contada con miles de voces de hombres, mujeres, niños y niñas que sufren la privación de su propia libertad. El secuestro ha sido narrado por quienes lo han sufrido como “el infierno inmediato”. Pero la historia Natascha Kampusch fue especialmente relevante pues su cautiverio se extendió durante 8 años. 3,096 días estuvo condenada, sin ningún tipo de juicio, más que en la mente retorcida de un hombre austriaco, a una celda que no alcanzaba los 5 metros cuadrados de dimensión.
Su infancia transcurrió entre la oscuridad escasamente conquistada por alguna luz artificial que la animaba a imaginar con las sombras que se proyectaban en una fría puerta de acero que separaba su habitación de las escaleras de un sótano en medio de la cotidianidad de una ciudad.
Los transeúntes pasaban y entre risas o los apuros nunca imaginaban que unos metros más allá una vida había sido privada de todo.
Hoy Natascha es una prolífica presentadora de televisión en su natal Austria y sus libros han conquistado la oscuridad que se cierne sobre quienes abandonan la esperanza. Quienes también se encuentran secuestrados, quizá no por manos humanas sino por otras barreras igual de lacerantes.
La esperanza se ha convertido en la historia de la humanidad en la luz que apasiona los pasos. Es aquel destino que parece exigir que, aunque falta poco es siempre lo suficiente. La esperanza motiva la defensa, pero también anima el ataque, pues la esperanza es esquiva, se adapta a nuestros propios deseos. Resulta particularmente interesante cuando la esperanza se anida en un pensamiento colectivo. Se anima a competir, a luchar y a avanzar. México se esperanza en un mundial futbolístico, como cada país que participa también.
En temas relevantes la esperanza de ganar una guerra contra la violencia sigue. Lamentablemente la estrategia no es clara, o peor aún no existe. La esperanza sin acción es sueño.
La militarización continúa su paso en todas las instancias, recientemente la Suprema Corte de Justicia avaló la presencia militar en las calles en México hasta 2028 como había aprobado previamente el Congreso de la Unión. Las protestas de quienes han sufrido la violencia y los excesos de poder se manifestaban ante el tribunal, los bloques feministas que no han sido oídas al denunciar los abusos cometidos contra mujeres por elementos del ejército gritaban: “el mando militar también es patriarcal”. Las promesas también secuestran pues enturbian la claridad de la visión que otrora pudiera moverse a la acción. El deseo de ser hallado también es el deseo de ser mostrado.
La esperanza de un cambio puede esfumarse con el propio tiempo. Regresando a la historia inicial, cuando huyó Natasha de su captor y fue llevada a la policía, ella solo exclamó; “Soy Natascha Kampusch nacida el 17 de febrero de 1988”, no olvidó el pasado. No olvidemos nosotros también al pasado; de lo que huimos, pero también lo que perdimos. Porque ahí también, en el pasado, se guarda la esperanza.
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