Héctor A. Gil Müller
En un bosque antiguo, en uno de los más grandes árboles vivía feliz una comunidad, se sentían así, aunque no se conocían quienes vivían en las ramas bajas con quienes lo hacían en las altas. Temporada tras temporada departían y sentían que su pedacito de árbol era un buen lugar para vivir. El árbol y sus ramas crecían con mucha velocidad, pero nunca gustaron de tener un árbol muy frondoso, normalmente cortaban ramas y las tiraban. Una vieja costumbre que muchos no sabían ni porqué lo hacían, pero las ardillas, pájaros carpinteros, pájaros, insectos, roedores y hasta uno que otro gusano sabían que debían hacerlo.
El fuego apareció en aquel bosque y amenazó nuestro árbol que llamaremos Pinotitlán. Empezó a lo lejos, los pinotitlanos se alegraron porque las luces eran bonitas, pero conforme se acercaba veían como caían las ramas de otros árboles, muy similar a lo que estamos acostumbrados decían todos, no ha de ser tan feo si nosotros las cortamos seguido. Pero el fuego comenzó a devorar algunas ramas, primero las más lejanas, fue entonces cuando los pinotitlanos comenzaron a idear planes. Lo primero que hicieron fue reunirse todos para gritar al fuego que no se le ocurriera tocar a Pinotitlán. Se firmaron acuerdos aprovechando las chispas que se acercaban para convencerlos que prometieran no dañar al pino, pero el intransigente fuego no entendía razones. Un ratoncito pequeño insistía en ir al lago cercano y traer agua para apagar el fuego, pero nadie lo apoyaba pues eso nunca se había hecho y no tenía por qué hacerse. Se terminó por tumbar más ramas antes que el fuego las consumiera.
La fábula pudiera ser no tan lejana, así son todas las fábulas, más cercanas que lo que imaginamos. Y aunque es posible pensar en El bosque, una comunidad del municipio de Centla en Tabasco que es la primera comunidad en sufrir los estragos del cambio climático en México y los más de 150 habitantes están viendo destruidas sus casas por el alza del mar en los últimos años, siguen buscando una manera para migrar. La fábula no es por ellos, es por nuestra reacción a los cambios. No debemos pensar que una institución no necesite cambios, al contrario, son muchas las deficiencias y si no se cambia la crisis puede terminar por consumirla. No estoy de acuerdo en la reforma en materia electoral propuesta por el presidente hay algunas cosas que parecen aberrantes en un entorno como el mexicano en la que algunos triunfos han costado siglos de madurez, pero no me parece que la inacción sea la solución, antes bien debemos ver el fuego que viene, un gran cambio social y estructural que significa nuevos esquemas democráticos. Así como no podemos hacer con el fuego acuerdos, no podemos decirle al futuro que espere. El INE debe cambiar eso es evidente y necesario, pero no hacia atrás, definamos cómo, definamos qué, definamos por qué.
El INE enfrenta el espejismo de la suficiencia, y no es así, nunca se es suficiente, siempre hay retos y formas de mejorar. El futuro se antoja más cercano, menos burocrático y más flexible rasgos que se han perdido en un falso sentir de autonomía. La vocación social de apoyo debe ser propositiva y cobrar sentido sin perder el silencio ni pedir al mañana que espere.
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