Ricardo Homs
Que el origen de la violencia está en las graves desigualdades sociales, así como en la falta de oportunidades, en el resentimiento derivado de las injusticias y muchas causas más, es entendible. Tiene razón el presidente López Obrador en el diagnóstico.
Sin embargo, quien es titular del Poder Ejecutivo tiene bajo su responsabilidad abocarse, -no sólo a los diagnósticos-, sino a la resolución de los graves problemas del país, de los cuales, el más grave es la violencia derivada de la delincuencia.
Negarse a utilizar los recursos jurídicos y el poder legítimo del Estado Mexicano para combatir de frente a la delincuencia, representa una afrenta a las víctimas de la violencia, así como a sus familias.
La realidad actual de nuestro país es equiparable a la de un enfermo de cáncer, -que aparentemente luce bien-, pero en su interior libra una batalla mortal, que le puede costar la vida.
Los síntomas del cáncer, -cuando avanza-, cada vez son más espectaculares y dolorosos.
Esa es la situación de México: luce bien en una mirada superficial, pero internamente se está desmoronando el estado de derecho, que es la base del equilibrio que permite la convivencia.
Imaginemos que este enfermo, -llamado “Pedro N”-, va con el oncólogo, o sea el médico especialista en cáncer.
Este empieza a hablarle de un plan para reeducar sus malos hábitos, que son los que propiciaron el deterioro de su salud. Le aclara… ni un cigarro más. Además, nada de azúcar ni de sal. Eliminar el consumo de grasas y muy pocos carbohidratos. No beber bebidas carbonatadas azucaradas, -o sea-, refrescos embotellados. Cero estrés… vida apacible… comida saludable únicamente, entre otras indicaciones para su tratamiento y lo despacha a su casa.
¿Qué sucederá con este enfermo, -al que denominaremos “Pedro N”-, si solo sigue las indicaciones de este médico “humanista”? Pues seguramente en unos meses tendrá metástasis y el cáncer le habrá invadido otros órganos, -que cuando tuvo su primera cita con el oncólogo-, aún estaban sanos.
El tiempo perdido ya no será recuperable.
Mientras tanto, un amigo del primer paciente, quien ha llevado una vida similar a la de Pedro “N”, -al cual denominaremos “Pablo N”-, visitó otro médico oncólogo, que no se fue por las ramas.
De inmediato “Pablo N” fue sometido a “terapia intensiva”. De inicio fue objeto de una cirugía para extirparle un tumor. Después de unos cuantos días de reposo, llegaron las quimioterapias, tan agresivas que perdió peso, se le cayó totalmente el cabello y su aspecto ya no era tan saludable como el de su amigo “Pedro N”.
Sin embargo, después de este agresivo tratamiento siguió la recuperación, lenta pero definitiva y fue dado de alta con un régimen alimenticio y cambio de hábitos similar al de su amigo “Pedro N”.
Poco después los papeles se intercambiaron. “Pedro N” tuvo un deterioro veloz que se convirtió en metástasis y sobrevino una dolorosa muerte, mientras su médico seguía culpándolo de sus malos hábitos como causantes del cáncer y criticaba el salvaje tratamiento que a “Pablo N” lo había sometido su médico.
Cuando a “Pedro N” le llegó la metástasis, -o sea que el cáncer pasó a otros órganos-, la familia cambió de médico, mientras el médico charlatán seguía defendiendo su tratamiento inicial y culpaba al paciente de haber llevado una vida desordenada.
Sin embargo, el nuevo médico intentó someterlo a una terapia intensiva, pero el deterioro era tal, y su debilidad tan atroz, que mejor prefirió dejarlo morir en paz.
Durante el sepelio de su amigo, “Pablo N” platicaba con la familia que él hizo grandes esfuerzos para convencerlo de cambiar de médico, porque, -aunque el diagnóstico era correcto-, el tratamiento era inocuo. Sin embargo, el médico socarrón era tan persuasivo y seductor que le impidió interpretar la realidad desde una visión objetiva.
La familia lamentó la necedad del difunto y la nieta universitaria propuso demandar al médico charlatán, al que le descubrieron que había sido pésimo estudiante, el peor de su generación… ignorante y soberbio. Sin embargo, ninguna acción jurídica les regresaría al familiar perdido.
Regresando al tema de la seguridad, podemos interpretar que pretender resolver este grave y urgente problema sólo con estrategias preventivas, equivale a tratar de curar un cáncer agresivo simplemente tomando analgésicos.
Sin embargo, este no es un tema menor, cuya solución pueda ser aplazada, pues cada día que pasa aumenta el número de víctimas asesinadas, feminicidios, gente desaparecida y otros delitos de alto impacto que destruyen familias. Por ello es una irresponsabilidad no atacar de inmediato la violencia y enfrentar a los delincuentes con todo el poder del Estado Mexicano.
De no actuar en contra de la violencia, cuando el próximo presidente pretenda retomar el rumbo para someter al país a terapia intensiva, quizá sea muy tarde y los políticos ya estén recibiendo órdenes del crimen organizado.
LA GOTA QUE DERRAMA EL VASO
El presidente ahora se ha enfilado contra los obispos que han criticado su estrategia de seguridad.
Intenta confrontar a la Iglesia Católica de México con el Papa Francisco, pero… ¿Qué pensará realmente el Papa respecto a la política de seguridad del gobierno de la 4T?
Muchos clérigos han sido agredidos a lo largo del territorio nacional y “han aguantado vara”. Sin embargo, la paciencia y la tolerancia cristiana tienen un límite. La forma artera e innecesaria de matar a dos hombres indefensos que auxiliaban a un moribundo en la Sierra Tarahumara fue la gota que derramó el vaso.
Que ellos fueran jesuitas de avanzada edad, fue mucho más significativo.
Seguramente la reacción contundente y firme de la alta jerarquía de la Iglesia Católica tiene que ver con la decepción al haber apostado al cambio de régimen, pues este gobierno llegó camuflajeado de una visión humanista.
¿Cómo olvidar que el movimiento 132 inició en la Ibero durante la campaña presidencial del 2012? Fue el mismo rector de la Universidad Iberoamericana, -sacerdote jesuita, quien sin temer represalias del presidente Peña Nieto manifestó el apoyo institucional de esa universidad al movimiento Yo soy 132, surgido en su campus.
Quien capitalizó el apoyo de ese movimiento y de los jesuitas fue el candidato López Obrador. Si embargo, este apoyo ha quedado en el olvido. Los aliados, -o simpatizantes de antes-, se han convertido en los críticos de hoy.
¿A usted qué le parece?
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