Dr. Javier Urbano Reyes
- Hay una lectura disfuncional, una incomprensión, de la realidad de la movilidad migratoria
Por: Dr. Javier Urbano Reyes, profesor-investigador del Departamento de Estudios Internacionales y académico de la Maestría en Estudios sobre Migración, de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
Se había advertido desde el primer momento que la evidencia del triunfo de Joe Biden era clara: se renovaría la dinámica de la movilidad migratoria previa a la administración Trump. La proyección no era complicada si atendemos a las narrativas de uno y otro candidato y, por supuesto, a las primeras acciones en materia migratoria de la gestión Biden: la promesa de una eventual reforma migratoria, reforzamiento de los trabajos para la integración plena de los dreamers, cancelación del proyecto del muro de Trump y cambios en materia de refugio, entre otros.
Toda una declaración de intenciones que no pasó desapercibida para cientos de miles de migrantes centroamericanos, a quienes les bastaba simplemente una señal, una nueva narración relativa al significado que ellos tenían para Estados Unidos. Y de esos significados está repleta la nueva propuesta del actual inquilino de la Casa Blanca.
Efecto llamada dan en nombrar a esta nueva oleada de personas atrapadas en una dinámica de violencia, inestabilidad, degradación del medio ambiente y pobreza generalizada. Y permanentes promesas de una cooperación internacional que nunca llega o que arriba a destiempo, para mayor frustración de las ilusiones de progreso de esta castigada región.
Una nueva visita se verificó en estos días de parte de funcionarios de la administración Biden. Roberta Jacobson, coordinadora del actual gobierno para asuntos de la frontera sur, y un grupo amplio de funcionarios, se reunieron con representantes del gobierno mexicano, cuyo objetivo, dicen las notas periodísticas, era discutir mecanismos que promuevan una migración ordenada, segura y regular en la región, además de explorar mecanismos de protección, en especial para migrantes menores de edad.
Por último, “ambos países coincidieron en la importancia de impulsar mecanismos de cooperación internacional para el desarrollo del norte de Centroamérica”.
En un intento por comprender las señales que emiten este tipo de declaraciones, lo primero que viene a la mente es una lectura disfuncional de la realidad de la movilidad migratoria, es decir, no hay comprensión de la movilidad migratoria. En otras palabras:
La migración ‘ordenada’ pertenece a una semántica bastante tramposa, porque en ella pueden caber todo tipo de intencionalidades. P
ero lo que más destaca en la actualidad es la relativa a la represión y contención fronteriza, en donde el control de fronteras está por encima de cualquier objetivo de orden humanitario o de buenas prácticas. Hasta el momento, el tema del ‘orden’ sigue siendo igual en su instrumentalización al que aplicó Trump para su frontera sur.
La migración segura es sincrónica a la flexibilización de las fronteras. Si se establecen medidas de contención y represión, aumentará el beneficio para los traficantes de personas. A más dificultad, más caro será el “servicio” del crimen organizado, con todos los costos humanos que esto supone. Por ello, control, en el sentido que opera hoy, va en contra de una migración segura; a menos que se aborde el diseño de acuerdos de movilidad migratoria temporal de corte binacional, que reduzca la presión de la migración no regulada.
Una migración regular pasa por la suscripción de acuerdos de movilidad laboral por temporadas, es decir, recuperar la migración pendular, cuya consecuencia en un mediano y largo plazo sería restar ingresos al crimen organizado que trafica a estas personas. Para el caso de los niños y niñas migrantes menores de edad, el primer paso es ‘no buscar afuera’ las soluciones, sino reconocer las graves fallas en la política interna. Estados Unidos cometió durante la administración Trump literales secuestros de niños, que hasta el momento no ha sabido resolver y que atentan claramente contra las normas internacionales de protección a la infancia.
Por último, la cooperación internacional, la vieja y permanente promesa de ayuda que la historia registra periódicamente sin apenas resultados. Desde gobiernos anteriores y, durante el actual en México, se han lanzado iniciativas cuyo supuesto objetivo es promover el desarrollo de la región como medio y fin de la reducción de la movilidad migratoria. La expresión es impecable, pero la concepción es errónea. Pensar en la cooperación como estrategia de desarrollo para Centroamérica pasa por entender a la propia cooperación como un complemento a las políticas públicas internas de la región, no como sustitución de éstas; pensar en la cooperación es reconocer que se trata de atender procesos sociales, recuperar tejido comunitario roto; reconducir la economía, revertir la dinámica de empobrecimiento, entre otras muchas cosas. Y para ello no hay plazos medios, sino muy largos plazos.
Es decir, se requiere de México y de Estados Unidos, entre otros actores, estén en disposición a aceptar que se requiere un compromiso de cuatro mil millones de dólares cada año, durante las próximas tres o cuatro administraciones, esto es, más allá de los actuales gobiernos. Cierto, otros rentabilizarán en dos o tres décadas los esfuerzos actuales, si es que hay un real interés en apoyar al desarrollo de la región, es decir, no habrán votos, ni prestigio mundial, ni fotos en los medios globales.
Lo que sí habrá es un proceso que evitará muertos, secuestrados, mutilados o desaparecidos; lo que corresponde a los esfuerzos de verdaderos estadistas. Los próximos meses darán cuenta de la estatura política de los actuales mandatarios de Estados Unidos y México en materia de política migratoria.
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