True crime: ¿entretenimiento o invasión de la privacidad?

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  • Este género atrae a audiencias masivas, pero la exposición mediática puede causar un profundo impacto psicológico en las familias de las víctimas

El derecho a la protección de datos desaparece en el momento de la muerte, por esta razón se puede explotar audiovisualmente, aunque los tutores legales pueden interponer acciones civiles si consideran vulnerados ciertos derechos

La madre de Gabriel, Patricia Ramírez, ha dado una rueda de prensa y ha difundido varios vídeos pidiendo, entre lágrimas, que “nadie, de ningún medio ni productora audiovisual, mediante la elaboración de series o documentales saque rédito económico de la fatídica muerte de su hijo”. Gabriel, su hijo, fue asesinado a manos de la que en ese momento era la pareja de su padre, en 2018 en Almería.

Son muchos los casos violentos de menores que se han convertido en documentales o series, como, por ejemplo, el recién estrenado Caso Asunta, sobre el asesinato de la niña gallega Asunta Basterra, que ha llegado a la increíble cifra de 11,9 millones de visionados en Netflix. “El morbo siempre ha sido un reclamo muy poderoso de este género. Ese componente de realidad conecta al espectador con el lado más oscuro de la naturaleza humana. Además, el true crime local tiende a tener más repercusión en el territorio de referencia porque apela a una audiencia muy concreta (la que tuvo conocimiento de ese caso cuando trascendió en las noticias)”, explica Elena Neira, profesora colaboradora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

Entre el éxito del true crime y el derecho a la privacidad

La fama de los true crime no deja de crecer, pero la frontera entre el éxito y el derecho a la privacidad es delicada. “Cuando se trata de un hecho noticiable y de relevancia pública, queda amparado por el derecho a la libertad de expresión e información y, por tanto, se puede difundir determinada información. Ahora bien, todo lo que es contenido sensacionalista o morboso quedaría excluido porque impacta sobre la vida íntima o personal de un individuo desvinculándose de cualquier interés o relevancia pública”, advierte Eduard Blasi, profesor colaborador de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC. Sería el caso de Gabriel, que tuvo un alto seguimiento mediático, primero con su desaparición y, posteriormente, con la detención de Ana Julia Quezada por su asesinato.

En un mundo donde publicar una fotografía sin permiso en redes sociales puede considerarse una falta a la privacidad y a la intimidad, recrear en una serie un asesinato violento de un menor es posible. “Esto sucede porque el derecho a la protección de datos es un derecho inter vivos, es decir, que desaparece en el momento de la muerte”, detalla Blasi, también cofundador del canal TechAndLaw (Premio AEPD 2023). Por esta razón, las imágenes, videos y demás datos personales de Gabriel no gozan de la protección otorgada por la normativa de protección de datos (RGPD, LOPDgdd). “Ahora bien, el hecho que no resulte aplicable la normativa de protección de datos sobre los datos personales de un fallecido no significa que no cuenten con protección legal alguna”, explica Blasi. Patricia, la madre de Gabriel, está intentando impedir por todos los medios que la asesina del niño grabe un documental o programa televisivo sobre el caso desde la prisión donde cumple condena. “Los padres podrían interponer acciones legales civiles, en base a la Ley 1/1982, si se considera que se ha vulnerado el derecho al honor, intimidad o propia imagen del niño, sobreexponiendo determinada información y contraviniendo las indicaciones que la madre ha dado”, explica el abogado. Es decir, no puede prohibir la emisión del documental o serie, pero si se interpone una demanda y un juez acaba considerando vulnerados algunos de los derechos al honor, intimidad o imagen del niño, la productora deberá pagar una indemnización por daños y perjuicios a la familia. “Si estuviésemos ante el caso de una persona viva, de la cual se quisiera hacer un documental o serie y ésta hubiese manifestado oposición expresa al tratamiento, esto comportaría necesariamente que el medio se abstuviese de publicar esos contenidos para no contravenir la normativa de protección y datos”, explica Blasi.

En otras situaciones, “para eludir el permiso de los familiares y poder tirar adelante con la obra, sobre todo en el caso de los menores, al colisionar con la protección de la infancia se ‘burla’ cambiando nombres, lugares y situaciones que protejan al menor en cuestión”, explica Neira, investigadora del grupo GAME de la UOC.

En cambio, sí existen algunos límites legales de protección de datos en lo que afecta a la víctima (viva) y al agresor. “Normalmente, la víctima siempre tiene una especial protección, fundamentalmente cuando estamos hablando de situaciones comprometidas que atentan aún más contra la intimidad”. En casos como una violación, por ejemplo, difundir el nombre de la víctima nunca estaría amparado por la libertad de expresión, ya que el daño causado resultaría desproporcionado. “En cambio, el agresor no goza de la misma protección y, en los casos en que quede justificada la exposición de ese nombre o identidad, se puede hacer público cuando, por ejemplo, se esté investigando judicialmente y haya indicios acreditados sobre su posible implicación y resulte un elemento relevante per la notícia”, explica Blasi.

El impacto del true crime en las familias de las víctimas

Pero, para aquellos implicados en un asesinato, volver a revivir los momentos más oscuros de su vida, unas situaciones trágicas y violentas, y que el suceso se mediatice y finalmente se convierta en un éxito con millones de espectadores tiene un alto coste psicológico. “Es la revictimización total, porque la madre y el padre de este niño son víctimas. Con toda esta exposición se vuelven a victimizar porque pasan por el mismo dolor”, advierte Sylvie Pérez, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC, que añade: “Esto los lleva a no poder elaborar y construir nunca un presente ni un futuro, a no poder cerrar las heridas, ya no superarlas, sino poder vivir con este hecho, porque nunca está en el pasado, siempre vuelve al presente, y el dolor se vive exactamente de la misma manera”.

“En muchos casos supone un segundo juicio paralelo contra el que no existe protección alguna, es el eterno debate, todo depende de la participación de las personas afectadas, del tono, de lo que aporta”, explica Neira sobre la responsabilidad ética de los creadores a la hora de narrar crímenes reales. Para Blasi, en este caso concreto, el interés público, sobre unos hechos del pasado de los que ya se ha hablado, difícilmente podría prevalecer sobre una oposición expresa a la difusión de determinada información. Aunque hay otras voces, como la del padre de Marta del Castillo, desaparecida en 2009, que aboga por seguir contando estos hechos porque “los documentales ponen de manifiesto los errores judiciales y policiales”.

¿Por qué gusta el true crime?

“Basado en hechos reales” son cuatro palabras que, para muchos, ya son una especie de sello de calidad, una marca de seducción. “Cuando estás en el ámbito de la ficción, si la premisa es demasiado descabellada o irreal es más difícil entrar en el estado de suspensión de realidad que requiere la conexión con el contenido. Aquí partimos de que eso realmente sucedió, lo cual aumenta el enganche, dado el estupor que genera la historia”, detalla Neira.

Curiosamente, la cuota de audiencia femenina en España destaca de manera significativa en el consumo de este género, según Parrot Analytics. Las mujeres de las generaciones X y las mileniales (mayores de treinta años) son las principales consumidoras. También en el consumo de pódcast lo son: según un estudio, en la categoría de crímenes reales, un 80% del público es femenino. Pero no solo la identificación atrae al público femenino, sino que esta afición esconde (según los estudios) una forma de aprendizaje. En el informe Atrapadas por el true crime: por qué las mujeres se sienten atraídas hacia historias de violaciones, asesinatos y asesinos en serie se encuentra una explicación a este fenómeno: las mujeres ven estos documentales porque están descubriendo técnicas de supervivencia (evitar convertirse en una víctima o saber defenderse ante una agresión similar) que podrían ser de utilidad ante una situación extrema. “Tener recursos para evitar convertirse en una víctima o saber defenderse ante una agresión similar es una de las principales motivaciones que explican la afición femenina al género”, concluye Neira.

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