AS MÉXICO
No hubo espantos, ni tormentas, ni surrealismos, ni hecatombes, ni apenas trama en Arlington. Y menos mal. La Selección Mexicana atarantó a Panamá con tres mazazos. Y poco más. Porque no necesitó de mucho más. Fue el del ‘Tri’ un ejercicio de mero pragmatismo, porque los tiempos tampoco requieren de discursos estéticos. Edson Álvarez, Julián Quiñones (desprovisto de maldiciones, al fin) y Orbelín Pineda, nombres propios de un partido que no se recordará por mucho, contrario a si el resultado hubiese sido adverso. Al final, la noche del jueves sólo ha sido un preludio: nada de esto se recordará por mucho si, el domingo, ocurre otro siniestro y el fútbol mexicano vuelve a entrar en cataclismo.
La acarició Chávez, con esa zurdita bendecida y aristócrata, y Edson Álvarez remató a hierro; una jugada de entrenamiento llevada a un escenario real. Mosquera apartó el peligro con un manotazo tan plástico como demagogo. Fue el primer aviso (o premonición) de un ‘Tri’ turbulento que propuso un duelo a navajas antes de que la cuadrilla panameña siquiera se vendara los tobillos. No soportó el ritmo Edgar Bárcenas, reventado por las altas frecuencias. Cuando Chávez y Fajardo chocaron sus cabezas como bolas de billar, el partido se sometió a refrigeración; no entró en la dinámica Uriel Antuna, tan fogoso como sobre-estimulado; si tuviese el tacto de los artistas, el tempo del músico, su ficha sería impagable incluso para el Manchester City. Ocurre que Antuna vive fuera de sintonía, a destiempo, fuera de sí, o sólo para sí. Una diagonal tras otra terminó en manos o pies panameños.
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Panamá comenzó a coleccionar intentos: los de Fajardo y Escobar fueron confirmatorios del gobierno de Adalberto Carrasquilla en el medio campo. El caótico arrastre de pelota del mejor Rudd Gullit, la delicadeza de Zidane en el golpeo. Ochoa debió prodigarse, quizá con torpeza, para evitar males mayores emanados del toque del mariscal panameño. Y mientras la noche se volvía brumosa en Arlington, como suele ocurrir en aquel estadio maldito, la acarició Chávez, con esa zurda bendita y aristócrata, y Edson Álvarez remató a hierro; a segundo poste, ahora. El VAR, hoy muy espléndido, pasó por alto que la posición del brazo izquierdo del general del West Ham coqueteaba al límite del reglamento. Apenas tres minutos después, los jueces de la cabina volvieron a requerir de las escuadras y los vectores: ahora, para convalidar el estreno de Quiñones como goleador mexicano. Sánchez se aventó sobre el balón al borde del último tercio, Henry Martín activó a Quiñones y aceleró ante Blackman, y luego ralentizó con cambio de dirección para deshacerse de Córdoba. La definición, suave y ajustada a primer palo, acalló cualquier presagio; Andrade, en la franja contraria, puso en juego a Quiñones inadvertidamente. Serenos todos.
El Tri’ rebajó pulsaciones y el pelotón de Christiansen olió sangre. El taconazo de Andrade dejó a Fajardo presto para fusilar a Ochoa; lo hizo, pero ‘Memo’ soportó con aplomo, reflejos, guantes de titanio reforzado y una pizca de suerte. Que nunca está de más para un portero. El esmero final de Díaz, casi desesperado, fue una nimiedad para el guardián del Salernitana. La pasividad le pudo al ‘Tri’ y Ochoa trabajó horas extra: abortó el fogonazo de Rodríguez con sobriedad. Panamá se apropió del balón y transitó en campo mexicano hasta que Hirving Lozano interceptó un telegrama de Carrasquilla, extrañamente humano, y retó a duelo a Mosquera; venció el cancerbero gracias, en parte, a la básica maniobra ofensiva de ‘Chucky’, incapaz de alargar la pelota en diagonal para ganar espacio y velocidad. Lozano ha perdido ese aura diabólico que tanto le caracterizó.
Orbelín artista
Y eso fue México. Furtivo, fugaz, efímero. Contundente. Apenas recogía las piezas Christiansen cuando Montes blandió arco y flecha e, iluminado, divisó a Orbelín Pineda allá, a lo lejos. El ateniense durmió la pelota en el colchón que tiene por pie derecho y después hizo pasar la pelota por arriba de los alcances de Mosquera. Gol terso, delicioso. Después, México encontró diversos canales que lo conducían directo a Mosquera en tanto Christiansen ya había quemado los navíos. Se regodeó ‘El Tri’ con la simpleza, pero sin saña.
Lozano prosiguió con su particular lucha consigo mismo y Antuna entregó el cuarto gol al ‘único panameño en el área’. El partido se volvió una carrera de 200 metros planos hacia el arco panameño, producto del colapso de Carrasquilla y Godoy. El bello y plástico testarazo de Waterman habría decorado el marcador, pero el VAR no acompañó la tenue celebración panameña.
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