Los peligros del sharenting: fraude en línea y material de abuso sexual infantil

Staff/RG

  • En menos de 10 años, los contenidos de explotación sexual infantil se han incrementado un 1.815%
  • El 72% del material incautado a agresores sexuales penados son imágenes cotidianas de menores no sexualizadas

La foto de la primera ecografía, la del nacimiento con la hora exacta, el lugar y su nombre y apellidos son la puerta de entrada gratuita al cibercrimen. Se calcula que en 2030 casi dos tercios de los casos de fraude en línea se habrán dado por compartir información personal de menores por Internet, un problema que tendrá un coste de 800 millones de dólares, según afirma Barclays.

Y es que el 23% de los niños tiene presencia en línea incluso antes de nacer, porque sus padres publican imágenes de las ecografías durante el embarazo. Este porcentaje se dispara rápidamente, hasta el punto de que el 81% está en Internet antes de cumplir los 6 meses, según una encuesta elaborada por la firma de seguridad informática AVG en 10 países. Esto es lo que se conoce como sharenting en inglés, del verbo ‘compartir’ (share) y ‘paternidad’ (parenting). Un fenómeno que se resume en compartir informaciones, vídeos y fotos (de cualquier tipo) de nuestros hijos en Internet y redes sociales. “No respetamos la intimidad de nuestros hijos y esto afecta a su identidad digital futura, pero no solo a eso: derivado de esa sobreexposición, pueden darse suplantación de identidad, fraude en línea, victimización por grooming o cyberbullyng o que ese contenido se convierta en material de explotación sexual infantil”, advierte Irene Montiel, profesora de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), experta en victimización infantil online.

En menos de 10 años, los contenidos de abuso sexual infantil en la red se han incrementado un 1.815 %, pasando en 2013 de 13.343 páginas web a 255.571 enlaces en 2022, según datos recientes de la Internet Watch Foundation. Entre este material, hay fotos de violaciones e imágenes sexualizadas de menores, pero muchas otras no lo son.

¿Esta sobreexposición está alimentando las redes de pornografía infantil? “Tenemos la idea de que las personas que coleccionan imágenes de explotación sexual infantil solo coleccionan aquellas muy graves, pero la realidad es que las imágenes no sexualizadas de niños y niñas están especialmente presentes en las colecciones de los agresores duales (los que no solo consumen material de explotación sexual infantil, sino que también abusan de menores), es decir, los más peligrosos”, añade Montiel, investigadora del grupo VICRIM. Así, según el informe Perfil del detenido por delitos relativos a la pornografía infantil, el 72% del material incautado a agresores duales penados (es decir, pedófilos que además abusan físicamente) eran imágenes del tipo 0 en la escala CIESI. El nivel 0 corresponde a imágenes no eróticas ni sexualizadas de niños total o parcialmente desnudos, provenientes de fuentes comerciales, álbumes familiares o fuentes legítimas. Es decir, fotos no sexualizadas, normales, cotidianas.

“No pensamos en que esa ‘inocente foto de mi niña jugando en la playa’ pueda acabar en las colecciones de abusadores de cualquier lugar del mundo o que pueda usarse como reclamo en un perfil falso para embaucar y seducir a otros niños y niñas de los que abusar”, reafirma Montiel. En España se estima que hay alojadas el 2% de las páginas de explotación sexual infantil, pero es el primer consumidor de Europa y el segundo del mundo.

Lenguaje secreto en la internet superficial

En épocas como estas aumenta la sobreexposición de los hijos: “En las vacaciones o en las fiestas de Navidad se dan más momentos especiales y se dispone de más tiempo, por lo que puede aumentar la voluntad de compartir imágenes de los pequeños de la casa”, afirma Sílvia Martínez, directora del Máster de Social Media de la UOC y profesora de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC.

Así, por ejemplo, la actuación de final de curso se cuelga en YouTube para que los padres puedan tener un recuerdo de ese día. Precisamente, plataformas como YouTube tienen una larga lucha contra usos pedófilos de sus contenidos: en 2019, se descubrió que parte de su contenido era utilizado como material de pornografía infantil. “Aunque las redes están sensibilizadas, a veces la frontera entre contenidos totalmente inocentes y un uso perverso que pueda hacerse de estos contenidos es una frontera que es difícil de limitar si no quieres ser completamente taxativo y acabar prohibiendo absolutamente todo lo que conlleva mostrar imágenes de menores”, explica Ferran Lalueza, profesor de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC e investigador del grupo GAME. En los comentarios de vídeos aparecen timestamps ―aún hoy lo hacen―, marcas de tiempo en las que se indica el minuto y los segundos exactos en que ocurre algo que puede tener una connotación sexual para estos individuos.

“Es un lenguaje que solo entienden las personas que están metidas en esa red, es un código en clave que marca un momento en el que se puede intuir una sexualización del niño o de la niña para informar a su propio grupo”, comenta Montiel. Al ser comentarios neutros (marcas de tiempo), no violan las políticas de la plataforma y, por tanto, son difíciles de detectar. “No solo es YouTube, también sucede en Instagram, Facebook o TikTok. Este tipo de material genera mucho tránsito y, aunque la mayoría de este contenido se mueve en la internet profunda (deep web), también lo hay en la internet superficial”, explica Montiel.

A eso se le suma otro gran problema en cuanto al material de explotación sexual infantil, y es que, ese joven que ya está muy presente en el mundo digital y tiene normalizadas las redes sociales, ahora tiene móvil. “Se está adelantando la edad en que los menores tienen móvil y eso está aumentando el grooming y el sexting. Cada vez hay más niños y niñas que están autoproduciendo este tipo de materiales”, advierte Montiel. La edad media para obtener el primer smartphone está por debajo de los 11 años, según Unicef (2022). El grooming se basa “preparar a un menor en línea para implicarlo en actividades sexuales dentro o fuera de la red”, e incluye la solicitud de imágenes o vídeos sexuales producidos y compartidos por ellos mismos como resultado de un proceso de manipulación, de engaños o extorsiones. Según datos de Internet Watch Foundation, de las 255.571 páginas web en las que se realizaron acciones durante 2022, más de las tres cuartas partes (el 78 %) contenían imágenes “autogeneradas”, en su mayoría, realizadas por menores de 11 a 13 años. El informe advierte que hay un fuerte repunte en 2022 en la franja de menores de 7 a 10 años, con un aumento del 129 % en comparación con el 2021.

¿Por qué sobreexponemos a nuestros hijos?

“Existen dos factores: el primero es que los padres y madres tienen el hábito de compartir habitualmente su propia vida, lo cual los lleva a hacer extensivo este hábito a la vida de sus hijos. Y el segundo es que su red de contactos muestra entusiasmo por este tipo de imágenes, lo cual incentiva que se intensifique su compartición, dado que, al fin y al cabo, lo que casi todos andamos buscando en los medios sociales no es otra cosa que la máxima aceptación social”, explica Lalueza.

Compartir es algo cotidiano, casi automatizado para muchos. La generación millennial (nacidos entre 1981 y 1993) se adaptó a las redes sociales de adolescentes, y hoy esa generación tiene descendencia. “Si los comparamos con otras generaciones, hay que entender que los milenials fueron creciendo conforme la tecnología evolucionaba, mientras que, por ejemplo, la generación Z (nacidos entre 1994 y 2010) ya se encuentra en su infancia con ese desarrollo tecnológico. Por ello, la generación Z, a diferencia de los milenials, es más consciente de lo que es la identidad digital y es más cuidadosa con lo que quiere proyectar”, explica Martínez, también investigadora del grupo GAME. “En definitiva, pues, el impulso de sobreexponer a nuestros hijos en las redes responde a la concepción de su existencia como un mero apéndice de la nuestra, lo cual, obviamente, no es aceptable, y al deseo de aprovechar la simpatía que la naturalidad y el encanto de los más pequeños despierta en casi todo el mundo”, añade Lalueza.

Para Montiel, no hay forma posible de compartir de forma segura en redes sociales: “No se puede hacer un ‘buen sharenting’, soy partidaria de no publicar imágenes de los niños y niñas, no somos conscientes de toda la información que volcamos en redes ni de los usos que se les dará”. Queda un largo camino por delante en lo que a redes sociales y privacidad se refiere. “Una mirada ingenua puede no ver el uso que otros pueden hacer de ellas, especialmente con las herramientas existentes para editar y manipular esas imágenes, por eso es importante ser consciente de todos los riesgos asociados a esta práctica y velar por proteger su identidad y privacidad”, concluye Martínez.

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