Adolescencia, del drama a la comedia

María Beatriz Muñoz Ruiz

Qué bonita época la de la adolescencia, ¿verdad?, que bonito es poder irte a tomar un cafelito con tu hija y hablar de niñas con tu hijo.

Vale, va, voy a dejar de engañaros, para los que tienen niños pequeños y estén deseando que se hagan mayores para dejar de preocuparos, me veo en la obligación de deciros que nunca vais a dejar de preocuparos.

La vida de los padres es obtener titulaciones con cada etapa de vida de nuestros hijos, ¿tenéis ya el título de pediatría, logopeda, y pedagogía? Pues ahora toca el de psicología, ¡Venga, que dentro de poco me convalidan la carrera!

Dos adolescentes de la misma edad, niño y niña, si muriese ahora me abrirían las puertas del cielo y me recibirían con una banda de música y una buena cerveza fresquita.

Últimamente, tratar con mi hija es como montar en una montaña rusa recién comida y sin cinturón de seguridad, es como si supieses que puedes morir en el intento, pero no tienes más remedio que subir a esa montaña rusa y actuar de buena madre.

Cuando le regañas por algo es como si chocases una y otra vez contra un muro y siguieras lanzándote hacia él sabiendo que no hay salida.

La fase del drama es la que estoy intentando aprobar ahora, estoy aprendiendo a respetar ese momento en el que tu hija te dice “ahora no quiero hablar”, en ese momento se activa el gen de madre preocupada, esa sirena roja que llevamos incorporada y que nos empuja a solucionar todos sus problemas en ese instante, pero no, en mi cabeza debo coger un bate de béisbol y hacer la sirena pedacitos.

Entonces me doy media vuelta, espero una media hora comiéndome las uñas y luego me acerco con cuidado como si fuese una gata a punto de arañarme. Aún no controlo la parte en la que, cuando me cuenta su drama me rio, ¡eso jamás lo hagáis! A veces sale bien, pero la mayoría de las veces es suspenso seguro; para ellas es un drama totalmente justificado, y si os reis es como si no la entendieseis.

Por otro lado, su sensibilidad extrema, hace que cualquier comentario lo tome como una ofensa hacia ella, y le da todo el derecho a ponerse melodramátia estilo Escarlata O´hara.

Pero yo me estoy sacando el doble grado, por lo que una vez controlada la asignatura de la adolescencia de mi hija, paso a intentar aprobar la de mi hijo. Bueno, he de confesar que ahora mismo mi hijo no está en el grado de dificultad que mi hija; es un grado distinto, más silencioso y extraño. Se siente mayor, quiere irse de viaje de estudios una semana, con avión incluido, está en la fase del ligoteo y no tiene ni idea de la carrera que va a estudiar. Pero todo eso contrasta con el hecho de que lo tengo que peinar aún por las mañanas, le machaco las pastillas y lo arropo.

Ahora me compadecéis, ¿verdad? Y seguro que entendéis perfectamente mis ausencias esporádicas en las redes y periódicos, bueno, pues he de deciros que no todo es malo; como siempre he dicho, no cambiaría por nada del mundo a mis hijos y ninguna de sus fases, simplemente me adapto y saco lo mejor de cada etapa. Adoro a mis hijos, me encanta poder contar con mi hijo para sacar al perro, achucharlo y ver con él las películas de Screams, disfruto con sus etapas en las que le da por tocar el piano y el clarinete, pero, sobre todo, me gusta ese momento cocina en el que me ayuda a poner la mesa y a preparar alguna cosilla.

Con mi hija me voy de cafés y cervezas, de tiendas y de paseítos, pero lo que más me gusta son las conversaciones a partir de las doce de la noche en las que me cuenta sus cosas y nos reímos de algo que nos haya pasado, entonces, en ese momento, y como una abeja atraída por la miel, aparece también mi hijo para enterarse del motivo de nuestras risas, y mi felicidad es plena.

Así que si me preguntáis si me compensa el tener dos mellizos adolescentes, os aseguraré que sí, son lo mejor de mi vida, los dos dolores de cabeza más encantadores que la vida me ha podido dar, mis amores y el motivo de mi existir; mil vidas viviría hasta volver a encontrarlos, porque sin ellos ninguna reencarnación sería buena.

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