Por María Beatriz Muñoz Ruiz
A veces nos concentramos en nuestras ideas y no vemos más allá; lo veo continuamente en gente de la misma familia o amigos, que discuten por política, lo veo en personas que tienen claro que su estilo de vida es el mejor y no entienden que los demás no sigan su ejemplo, lo veo en padres y madres, que, por el simple hecho de serlo, se creen poseedores de la razón absoluta y no dan opción a su mente a plantearse que sus hijos pueden tener razón y ellos no.
Todos en este mundo, cuando hablamos de algo estamos totalmente convencidos de ser los acertados, yo incluida.
Ayer mantuve una conversación en la que salió a relucir el Karma, y yo dije que no sabía si creer o no, y a continuación les conté mi anécdota de la avispa, seguro que os la he contado en alguna ocasión, pero voy a refrescaros la memoria: hace unos años, estando yo feliz en la piscina, y sintiéndome en paz con la naturaleza, se me ocurrió salvar a una pobre avispa que se estaba ahogando. Esa noche dormí satisfecha de mí misma por haberla salvado, pero lo que no pude entender nunca, fue el por qué el karma no actuó y dejó que me picara otra avispa justo al día siguiente.
El caso es que cuando expliqué lo ocurrido a mis compañeras, creí que lo que yo pensaba sobre el karma estaba totalmente justificado, pero entonces, una de mis compañeras me realizó un planteamiento, con el que se volvieron locos mis pensamientos; según ella, quizás la avispa a la que había salvado no era buena, y por eso el karma me había castigado por salvarla de la muerte. Es como si Hitler se está ahogando con una cáscara de pipa, y tú lo salvas, en ese caso, serías el responsable de la muerte de esas miles de personas a las que mató después de que tú lo salvases.
¿Conocéis esa sensación de que el mundo da un giro de ciento ochenta grados y ves la vida desde la perspectiva de las infinitas raíces de un árbol que desde el mundo exterior se ve pequeño? Pues así me sentí yo.
Sí, la conversación podía parecer absurda, pero esa conversación me planteó varias cuestiones: ¿Cómo sabemos si estamos actuando bien? ¿Estamos interrumpiendo un destino que ya estaba escrito, o el destino que estaba escrito es parte de nosotros y debíamos intervenir? ¿se trata de un efecto causa acción y nuestro error debía ocurrir para ser castigados por el karma? Dicen que nuestra muerte está pactada desde antes de nacer, bueno, algunos dicen que cuando nacemos, según la Teogonía de Hesiodo, las tres Moiras eran las encargadas del destino de los humanos, ya que decidían la fecha de su muerte.
Se presentan como ancianas hilanderas, se llaman: Cloto, Láquesis y Átropo. Esta última era la mayor de las tres hermanas y la encargada de cortar el hilo de la vida y así elegir su longitud.
Mi conclusión es, que cuanto más sé y más preguntas filosóficas me planteo, más perdida encuentro, tal vez de ahí mi obsesión por la Diosa Hékate, la Diosa de las encrucijadas, a la que siempre pido que me alumbre en la oscuridad.
¿Es mejor creer saber el camino y estar convencido de él, o dudar de todos los caminos y hallarse perdida en una encrucijada con el total convencimiento de que puedes errar? Bueno, por lo menos estoy convencida de algo “Puedo equivocar el camino en cualquier momento”. En fin, tampoco me preocupo excesivamente, dicen que el que se equivoca aprende, solo pido que el golpe no sea demasiado fuerte.