Una idea de altura

Héctor A. Gil Müller

Se ha inaugurado en México una de las obras importantes, por la comunicación y necesidad que tuvo y tendrá un nuevo aeropuerto.

Después de una cancelación de un proyecto ya iniciado, el gobierno federal tomó las riendas encargando al ejercito su construcción en una existente base militar. Aunque el costo era mucho menor las objeciones fueron creciendo. El Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles se levanta más allá de la mancha urbana, pero se oculta entre rabietas y júbilo. Rabietas de quienes veían imposible su construcción y júbilo de quienes veían imposible su destrucción.

El nombre se le otorgó por el héroe, un tanto desconocido, de la Revolución Mexicana. Por cierto, durante 6 días fue gobernador de Coahuila de Zaragoza. Este héroe; estudió en el extranjero, ferviente promotor del positivismo, políglota y disciplinado pacifista, es decir un fifí cualquiera, hoy cede su nombre a una obra que quizá más que una meta se vuelve una venganza. Un recuerdo lacerante que sobre la comodidad el sufrimiento no está mal.

El aeropuerto no es, a todas luces, el remedio necesario. Aunque quizá lo que necesite este país es más aeropuertos pequeños y no titánicas estructuras que concentren el tráfico aéreo, pero para ello hace falta una nueva vocación logística. La altitud de una obra depende de su actitud, ¿Cuál es el mensaje que se ha formado alrededor de la nueva obra? El triunfo sobre la corrupción, el triunfo sobre la oligarquía, lejana visión de beneficiar a algunos pocos. El aeropuerto sigue beneficiando a algunos pocos, de eso no cabe duda, tan igual como la venta de garnachas que se hizo en la inauguración y benefició a algunos pocos. Reducir el triunfo político a una inauguración, es lo mismo que limitar una guerra a una declaración.

La austeridad tiene sus consecuencias. El aeropuerto, mucho más barato que el proyecto original, en el que seguramente había una marcada corrupción y ventaja de algunos se impone como un enigma. Parece ser un aeropuerto más, pero para Hidalgo. Aislado, pequeño, desconectado, sin las comodidades de un mundo que exige en determinar su presente por su comodidad, el aeropuerto se estrena como una verbena ante los ojos de un Benito Juárez cansado y atiborrado ante una ciudad que envejece rápidamente.
Hoy se habla de la dignidad o indignidad de la obra, pero la esencia que se juzga no es la misma. Me parece que el AIFA (Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles) no es un monumento al futuro, sino un memorial al pasado, representa el triunfo sobre una visión, que en tiempos de carencia se vuelve todo. Mal hacemos en recordarnos que está bien lo que no está mal. Hoy el AIFA no es un ejemplo de transparencia en su construcción, no es un emblema de cooperación ni tampoco de participación ciudadana.

Lo dijo sabiamente mi abuela; tan alta te crees plata / que hasta el oro disminuyes / más altas están las nubes / y el viento las desbarata. La soberbia parece no contradecir la dignidad, pero si la oculta. El juicio de uno es por otros, como bien dijo el Quijote a Sancho; “que la gente te reconozca por ser justo y leal” eso significa que sean los otros los que vean en ti tal mérito. Las conversaciones generan organizaciones y la percepción que tengamos de algo, será resultado de las conversaciones que se tienen. Hasta ahora este aeropuerto sigue captando la atención, pero se le juzga sobre sus incidencias. El problema del aeropuerto está en su funcionalidad inmediata y, ¿estamos todos mal si lo que pedimos se resuelva sea pronto?

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