Por: Dr. Alberto Soto, director del Departamento de Arte de la IBERO
- El artista murió este 17 de marzo de 2021, a la edad de 89 años
En la Antigüedad, tras las batallas se veían las armas a los pies de los triunfadores y de los derrotados: los primeros porque lloraban a sus muertos y veían, en retrospectiva, el error que fue participar en una terrible carnicería; los segundos, tenían ya sólo sus cuerpos o los estertores propios de la agonía, y otros miraban hacia el cielo buscando un camino para que su espíritu se dispersara.
Los pinceles y los lápices, los papeles y los libros, son las armas hoy rendidas en el campo de lucha de un Maestro, sin exageración uno de los más grandes. En su estudio, en su casa, queda una esencia que no podrá ni evanecerse ni olvidarse. Si resulta cierto que las almas recogen sus pasos, el Maestro tendrá mucho que caminar, cruzará el mar, vagará por estudios, museos, plazas y por cada biblioteca donde hay un ejemplar y por cada espacio donde está su obra.
Es así que el Maestro no podrá descansar del todo, sólo del esfuerzo físico, pero ya ha trascendido y se ha separado de un cuerpo que sólo fue vehículo para cumplir con muchas misiones, entre otras amar con generosidad a la especie humana, para atrapar palabras que salieron de su boca para condenar las tiranías que tanto nos amenazan, para hacer que sus manos compusieran cajas de texto, para abrazar a sus amistades, pero también para hacer amigos a los extraños.
No podría comparar al Maestro con otra figura que con el mítico David: una vida esforzada, una capacidad para vencer retos y para construir no sólo con fuerza, sino con inteligencia y trabajo, consolidándose como un gran inventor y creador. En ese sentido, justo sería hacer una estatua marmórea y colocarla sobre el pedestal que represente el arte contemporáneo, porque mentiría aquel artista que mencione que no recibió inspiración del Maestro, como también quienes hemos leído sobre arte, política, economía, literatura… Es así que podemos considerarnos sus hijas e hijos pues recibimos su herencia generosa sin que él esperara nuestra gratitud.
Fuimos testigos de cómo el Maestro se interesó por la juventud, rindió promesa de acompañar y bien representar a nuestras universidades y fue fiel a su palabra. En sus últimos años corpóreos le vimos compartir con jóvenes estudiantes, preocuparse por ellas y ellos, preguntarles y darles ánimo para esforzarse en la adversidad. Le vi también abrazar, por vez primera a una sacerdote, siendo el Maestro quien pidió hacerlo, porque su bondad era grande y quiso hacer de la paz y la fraternidad una obra que perdurara.
Vendrán muchos escritos sobre el Maestro, homenajes bien merecidos y reflexiones en los salones de clase, pero honrarle, en serio, es divulgar su legado de talento y trabajo, no objetualizarlo y convertirlo en un nombre y un paréntesis de fechas. El Maestro dio lecciones de cómo construir instituciones, de la importancia de invertir en cultura y olvidar la mezquindad del interés político. Un homenaje justo es que todas las personas nos esforcemos como él, nos dejemos visitar y recrear, porque ya habita de manera eterna en nuestros espacios y corazones.
Gracias, Maestro Vicente Rojo, porque me enseñó a ver.
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