En la búsqueda de símbolos

Héctor A. Gil Müller

Todos necesitamos símbolos en los que depositamos nuestros recuerdos o deseos. Símbolos dotados de ambición y también otros estigmatizadores que se prenden de las vidas. Nuestro lenguaje son símbolos que adoptamos y quitamos significado, pero siempre estará la “S” que suena como el silbido de la serpiente y recrea en su forma su origen para recordarlo. La humanidad ha hecho un código simbólico que se transmite de generación a generación nutriéndose, graduándose o degradándose, con dinámica evolución.

Los símbolos están en la palabra, hemos suavizado hasta acostumbrarnos el negarle a alguien gracia y llamarle “desgraciado”. En otros casos evidenciamos ciertos antecedentes con símbolos que se han vuelto tan cotidianos que dejamos de entender, como el “mande” con que respondemos siempre en México. Los símbolos del poder que se relacionan con la altura y que llevan a la silla de la cabecera o más alta al de mayor jerarquía o poder. Los símbolos que decoran las paredes de una oficina expresando lo mucho que sabemos o hemos logrado que al igual que un currículum cada vez incluye más, pero con letras más pequeñas.

El periódico France Soir encargó a Franklin Loufrani una campaña de optimismo, el resultado; el 1 de octubre de 1971 el Instituto Nacional Francés de la Propiedad Industrial registró a “smiley” un círculo amarillo con una sonrisa y dos puntos como ojos que rápidamente comenzó a circular en el mundo entero, siendo hasta hoy la imagen icónica de la felicidad, ese símbolo impactó por expresar la emoción más buscada desde el origen de la humanidad. Un símbolo es una representación perceptible de una idea, un signo que establece una relación entre lo que sabemos y vemos.

México instala en el zócalo capitalino una réplica del Templo Mayor o Huey Teocalli, que para la identidad Mexica simbolizaba el centro del universo, el punto de unión entre el inframundo y los niveles celestiales. La maqueta de más de 15 metros de altura está muy cerca de donde reposan las ruinas del original templo, destruido en 1521 durante la conquista española. Esta maqueta, que se inaugurará el día de hoy, representa un gran símbolo de lo que fue, y si bien no alcanza a dimensionar la grandeza física del templo, aporta una imagen a quienes solo han visto ruinas. Y como las ruinas yacen en el centro de una bulliciosa ciudad, ni a ellas ni su cultura se han reconocido lo suficiente ni siquiera lo necesario.

Esta maqueta apoyada por otros elementos de video recreará lo que yace destruido y por mucho tiempo abandonado. El espectáculo de “memoria luminosa” habrá de sembrar una visión del pasado en los tiempos del futuro. Se reconocerán los 500 años de resistencia indígena, elementos simbólicos de una cruel realidad. El indígena no solo ha sido dejado al pasado, sino que legalmente ha sido protegido o encerrado para vivir ahí. Los símbolos de su cultura, cultura original de nuestra realidad, sufren los embates del tiempo, un tiempo injusto que niega lo que no se asemeja. Un mundo que requiere menos palabras para nombrar lo que es, pero más discursos para encontrar lo que no es. Un mundo que visto por un indígena; habla mucho y escucha poco.

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