Por: Dra. Ivonne Acuña Murillo
Para mi hija y las hijas de todas y todos
· La falta de Estado de derecho y de la aplicación de la ley facilita la comisión de delitos, afirma académica de la IBERO
‘Cálmate mi amor’ es el nombre dado a una nueva estrategia para secuestrar mujeres jóvenes en el metro de la Ciudad de México y en lugares públicos. La frase hace referencia al modus operandi seguido por hombres jóvenes que toman a mujeres por sorpresa fingiendo ser sus novios. El ‘cálmate mi amor’ va dirigido a neutralizar a aquellas personas que pudieran sentirse dispuestas a ayudar a las víctimas, haciéndoles creer que se trata de una pelea de pareja en la que el varón trata de calmar a la exaltada fémina.
Dos preguntas se derivan de la situación expuesta: primera, ¿por qué delitos que se cometen en la oscuridad de una calle o evadiendo la mirada de los otros se llevan a cabo ahora de manera abierta y pública? Segunda, ¿por qué el suponer que se trata de un asunto de pareja hace pasar por alto los llamados de auxilio, la angustia y la desesperación de las víctimas de esta nueva forma de secuestro?
A la primera pregunta se puede responder que los altísimos niveles de impunidad y la complicidad de los diversos niveles de gobierno en aquellos delitos que afectan directamente a las clases medias y a los sectores más desprotegidos de la sociedad han creado el ‘caldo de cultivo’ perfecto que propicia el menoscabo de los límites impuestos por los valores, las normas y reglas de cordialidad y convivencia, así como el desprecio por las leyes cuya violación podría significar una sanción.
De esta manera, una persona que en condiciones donde opera el Estado de derecho respeta esas normas, reglas, valores y leyes, se convierte en agresor, potencial o de facto, a sabiendas que sus acciones no tendrán consecuencias, generando con ello una situación de anomia o falta de cumplimiento de las normas hasta el punto de llegar al desarrollo de acciones descaradas y a la luz del día.
Pero no sólo la impunidad y la anomia por ella generada permiten entender el descaro y el riesgo que supone un secuestro ante los ojos de todo mundo. Quien comete o pretende cometer este tipo de delito decide asumir el riesgo que supone el ser visto y detenido dadas las enormes ganancias que se obtienen a partir del secuestro y prostitución forzada de mujeres, asumiendo que en la mayoría de los casos es ese el móvil del plagio.
Desde hace unos años se sabe que la trata de personas, con fines de explotación sexual o laboral, es el tercer negocio más lucrativo del mundo, el primero es el narcotráfico y el segundo el tráfico de armas. Igualmente, en México el narcotráfico es el primer delito más rentable; sin embargo, no son las armas el segundo sino la trata de personas, en especial de mujeres.
De acuerdo con datos de la Oficina contra la Droga y el Delito de las Naciones Unidas (ONUDD), 21 millones de personas, provenientes de 124 países, son víctimas de las redes de trata cada año; de éstas, el 72% son mujeres y niñas.
Se calcula que la mayoría de las personas víctimas de trata provienen de Asia Oriental y del África Subsahariana, y que entre 2004 y 2016 se duplicó la tasa de niños traficados: el 72% de las niñas sufrieron explotación sexual y el 50% de los niños fueron objeto de trabajo forzado.
La ONU asegura que, en América, México es el quinto país de flujo de trata de personas entre Norte y Centroamérica y el Caribe, por detrás de países como Estados Unidos, Trinidad y Tobago, Barbados y Panamá, que operan sobre todo como lugares de destino. Sin embargo, el caso de México es más complejo en cuanto el país es punto de origen, tránsito y destino final de las víctimas de este delito. Esto es, en México se secuestran y explotan personas, sexual y laboralmente, pero también se da paso a las que han sido captadas en otros países y que son traficadas hacia otras naciones.
Según información del Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República, a partir de una investigación realizada en 2017, no hay cifras precisas sobre el fenómeno de trata en México. Sin embargo, la aproximación hecha por el instituto reportó que cada año alrededor de 21 mil menores de edad son captados por las redes de trata de personas con fines de explotación sexual, y 45 de cada 100 son niñas indígenas. En el informe se añade que 93% de las víctimas de trata de personas en México son mujeres y 26% menores de edad. Destaca también que alrededor de 45.4% de las víctimas son captadas por una persona conocida, 49.1% por desconocidos y 5.5% por miembros de la delincuencia organizada.
En relación con la inexactitud de las cifras, la misma Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) reportó que las estimaciones sobre el número de personas víctimas de trata en México variaba de entre 50 mil y 500 mil casos.
Sean cuales sean las cifras, el secuestro de mujeres y niñas relacionado con la explotación sexual tiene como referente el dato frío, dado en 2016 por la PGR, de acuerdo con el cual cada víctima genera a un traficante ganancias anuales por 13 mil dólares en promedio (249 mil 210 pesos mexicanos al tipo de cambio).
Hace pocos años, un extratante explicó la dinámica que permite obtener esa nivel de ganancia explotando a una mujer obligada a prostituirse (http://revoluciontrespuntocero.mx/las-cadenas-invisibles-de-la-trata-y-explotacion-sexual-de-mujeres-en-mexico/): ella se ve forzada a ‘tender’ a 30 clientes por día, todos los días del año, pero si es ‘nueva’, situación que mantiene por cerca de un mes, una vez que ha sido enrolada, el número de clientes asciende a 60. Por supuesto, ella no recibe un pago por ‘los servicios’ que debe ofrecer pues le hacen las cuentas de lo que usa como condones, pañuelos desechables, ropa, maquillajes, lo que come y se paga por traslados, etcétera. Al final del día sale debiendo.
Pero no es sólo el alto índice de impunidad, la situación de anomia o el aliciente económico lo que hace posible el secuestro de mujeres ante la vista de todos. Un elemento cultural ayuda a explicar el arrojo de los secuestradores y la pasividad de quienes atestiguan el delito. En una sociedad como la mexicana, estructurada sobre valores masculinos de carácter misógino, lo que las mujeres piensen, sientan, manifiesten, incluso su integridad, pasa a segundo término.
Lo anterior ocurre, en primer lugar, debido a que se concibe a las mujeres como seres de segunda cuyo fin último es satisfacer las necesidades de los hombres; es decir, ‘para eso están’. Esto explica, no justifica, el que tantos hombres estén dispuestos a mantener relaciones sexuales con mujeres menores de edad o adultas jóvenes, aún sabiendo o sospechando que son forzadas a hacerlo.
En segundo lugar, debido a una serie de concepciones en torno a la vida privada, una de las cuales permite asumir que nadie debe meterse en un pleito de pareja, no importa si una de las partes está siendo violentada de alguna manera (como cuando el secuestrador carga a la víctima para llevársela y supuestamente calmarla).
En tercer lugar, porque existe todo un repertorio de chistes, poemas, novelas, telenovelas, películas, canciones, memes en las que la violencia ejercida en contra de las mujeres es vista como ‘graciosa’, como romántica, como privilegio del varón que está educando a su malcriada novia; como ‘un juego’, una nalgadita, bofetada o jalón no es violencia es ‘travesura’.
En cuarto lugar, por la muy extendida idea de que ‘las mujeres no saben lo que quieren’ y si gritan ¡no!, con seguridad quieren decir ¡sí!, idea que llevada al extremo supone la convicción de que, en el fondo, toda mujer quiere ser violada.
En quinto lugar, la percepción errónea en torno al enojo femenino, mismo que lleva a considerar que levantar la voz, gritar, hacer aspavientos es signo de la tradicional ‘histeria femenina’, misma que habla de la falta de control que las mujeres tienen sobre sus emociones, por lo que ‘no hay que hacerles caso’, ya se les pasará.
En sexto lugar, cabe decir que en la sociedad mexicana se mantienen vigentes, a pesar de los cambios en la concepción de los derechos humanos y de las leyes, ciertas conductas violentas encaminadas a ‘corregir’ las supuestas faltas de mujeres, niñas y niños.
Todo lo anterior pesa al momento que alguien observa una escena donde un hombre jalonea a su supuesta novia, dando por hecho que el ‘ser superior’ está metiendo al orden al ‘inferior’, explicándole lo que no entiende. Esto ha sido perfectamente entendido por los hombres que se atreven a secuestrar a una mujer en un lugar tan concurrido como el Metro de la Ciudad de México.
Por todo lo expuesto, es importante que las jovencitas y mujeres que se enfrentan a una estrategia de este tipo griten de inmediato que no conocen al hombre u hombres que tratan de violentarlas, que no se trata de su novio o de algún amigo, que están siendo secuestradas.
Es relevante, asimismo, que las autoridades encargadas de la protección de las personas en lugares públicos sean sensibilizadas en temas de género, de manera que puedan brindar la ayuda necesaria sin dejar que los prejuicios, derivados de una socialización misógina, les impidan ver lo que está ocurriendo pero, sobre todo, que no le resten importancia al asunto como cuando una mujer se queja de tocamientos en el transporte público y le dicen: “Hay chula, lo bueno es que no te robó, vete y déjalo pasar”.
Un punto más a considerar es que todas y todos estemos dispuestos a proteger a las niñas, jovencitas y mujeres adultas cuando atestiguamos actos encaminados a lesionar su integridad. Lo mismo aplica en el caso de niños, jovencitos y hombres adultos quienes, aunque en menor número, también pueden convertirse en víctimas de secuestro, violencia y otros delitos.
Al final, cualquiera en México puede ser víctima de una estrategia del tipo ‘cálmate mi amor’.
*La Dra. Ivonne Acuña Murillo es académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la IBERO
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